Viernes, 2 de octubre de 2009 | Hoy
El beso, sea inocente piquito o húmedo intercambio de lenguas, es una frontera a la que es fácil llegar con cualquiera, sea cual fuere la orientación sexual de los labios en cuestión. Así sucede al menos entre las chicas, que andan besuqueándose en películas, canciones, promociones y producciones de moda, siempre explicando –así son las reglas del espectáculo, la cuota de lesbianas no debe exceder la excepción (una, a lo sumo dos)– lo que sintieron y recordando cuán heterosexuales son. Entre los varones la cosa es más díscola: se besan menos, se quejan más –ay, las barbas– y a veces hasta se quedan con las ganas. Besos queer: ¿estrategias de marketing o pequeños desvíos que sólo confirman la norma?
Por Mariana Enriquez
Este año, la hermosa Drew Barrymore debutó como directora de cine. La película se llama Whip It, es sobre una chica que no logra encajar en su pueblo chico y encuentra una salida a su claustrofobia como jugadora de patinaje sobre ruedas. La protagonista es Ellen Page, la actriz de Juno y Hard Candy, que hace poco hizo un sketch acerca de su sexualidad en “Saturday Night Live”, porque de ella se rumorea con fuerza –y sin una negativa de su parte– que es lesbiana. La campaña publicitaria de la película aprovechó y explotó este rumor intensamente: en fotos, Ellen y Drew aparecieron posando juntas, juguetonas y sexies, pero la foto más importante fue la que las encontró en un beso, un beso de ojos cerrados y expresión seria, casi un beso de amor. Whip It, la película, no tiene referencias lésbicas: se trató nomás de promocionarla así. De Drew Barrymore se dice –ella dice– que es bisexual, aunque nunca se le conoció novia, y sí muchos matrimonios, todos con hombres.
El beso entre famosos del mismo sexo es una de las grandes prendas publicitarias del momento. No importa, claro, la identidad sexual de las personas reales detrás de las estrellas: sólo saber que dos bellas actrices (casi siempre son actrices: el beso entre hombres es otra historia) van a besarse dispara fantasías, morbo, placer anticipado y muy, muy pocas críticas de sectores conservadores, parte central del éxito de la estrategia. Esta misma semana se hizo otra vez: acaba de estrenarse Jennifer’s Body, la comedia de horror oscuro protagonizada por la espectacular Megan Fox y escrita por Diablo Cody. Allí Megan besa a la actriz Amanda Seyfried y, cuando se supo del encuentro de labios entre las beldades, fue la locura. Las declaraciones empezaron a llover: el beso lésbico o gay entre actores-actrices que se manifiestan heterosexuales siempre exige la explicación posterior sobre qué se sintió, si gustó, si se va a repetir. Amanda dijo: “Siempre me siento incómoda en las escenas de primer beso, sea con hombre o con mujer, pero en esta ocasión fue aún más difícil, porque me sentía intimidada por Megan, me preocupaba que ella me juzgara”. Es que Megan, claro, es hoy mismo la mujer más hot de Hollywood, la heredera de Angelina, hoy dedicada a Brad, los chicos y el trabajo humanitario (aunque se permite sus ratos, cuentan los tabloides, para encontrarse con su amante mujer de siempre, la modelo Jenny Shimizu). Como sea, Megan estuvo muy contenta con el beso, y subida a la ola que no para de elevarla, confesó su bisexualidad –a los 18 habría estado de novia con una stripper rusa, y durante mucho tiempo, obsesionada con la legendaria actriz porno Jenna Jameson.
Y hace bastante poco, también, el grueso de la promoción de la última película de Woody Allen, Vicky Cristina Barcelona, se basó en el beso de las escandalosamente lindas Scarlett Johansson y Penélope Cruz. Que fue toda una decepción: las chicas juntan labios en un cuarto oscuro (una de ellas quiere ser fotógrafa), no se ve nada, es breve y enseguida se les une Javier Bardem y se pasa de escena lésbica a trío. Pero del mínimo beso se habló hasta por los codos. A Penélope le preguntaron quién besaba mejor, si Scarlett o Charlize Theron (a quien también besó en una olvidable y olvidada película de 2004, Head in The Clouds). Contestó: “Como sea que responda a esa pregunta, me voy a meter en un lío. Las dos fueron compañeras hermosas”. Scarlett fue más locuaz: “Todos quieren saber cómo fue el beso, y debo decir que fue más agradable que con un hombre, porque Penélope no tiene vello facial. Fue más lindo que besar a Jonathan Rhys Meyers en Match Point, otra película que hice con Woody. Besarlo a él no fue malo, pero tuvo que afeitarse en medio de una escena, porque me pinchaba con la barba. Pero el beso con Penélope no fue sexy. Había 20 camarógrafos a nuestro alrededor comiendo salame”.
