Domingo, 11 de marzo de 2007 | Hoy
OPINIóN › LECTURAS
Por Eugenio Previgliano
Cumpliremos, decía la consigna que pintábamos esa noche con aerosol dice y haremos cumplir, pero yo me pregunto ahora -agrega- si no sería que nuestras ideas no tenían tanto la solidez de las convicciones bien enraizadas como la azarosa libertad de movimiento que tienen las acciones realizadas sin pensar lo que se hace ni saber lo que se piensa.
Yo lo escucho, miro, callo y recuerdo un proyecto de ley que rinde homenaje a Solano Lima, vicepresidente de Héctor Cámpora elegido el 11 de Marzo de 1973, mandando hacer un monumento en la entrada al puerto de San Nicolás; el caballo que me lleva a mí en cambio, camina a un paso lerdo a causa, creo, de los tacurales que le dificultan su andar; yo lo dejo que camine lento pensando que si lo apuro en una de esas el caballo, quien sabe, empiece a querer trotar, pise un tacural, meta la pata en una vizcachera o algo y terminemos rodando, sobre los hormigueros, lleno de hormigas picando, y al imaginar el ardor de las hormigas tras la rodada me estremezco pero enseguida me distraigo porque mi aparcero sigue hablando.
Cumpliremos y haremos cumplir pintábamos -repite- y yo creo que pensábamos que era cierto y también creo que éramos muchos y a veces creo -dice- que hasta por ahí éramos más de los que pensábamos, porque cuando la dictadura de Lanusse se retiró, cuando la represión se replegó, cuando no hubo tanta amenaza inminente, cada vez eran más los que participaban de las tomas de hospitales, escuelas, centros cívicos, facultades y toda clase de instituciones públicas donde "cumpliremos y haremos cumplir" no era una consigna anotada en los muros, era una práctica concreta -comenta-.
Yo lo escucho, recuerdo ese último momento de entusiasmo al principio de mi adolescencia, levanto la cabeza mientras recuerdo los cantitos al tío Cámpora, y veo que un poco más allá el terreno parece más regular, más plano, más apto para cabalgar.
Mirá -me dice entonces- si no habrá sido cierto que estábamos como locos que la noche que fuimos a Devoto a liberar los presos políticos, frente al paredón de la calle Bermúdez, mientras con una barreta rompíamos la cerradura con el Negro Otranto, al lado mío había una mina, con una yisca en bandolera que ingenuamente con un aerosol rojo pintaba "cumpliremos y haremos cumplir", y así era el mundo en esos días, un mundo de promesas, de ilusiones, de romances, de esperanzas, de acción directa y vino tinto, un mundo donde era necesario explorar sistemáticamente el azar, donde podías abrazar a tu amor sin dejar tu fusil, creyendo fervientemente que el que una vez abrió los ojos ya no podría volver a dormir tranquilo -completa-.
Yo oigo su retahila de consignas mayofrancesas un poco distraidamente y a la bartola porque voy más o menos concentrado en que el caballo termine de pasar por esta zona baja y llena de tacurales, vizcacheras, pozos y otras calamidades y porque a la luz del "cumpliremos y haremos cumplir" me viene el recuerdo del tío Cámpora, en Rosario, en la bajada Sargento Cabral explicando vehementemente a la multitud que "si votamos somos compañeros, de lo contrario seremos montoneros".
Qué significa -me dice gesticulando con la mano que no lleva la rienda- en estos días el once de marzo del setentaitres, decime -me dice- qué crees vos que significa el once de marzo si no es la voluntad inclaudicable de las masas populares -pontifica- de sumarse al cambio de una vez por todas, la ocasión que nos arrebataron, el inicio tronchado por los traidores de antes, traidores de siempre, de una nueva era, un nuevo amanecer, un horizonte de justicia, un país mejor, una patria con justicia, una armonía nueva, un principio que hubiera sido groso -especula- si nos hubieran dejado.
Yo lo oigo, callo, pienso si realmente hubiera sido una nueva era o una versión criolla del Kmer Rouge, pero me distraigo porque me acuerdo de unos que cantaban en el setenta y tres un cantito que decía algo de la farolera, esa que se enamoró de un coronel: "vieja farolera, decían, a vos te va a agarrar, la guerrilla montonera" y yo no sé si me resulta gracioso pero un poco de risa me da, aunque no deje de preocuparme por el caballo, porque como ha visto el caballo que el terreno difícil se termina, empieza a apurar el paso y entonces yo trato de contenerlo para que no empiece a galopiar entre los tacurales así yo no voy a parar entre las hormigas y las hormigas no me pican, pero ignorando todo esto, acaso porque yo no supe contarle lo de la farolera del 73, con un tono cada vez más dramático mi compañero (¿estará bien nombrarlo de esta manera?) sigue hablando del gobierno de Cámpora.
Que todos los ministros eran gente decente, dice, que el ministro del interior había impulsado la misma madrugada del 25 el decreto que legalizó la liberación de los rehenes de la dictadura, que el ministro de relaciones exteriores confraternizaba con Dorticos y Allende, que el ministro de educación tenía como asesores a nuestros compañeros, que todo parecía finalmente encarrilarse en esos días -dice- y mientras eso dice va subiendo de tono y vuelve a su rostro lleno de arrugas, marcas, cicatrices y pliegues varios una especie de tono juvenil resultado tal vez del entusiasmo. Tan grande es su vocación de evocar que cuando llegamos al fin de la zona baja y llena de tacurales donde el terreno se hace plano y salpicado de pajas bravas él sigue hablando pero yo ya no lo escucho porque montando un caballo brioso no me permito contenerlo, y salgo al galope, al viento, al horizonte.
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