Domingo, 25 de febrero de 2007 | Hoy
CIUDAD › APROPIACION DEL ESPACIO URBANO PARA MEJORAR CALIDAD DE VIDA
Rosario fue elegida para llevar adelante el programa "Ciudades seguras" de Naciones Unidas. La experiencia piloto se realizó en zona oeste.
Por Sonia Tessa
El sol va cayendo en la amplia zona de bulevar Segui y Garzón. Niños y jóvenes juegan a la pelota en las canchas del club Paulo VI, y enfrente, en el centro comunitario. "Por lo menos los padres saben dónde están", dicen las mujeres del barrio sobre esas actividades deportivas. Más las inquietan los pequeños grupos de jóvenes que se van armando para tomar vino o cerveza en distintos lugares del barrio. El calor es pegajoso, espeso, y está agravado por los mosquitos. Los pequeños basurales que se forman en zanjas y bocas de tormenta no mejoran el panorama. Las veredas son una utopía, y los yuyos crecen a su aire. Un grupo de mujeres algunas del barrio y otras forasteras caminan lentamente, y hacen anotaciones. Son objeto de miradas curiosas de los vecinos. La caminata las lleva a la calle que separa al club del gran terreno baldío, lleno de pastizales, cuyo extremo está ocupado por la otra cancha, construida por la agrupación popular Barrios de Pie. El camino se parece a una trampa. "Es un peligro continuo", lo define Margarita Genes, consejera del Presupuesto Participativo Municipal e integrante de la vecinal 13 de Agosto. A simple vista se percibe que caminar esos 100 metros es una aventura: no hay ninguna casa para pedir ayuda, sólo pastos de un lado y un paredón del otro. "Acá roban motos, bicicletas, autos, la ropa, te dejan desnudo", cuenta Norma Pantano, otra de las vecinas. "Nos sentimos abandonados", sintetiza.
La caminata de reconocimiento es parte del programa "Ciudades seguras: violencia contra las mujeres y políticas públicas", que desarrolla la Municipalidad junto a la Red Mujer y Hábitat de América Latina (CICSA) y UNIFEM, la agencia de Naciones Unidas para las Mujeres. Rosario, Bogotá y Santiago de Chile son las ciudades elegidas. Y aquí, la experiencia piloto es en la zona oeste, porque sólo en ese distrito funciona la red de mujeres.
Es la primera vez que caminan, y lo hacen junto a una representante de Servicios Urbanos del Distrito Oeste, que toma nota de la falta de luces, las veredas inexistentes, los basurales. "Lo que realmente nos ha movido es juntarnos las mujeres para conocer nuestros derechos y saber a quién reclamarle para que se cumplan", enfatiza María Esther Romero, de 76 años. La actividad es coordinada por Maite Rodigou, Laura Hurt y Mara Nazar, de CICSA, con Soledad Pérez, de UNIFEM. Participa también la fotógrafa italiana Michela Colasanti, también de la agencia multilateral. "En todos los países hay periferia. Pero son diferentes", expresa a la vuelta del concluyente recorrido.
"En esta esquina estaba mi hijo esperando el colectivo a la madrugada. Tenía que hacerse un análisis porque es diabético, y lo robaron. Le sacaron la plata y el reloj", cuenta María Esther. Por Magallanes y Biedma pasan las líneas 122 y 125. Por Rouillon circula el 110. Pero el recorrido nocturno elimina ese conglomerado de barrios que se levanta después de Seguí y Rouillón. Y hasta las 8 de la mañana, pasan sólo cada hora. "Estamos con todo anormal: la inseguridad, la basura, el transporte. Me dio bronca cuando vino el intendente, al que considero buena persona, porque yo estaba esperando para hablarle de todo esto, pero se fue para otra zona del barrio", continúa Norma.
En barrio Hipotecario viven 850 familias, en Bolatti 155, el Fonavi, que los vecinos llaman "provincial" aloja a otras 122 familias. El barrio Libertad, de chalés verdes, tiene 73 familias. Después vienen las zonas que llevan número. "En el sector 8 hay 60 familias, en el 7, 38; en el 6, 34; en el 5, que quiere entrar a nuestra vecinal, tenemos 14, después está La Lagunita, que tiene 300 familias y el plan Hábitat, con 35", enumera con paciencia Margarita. Son más de 1600 familias, la mayoría numerosas. Un cálculo conservador (5 personas por familia) arroja más de 8.000 habitantes. La referente vecinal muestra un paredón y dice que los vecinos que residen detrás de esa construcción "no pueden salir de sus casas después de las 17". Es por temor a los robos.
Tampoco pueden pedir comida. "Si llamás a una rotisería, a una pizzería, o a una cadetería, no viene. Mi tía es socia de una farmacia, y sólo le traen los remedios al mediodía. Si tenés una emergencia, emergencia (subraya el sustantivo, como si la definición debiera acentuarse con peligro de vida para lograr atención), viene la ambulancia, pero antes pasa por la seccional 19, porque sólo llega acompañada de la policía", relatan entre todas, sumando experiencias para encarnar la definición de "zona roja". Ellas, como tantos otros vecinos, son rehenes. En su propio barrio.
El miedo es constante. El puñado de mujeres que se acerca a la vecinal -donde la falta de participación es una queja permanente-, saben que ellas son las más afectadas. "Son las que más actúan, las que más trabajan, están más expuestas a la calle. Llevan los chicos a la escuela, trabajan, estudian", enumeran en tercera persona las mujeres.
La idea de las caminatas es que las participantes identifiquen las falencias urbanas que profundizan la inseguridad, para que el Estado les de respuesta. El programa propone respuestas bien diferentes de la mano dura o la tolerancia cero, y parte de entender que la apropiación del espacio urbano mejora la calidad de vida.
"Nosotras queremos ir a la placita, queremos tomar mate ahí, y vamos a hacerlo", promete María Esther. El espacio verde está ocupado, después del atardecer, "por los jóvenes que toman alcohol, se drogan, hay parejas, de todo", señala.
"La idea de esta primera caminata fue sistematizar lo que se ve. Ver los problemas principales y cuáles serían las respuestas", explica Rodigou. Desde su lugar, María Esther completa: "Pienso que si prestamos atención y lo hacemos con conocimiento, no va a hacer falta tanta teoría".
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