Las chicas pueden decir que un beso con su coestrella fue agradable, cosa que los hombres no tienen tan permitido. Es que el beso casual entre chicas está en un momento celebratorio y hasta tiene himno: “I Kissed A Girl”, la canción de la estrella pop norteamericana Katy Perry, que vendió más de tres millones de copias en su país, incluso con la industria discográfica en decadencia. Dice la canción: “Esto no fue lo que planeé, ni mi intención/ Me envalentoné, con una bebida en la mano perdí la discreción/ No es lo que acostumbro, quiero probarte/ Siento curiosidad por vos, me llamaste la atención/ Besé a una chica y me gustó/ El sabor de su lápiz labial de cereza/ Besé a una chica para probar/ Espero que a mi novio no le moleste”.
Es un juego, se aclara una y otra vez. Siempre está el novio por allí agazapado. (Katy Perry tiene uno, claro). Dice que el tema surgió como homenaje “a la mágica belleza de las mujeres”. Quien probablemente dio la vía libre para el ingreso del jugueteo lésbico en el pop fue –cuándo no– Madonna, con aquel ya famoso besuqueo a Britney Spears y Christina Aguilera en los MTV Movie Awards de 2003. Ella dijo: “Fue una cosa de reina, digamos. Yo soy la estrella pop mamá y Britney es la bebé, y le paso mi energía. Como en un cuento de hadas, en un mito”.
Y hace dos semanas, con algo de pudor, se usó un beso entre mujeres para darle todavía más publicidad a la exitosa nueva película Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro. Es el beso –corto, pero en primer plano– entre Ana Celentano y Juana Viale. No hubo mucho escándalo, pero Juana habló del tema y dijo: “Tuve que hacer un desnudo y besar a una mujer, pero ninguna de las dos cosas fue complicada en absoluto. Mucho más difícil fue interpretar a una mujer golpeada; eso fue incomparablemente más fuerte”.
No es el primer beso entre chicas en el cine y la televisión locales. Pero, como suele suceder, todos los besos son distintos.
Están los besos finos, digamos. El de Inés Efrón (Candita) y María Onetto (Verónica) en la soberbia película de Lucrecia Martel La mujer sin cabeza, que se estrenó el año pasado. Y otra vez el de Inés Efrón y Mariela “Emme” Vitale en la película El niño pez de Lucía Puenzo, que se conoció este año. Pero hay más besos, mucho más populares, algunos un poco escalofriantes. Como los que se dieron por todos lados en el 2007 Moria Casán y Graciela Alfano: el más importante tuvo lugar, claro, en “Bailando por un sueño”, la gran vidriera de Marcelo Tinelli. El beso puso fin a una temporada en Tribunales (una parte de la farándula local tiene pasión por la judicialización).
Pero la gran vedette besadora es la menuda María Eugenia Ritó: alrededor de 2008, Ritó besó estrepitosamente a Ernestina Pais en “Mañanas Informales” (el programa de las mañanas de Canal 13 que condujo Jorge Guinzburg hasta su muerte y después fue reemplazado por Ernestina) y repitió con Viviana Canosa en “Los profesionales de siempre”. Ahí habló: “Torta no, chicos. Yo soy una persona bisexual desde el sentido de que gusto a hombres y mujeres. No soy lesbiana. Soy muy avasallante y voy al frente”.
