Jueves, 7 de enero de 2010 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › GRANDES NOMBRES PARA LA PERFECCIóN NARRATIVA
Por Leandro Arteaga
Dos grandes nombres del cine son los responsables de permitir el detenimiento de un primer recuerdo, a partir del racconto sobre las películas del año. Porque Bellamy es Chabrol y es Depardieu. La mímesis entre director, personaje y actor. Claude Chabrol filma por primera vez con Gérard Depardieu bajo la inspiración divina de Georges Simenon y nos brinda un film perfecto (otro de los muchos que realiza), de pulso narrativo admirable, de saber sobre el género policial y sobre el hacer cinematográfico. En otra línea y también, porque Oliveira es Buñuel y es Piccoli. Belle toujours es el homenaje que el realizador portugués, Manoel de Oliveira, realizara al inmortal film de Luis Buñuel, Belle de jour, con uno de sus mismos protagonistas, Michel Piccoli. Otra lección de cinefilia, de artesanía, de reconocimiento cinematográfico deudor.
Otros realizadores longevos, igualmente admirables, son Clint Eastwood y Ettore Scola. En referencia al primero, destacar Gran Torino y su vuelta de tuerca sobre el mito del pistolero norteamericano. Un Harry el Sucio reversible, que ha visto demasiado y que sorprende con una frescura que bien harían en atender tantos apasionados por la animación CGI y sus efectos vacíos. En cuanto al segundo de ellos, y aún cuando se trate de un film demorado y de un director que dice ya no encontrar motivaciones (culpa de estos tiempos tristes y poco románticos), Competencia desleal (2001) es lección de narrativa dialéctica, sentida tanto por el personaje como por el espectador, situada entre las miserias a las que se ha arrojado el ser humano en tiempos de fascismo.
La denuncia que el film de Scola expone también permite recurrir a Katyn, de otro realizador extraordinario, Andrzej Wajda, quien expone sus propias vivencias ante la tragedia familiar y social que supuso la masacre de prisioneros de guerra polacos por la policía secreta soviética. La remembranza del hecho, la necesidad de traducirlo en imágenes y de narrarlo a las nuevas generaciones es, a su vez, el mismo planteo que anida en The Reader, de Stephen Daldry, con una Kate Winslet que demuestra ser una de las mejores actrices del momento. Lo que se ratifica también desde su participación en Sólo un sueño, de Sam Mendes, film que es contrapunto respecto del sueño americano y de la pareja romántica de Titanic, dado también el protagónico de Leonardo DiCaprio.
El tacto de sensibilidad crítica, siempre admirable, lo volvemos a encontrar en El silencio de Lorna, de los hermanos belgas Jean Pierre y Luc Dardenne. Otro reencuentro feliz lo produjo el realizador francés Laurent Cantet con su notable film ensayo sobre las aulas educativas de las afueras parisinas: Entre los muros. Analogable también al mérito que supone Cous cous, la gran cena, del tunecino Abdellatif Kechiche, usual punto de vista crítico sobre los márgenes de la luminosa Francia.
El policial francés conoció una de sus facetas más oscuras con MR 73: La última misión, de Olivier Marchal, con un Daniel Auteuil magnífico, así como caído en un infierno sin redención. Por su parte, Enemigos públicos, del norteamericano Michael Mann, devuelve el mito de Dillinger desde los rasgos de Johnny Depp con un pulso narrativo que es puro disfrute. Altura de narrador consumado, de storyteller. Cuya artesanía también demostrara Sam Raimi con Arrástrame al infierno, vuelto a sus orígenes de cine clase B, con monstruos pegajosos y sangre que salpica. Un encanto similar es el que desprende Sector 9, de Neill Blomkamp, cuya ciencia ficción de presupuesto suficiente descarta la frivolidad de tantas producciones similares y megalómanas, a la vez que devuelve una mirada refrescante sobre el género.
Las mejores animaciones fueron obra del stop motion de Henry Selick y su Coraline y la puerta secreta, más la bienvenida costumbre anual y digital de los estudios Pixar con Up: una aventura de altura, ambas películas lejos de la histeria de tantas otras animaciones actuales.
Entre films magníficos como El último verano de la boyita (Julia Solomonoff), El sueño del perro (Paulo Pécora), La ventana (Carlos Sorín), el cine argentino ha conocido propuestas disímiles, brillantes. A las que se suman El niño pez (Lucía Puenzo) y Mentiras piadosas, viaje al mundo cortazariano desde la mirada de Diego Sabanés.
Entre tantos títulos más que el espacio obliga a minimizar (El luchador, Goodbye Solo, Milk, Rumba), culminar por destacar una de las mejores películas del año y de Pedro Almodóvar: Abrazos rotos, con una concejala antropófaga que, ojalá, alguna vez tengamos como candidata electa.
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