Lunes, 16 de noviembre de 2015 | Hoy
OPINIóN › SIETE DíAS EN LA CIUDAD.
Nada mueve al socialismo de su postura de voto en blanco frente al ballotage. Lisfchitz no quiere perder y tampoco que parte del electorado santafesino se enoje con él. Bonfatti volvió a mostrar sólo la puntita de sus cartas. El sillón principal del Palacio Vasallo entró en una disputa sin precedentes.
Por Leo Ricciardino
Nada logró mover al socialismo en estos días de su postura de voto en blanco de cara al ballotage de la próxima semana. El gobernador Antonio Bonfatti fue el único que volvió a dar indicios públicos de su voto a Daniel Scioli, pero sólo por medio de metáforas más intricadas aún que las que utilizó anteriormente. Con todo el único dirigente del sector que pretendió igualar los modelos que Scioli y Mauricio Macri representan, fue Miguel Lifschitz. Más pragmático -y tal vez realmente más cercano a las ideas del PRO-, lo que pretende el gobernador electo es no quedar pegado a la derrota de nadie y, principalmente, no malquistarse con una gran parte del electorado santafesino que en la última elección "pintó de amarillo" más de la mitad de la provincia.
No resulta demasiado verosímil que Lifschitz haya sido presionado para adoptar semejante postura electoral por los radicales aliados que cobran en una ventanilla a nivel nacional y en otra muy distinta a nivel provincial. Más teniendo en cuenta el resultado de las negociaciones entre Lifschitz y los radicales a la hora de conformar el gabinete que gobernará a partir del 10 de diciembre en esta provincia. Quedó claro que a los muchachos de la UCR les ha costado horrores poner en el equipo de gobierno a sus hombres. El socialista les respetó en parte el cupo acordado, pero le seleccionó los nombres que debían ocuparlo.
Bonfatti y también Hermes Binner, ya habían dejado en claro que el PRO y Macri eran su límite. Lifschitz nunca se pronunció de manera demasiado contundente al respecto, salvo cuando confrontó con Miguel Del Sel en la provincia, al que poco más o menos le adjudicaba la representación de todos los males de este mundo. Esto no quiere decir que Lifschitz termine votando por Macri. Lo más seguro es que lo haga por el candidato del Frente para la Victoria como la mayor parte del socialismo, pero no están dispuesto a reconocerlo.
La postura espeja un poco al propio Sergio Massa que prefiere jugar el rol de árbitro de la contienda y prepararse para el resultado que salga: Si gana Macri aspira a ser el jefe de la oposición encarnando a un nuevo peronismo. Y si gana Scioli, pretenderá encontrar un lugar en el mapa del renovado peronismo que salga a partir de allí.
Lifschitz no está demasiado preocupado por las futuras relaciones institucionales de la provincia. No es ese su problema. El tema que dentro de unos años, cuando se vengan las próximas elecciones provinciales, no querrá que le recuerden que jugó con uno u otro dirigente.
El problema es que la postura del socialismo no es a costo político cero. Se la recordarán permanentemente y volverá a ser esa fuerza anodina y carente de personalidad que, hasta cierto punto, les garantizó su escalada hacia el poder. Pero un punto las definiciones y la osadía son elementos clave para conservar ese poder y acrecentarlo. El socialismo está en una de sus peores crisis a pesar de haber conservado los dos niveles de gobierno por un escasísimo margen en las urnas. El electorado les ha marcado la cancha, les ha dicho que no son tan queridos como creían y que, ya saben que no son los más transparentes de la política nacional. Les han encontrado sus propios muertos en el placard y sobre todo en las calles, en el marco de una inseguridad que no han podido controlar.
Rosario no cierra
La intendenta Mónica Fein no quiere a María Eugenia Schmuck en la presidencia del Concejo Municipal. Es así de simple. Es la aliada que junto con Pablo Javkin posibilitó que Fein retenga el poder en la ciudad. Pero eso ya pasó y le atribuyen a la concejala uno de los principales defectos en un dirigente que comparte espacio: ser díscolo e independiente. También evalúan que Schmuck construyó parte de su perfil en oposición a la figura de la intendenta a la que ha criticado con dureza en más de una oportunidad.
Ante este panorama el socialismo quiere a un hombre propio en el principal sillón del Palacio Vasallo: Horacio Ghirardi. En ese esquema, Javkin -que ya juega sus fichas en otro nivel- deslizó la idea de la presidencia para Sebastián Chale. El concejal tiene estrecha lealtad con Schmuck y lo primero que dijo es "no". Pero Javkin cree que puede volver a la carga y explicar a Schmuck que poner a un hombre propio en ese lugar clave es mejor que tener que cederlo al socialismo. Chale tiene un perfil más bajo y conciliador y creen en el socialismo que se encuadrará más fácilmente.
"El problema es que la miran a Schmuck y ven la relación de los últimos años con Zamarini", dijo a este periodista una fuente ligada a las negociaciones. La referencia es para quien presidió el Concejo estos últimos diez años, la mayoría de ellos en franca oposición interna a la conducción del socialismo y a la intendenta Fein de quien supo ser muy cercano y amigo. Pero, se sabe, esas cuestiones en política valen mucho menos que en la vida corriente. Si no, tendría que haber habido muchos más dirigentes socialistas y más concejales de otros partidos en la cena despedida para Miguel Zamarini que se hizo en el Prado Asturiano. Precisamente, tanto Schmuk como Chale estaban ahí. No se lo vio a Javkin y tampoco a ningún otro dirigente socialista que no fuera el senador Rubén Giustiniani, quien hasta le regaló un cuadro recordatorio.
Predicadores
Eso les pidió Carlos Zannini que sean a cada uno de los militantes y dirigentes que este sábado colmaron el Patio de la Madera para estar en un acto clave para renovar más que nada la fe alrededor de una posibilidad de triunfo para Scioli. Junto a Agustín Rossi -organizador de la movida- y Daniel Filmus; el candidato a vicepresidente se despojó todo lo que pudo del grado de kirchnerismo que le atribuyen para apoyar sin titubeos a lo que el peronismo de todo el país ha tomado en esta etapa como una nueva epopeya: La de volver a resultar ganador en las urnas en una instancia definitiva. Con algunas ausencias notorias, el acto estaba más destinado a recargar las pilas de los militantes que van casa por casa tratando de convencer, que dirigido a los indecisos de cara al ballotage. Por supuesto hubo pasajes para ellos, pero más que nada reflejar una reacción política después del palazo que significaron para el oficialismo los resultados del 25 de octubre.
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