Hace más de una semana, más exactamente el pasado miércoles 17, último día de exhibición del film La vida secreta de las palabras, pude escuchar en la puerta del cine El Cairo a dos mujeres y un hombre, ya entrados en años, conversar con un tono de nostalgia acerca del destino incierto de esta tan identificable sala de nuestra ciudad.

El diálogo al que yo no pude, por voluntad propia, esquivar, acusaba un movimiento similar al de un oleaje, acerca de algunos films que el matrimonio particularmente había visto en ese lugar. Paso siguiente, y tras habilitarme ellos participar, el marido, vestido formalmente con su aire de caballero distinguido, tal vez habitual parroquiano de la ex confitería Savoy, comenzó a tararear la melodía de un tango señalando: "Y es como aquella canción, ¿se acuerdan?: `Amor, la vida se nos va`".

Luego nos saludamos y entramos a la sala. Reconozco que en varios momentos del film sentí que el eco de esos versos aun me llamaban.

Estábamos ahí. Y ante el miedo de que ellas fueran derribadas, al igual que tantos sueños, decidí por un instante, por respeto, escuchar a Hanna, la protagonista del film, que comenzaba a contarle ahora su trágica historia a un convaleciente Josef.

A la salida, pude observar a los tres doblar por Sarmiento y entonces tuve la necesidad de cruzar a la vereda de enfrente y volver a admirar en una única mirada, ya con cierto temor y algunas vacilaciones, con un ligero temblor en mis manos, la fachada del cine, escenario que se animaba ahora ante mis ojos con risas y suspiros, llantos, de hombres y mujeres de distintas generaciones, a lo largo de tantos días, décadas.