Esa tarde volví al camino del campo de Morante. Busqué algún rastro que me permitiera recuperar algo de lo que había olvidado, reconstruir el paisaje de la infancia. Fue inútil. Pero no sé si los recuerdos que yo podía tener, los que podía recuperar, iban a hablarme del lugar. Porque los recuerdos hablan más de quienes los guardan que de aquello que evocan; por eso no hay memoria que coincida con otra, porque el recuerdo reconstruye el pasado en base a experiencias y percepciones intransferibles y ante cada episodio, por mínimo que sea, nuestra atención y nuestra memoria configuran una selección única.

Y sin embargo, yo podía seguir el camino sin equivocarme una vez. Salir a la calle ancha que lleva al arroyo del Medio y a la provincia de Buenos Aires y doblar correctamente a la derecha, hasta el cementerio de Molina. Había otra memoria, más importante que la que yo pudiera guardar, y era la memoria inscripta en el mismo camino, en la tierra y en mis propios huesos.

(Osvaldo Aguirre, Oratorio Morante, 2012, Editorial Municipal de Rosario, páginas 75 y 76).