Ahora mismo, Ritó está ayudando a levantar el alicaído rating de “ShowMatch”: el programa de Marcelo Tinelli no está teniendo un buen año, ni siquiera con los musicales y los pases de factura de Graciela Alfano a su ex Matías Alé. Acaban de encontrarle la vuelta, sin embargo, y otra vez el programa está en los 20 puntos de rating. Escribía la semana pasada Florencia Canale en el diario El Argentino: “La bastonera caliente e iniciática fue la siempre diminuta y explosiva María Eugenia Ritó. Emulando a una geisha rubia, la vedette se dejó lamer las piernas bien abiertas por el cuerpo de baile femenino... Como nunca y más que nunca, las figuras invitadas debieron besarse en primerísimos primeros planos con chicas... Nicole Neumann, rodeada de pelambres largas y rubias, se dejó besar con placer por una bailarina, mientras otra le tocaba una lola... Una Naza (Vélez) algo más rotunda también hizo de las suyas. Además de practicar un trío femenino y besarse de una a otra, finalizó su cuadro arrojándose una botella de leche sobre el cuerpo”.
Hubo, antes, otro tipo de besos entre chicas que son casi mitos en la TV argentina. En 2002, Carolina Pelleriti y Eugenia Tobal fueron Marisa y Silvina en la serie de Pol-ka “099 Central”, sobre una unidad especial de policías y sus vicisitudes. La pareja de las chicas fue pionera en pantalla chica, y muy celebrada. Eugenia Tobal, en su momento, salió a desmentir que su identidad sexual fuera la que interpretaba en pantalla: “Por la calle las mujeres me gritan ‘te parto la boca’ o hay damas que me dicen ‘me enamoré de vos’. Pero a mí me gustan los hombres bien machitos”. Poco después, Eugenia repetiría personaje lésbico en episodios de “Mujeres asesinas”, donde se besaba con Inés Estévez en uno y con Leticia Brédice en otro. “Mujeres asesinas” fue un programa pródigo en besos lésbicos, incluso de manera preocupante, porque parecía unir constantemente lesbianismo y crimen o locura. Muchas actrices jóvenes y bellas hicieron sus armas ambiguas allí, como por ejemplo Romina Gaetani –besada por Florencia Raggi y Carla Peterson– o Celeste Cid, besada por Nancy Duplaá.
En Estados Unidos, toda serie que se precie debe tener su beso lésbico sin necesidad de tanta turbulencia –para prestigiarse y para promocionar la temporada en que acontezca–. Es un subgénero, y se llama sencillamente “episodio con beso lésbico”. Algunos de los más célebres: el de Sarah Jessica Parker (Carrie) y una chica llamada Dawn (interpretada por Alanis Morrissette) en “Sex & The City”, y el de Jennifer Aniston (Rachel) y Winona Ryder (de actriz invitada) en “Friends”.
Si los besos entre chicas son cada vez más populares, y cada vez más útiles para los estudios y compañías que publicitan, no sucede lo mismo cuando los que unen sus labios son varones. La escena sensual lésbica es una fantasía aceptada del heterosexual varón; el miedo de ser rumoreado como gay es mayor entre los hombres (bien por homofobia o porque les resulta menos efectivo comercialmente) y hay pocas mujeres heterosexuales que confiesen gustar de un beso entre muchachos. Cuando se hace, en general no es por jugueteo: se trata de actores haciendo personajes serios. Aquí entran los firmes, toscos y hermosos besos de Heath Ledger y Jake Gyllenhaal en Secreto en la montaña de Ang Lee. Aunque ambos muchachos estuvieron bastante dignos en el comentario sobre las escenas íntimas, los besos tuvieron que explicarlos: es lo que se estila. Dijo Jake: “Fue como usar exfoliante. Fue más agresivo que con una chica, y físicamente más fuerte. Nunca me atrajeron sexualmente los hombres, pero no me daría miedo si pasara”. Años antes, Jonathan Rhys Meyers y Ewan McGregor se habían besado en primerísimo plano y en silencio para la carta de amor al glam rock de Todd Haynes, Velvet Goldmine (1998). El lindo Jonathan tuvo opiniones diferentes en dos etapas de su carrera: entonces, cuando recién empezaba y era un jovencito, dijo que le había encantado besar a Ewan McGregor. Hace poco, ya no estaba tan seguro: “Estoy orgulloso de haber sido el primer hombre en besarlo en pantalla, pero no fue muy agradable. No se afeita y fuma mucho”. (Lo de la barba es una objeción demasiado frecuente.) Jim Carrey, que acaba de besar a Ewan en la a punto de estrenarse I Love You Philip Morris, está, en cambio, de lo más contento: “Fue un sueño hecho realidad”, dijo. Pero claro, Jim es un comediante.
