El estreno de Romancito, la inauguración de la Sala La Escalera y la presencia de la autora Cecilia Propato avalando el reestreno de su obra, son logros que caracterizan el proyecto teatral iniciado hace años en esta ciudad por el director Carlos Romagnoli. En una puesta totalmente despojada, diseñada por el propio director con el aporte en utilería y maquillaje de Lucrecia Bonfils, el juego dramático está servido para que el texto de Propato circule en un apretado espacio por el que transitan los cuerpos de Adriana Felicia y Cristian Bosco. Un texto que grita permanentemente el obstinato de una ausencia mientras se desgrana el acotado universo de Luisa y Francisco que se parece tanto al de muchas familias que envejecieron en la agonía de la espera.

La obra es una de las pocas que reflexiona acerca de la ausencia de los hombres en los momentos decisivos y trágicos de nuestra historia y el rol jugado por las madres y abuelas, auténticas hilanderas de una identidad que todavía se sigue reconstruyendo.

En todo caso la violencia de Francisco y la persistencia de Luisa son algunos indicios para rearmar el lascerante tejido familiar por el que se filtraban los primeros indicios que justificaron la barbarie y el posterior silencio. La puesta guarda una sorpresa para el final que es uno de los aportes del director al texto original ;logrando un desenlace que reabre el debate y nos involucra a todos en una historia que todavía está por escribirse.

Romagnoli mixtura ciertos climas del realismo con algunos contrastes del absurdo que son efectivos pero que en ciertos pasajes, tensan demasiado los registros de los actores. Hay por momentos cierta redundancia entre la potencia dramática del texto y las acciones dramáticas correspondientes, que le restan cierta credibilidad a los personajes más allá del esfuerzo y los recursos de los actores.