Lun 07.05.2007
rosario

DEPORTES › LA HISTORIA DE CARDOZO, EL IDOLO DEL PARQUE

Y eso que no quería jugar

› Por Alejo Diz

Hizo el gol del triunfo y fue la figura. Pero no fue la tarde soñada de Oscar René Cardozo. Porque Tacuara ni siquiera había pensado en ser jugador. Nadie lo llamaba para patear un rato en la calles de su Juan Estigarribia natal. "Me veían muy grande", lanza como especulación el goleador leproso. Sus movimientos lentos no seducían ningún ojo clínico. Incluso, hasta hace un año atrás, cuando era un hecho su contratación a Ñuls, se hizo difícil conseguir referencias profesionales del entonces goleador del Nacional de Paraguay. "No sabría que decirte", se había sincerado Santiago Salcedo, su efímero compañero de ofensiva en el parque Independencia. Pero resulta que Cardozo es el hombre que le dio vida a Ñuls en el clásico, con una estimable mano de su coterráneo Justo Villar.

Le gusta el chipá pero no es un gran afecto al tereré. Le escapa a los micrófonos, quizá porque nadie le pregunta en guaraní. Su vocación es hacer goles, eso dice. Y eso hace. Aunque años atrás pocos le creían la confesión de su oficio.

Cuando el Ñuls del Tolo Gallego daba pelea en el Apertura del 2004, Cardozo recibió la noticia de la consagración: iba a jugar en la Primera del postergado equipos El Nacional de Paraguay, sobreponiéndose a la indiferencia de muchos que se negaban en ver en esa espigada y indócil figura un jugador de fútbol.

Cruzó la frontera y vino a Ñuls. Nadie lo conocía. Villar y Salcedo no sabían que decir del nuevo nueve. A días de su arribo debutó con un gol de media cancha a Vélez. Desde entonces el marginado de Estigarribia construyó una historia deportiva que ayer, por caso, lo llevó a ser la gran figura del clásico, tanto en la previa como en el post encuentro.

En el primer tiempo renegó con Azconzábal. Pero al ex Estudiantes le pudo ganar por arriba. Alvarez le sacó un cabezazo y el otro se fue desviado. Algo ansioso, en las primeras que tocó dentro del área las terminó con zambullida al césped de muy mal gusto. Por ello Furchi lo amonestó. Aunque luego le bajó una pelota a Zapata (tiro en el palo), otra a Cejas y lanzó una volea a la tribuna con su característica ortodoxia.

En los últimos 45 minutos lo marcó Raldes. El boliviano le redujo libertades. Lo hostigó en la marca y le ganó seguido. Menos en una: en la corrida al gol. Su gritó sonó a revancha por su expulsión en el anterior clásico. Alzó la vista y buscó a sus padres, quien, al fin de cuenta, fueron los únicos que creyeron en él y por eso se llegaron al Coloso.

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