El que también anduvo a los besos fue Gael García Bernal, que besó a su mejor amigo Diego Luna en Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón (2001), y a Fele Martínez en La mala educación, de Pedro Almodóvar en 2004. En su momento, se molestó un poco cuando le sugirieron que interpretaba a personajes gays porque era cool. “No entiendo por qué es un tema. Para mí no es un problema, y creo que es algo muy norteamericano. En México, no confunden al actor con el papel. Quiero decir, nadie piensa que Al Pacino es policía.” Por lo menos no recurre al tema de la barba. Tampoco lo hace Colin Farrell, que besó a su compañero Dallas Roberts en la adaptación para cine de Una casa en el fin del mundo (2004), el clásico gay contemporáneo de Michael Cunningham. “Me resultó muy incómodo. Adoro a Dallas y me llevo muy bien con él, pero no lo disfruté. Me enseñó lo que ya sabía: que no me gusta besar chicos. Me resulta tan repulsivo como debe resultarle a un hombre gay meter su lengua en una concha, digamos.” Bestia, Colin. Pero si lo tratan de homofóbico, enarbola dos pruebas de que nada que ver: la primera, que su hermano adorado es gay. La segunda, que cuando estaba filmando Miami Vice (2006) en Montevideo, se hizo una escapada a Niceto Club (aquí en Buenos Aires) y besó en la boca y con efusión a Diego Armando Maradona, el besador más grande de la Argentina, el hombre que instaló el beso en el fútbol con sus chupones a Claudio Paul Cannigia (inolvidable aquel con la camiseta de Boca y un Diego de rodillas), Tinelli y su entonces manager Guillermo Coppola, que todavía se emociona cuando recuerda los años de amor con el 10.
Tantos, pero algunos incomprensibles: ¿por qué no se besan Mary Stuart Masterson y Mary Louise Parker en Tomates verdes fritos, si esas mujeres están tan enamoradas? ¿Y por qué no van más allá de los rumores Shirley McLaine y Audrey Hepburn en The Children’s Hour (1961)? Una pena que no se hayan dado el beso tan deseado River Phoenix y Keanu Reeves en Mi mundo privado (1991) de Gus Van Sant. Una estupidez que no lo hayan hecho Tom Hanks (Andy) y Antonio Banderas (Miguel) en Filadelfia (1993) –sobre todo teniendo en cuenta que Antonio venía de besar mucho con Almodóvar–, y una pena que no haya pasado al acto tanto homoerotismo reprimido en Promesas del Este (2007, de David Cronenberg) entre Viggo Mortensen y Vincent Cassel, sobre todo porque habría sido un portentoso espectáculo. (Igual, en cuanto festival se presentaron, Cronenberg y Mortensen se dieron entre ellos ese beso faltante; Mortensen es todo un besuqueiro a lo Maradona, y durante la promoción de El señor de los anillos se besó con Orlando Bloom y con casi todos los hobbits.) Aunque quizá los besos no dados más ridículos sean los de la ridícula épica de Oliver Stone Alexander: Colin Farrell es Alejandro de Macedonia y el bonito y un poco tarambana Jared Leto es su novio, Hefaestión. Sólo que cada vez que van a besarse irrumpe una de la esposas de Alejandro, o cambian de tema o son interrumpidos. (Gran pavada: ¿quién iba a interrumpir al gran conquistador, por todos los dioses?) Ni en el lecho de muerte del pobre Hefaestión concretan. Es tan obvio que el beso hace falta que corrió el rumor durante mucho tiempo de que Stone había cortado la escena. El encargado de tirar los rumores por tierra fue Jared Leto: “La escena no existe porque Oliver jamás hubiera puesto algo controvertido que distrajera la atención sobre la película. Nosotros queríamos hacerlo. Le insistíamos. Hubiera sido un gran beso. Qué digo: hubiera sido una orgía, pero no nos dejó”.
Una pena.
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