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Los pájaros de Camille Paglia

“Como la mayoría de los hombres gays y las drag queens, yo adoro a las perras de Hollywood”, escribe Paglia y deja en claro que su estudio sobre Los pájaros de Hitchcock es en realidad una carta de amor impúdica a su protagonista Tippi Hedren (“una obra de arte caminando”), que le parece irresistible desde la adolescencia. “¿Acaso hay algo más representativo de la moderna liberación femenina que una mujer vestida con elegancia corriendo a toda velocidad en un descapotable a campo abierto?”, sostiene y sabe que la pregunta retórica enfurecerá a activistas contra el modelo de chica Cosmo. Y así hay más, porque este ensayo es de alto voltaje polémico como todo lo que esta ensayista feminista aborda. Y la descripción de Hedren manejando la palanca de cambios con guantes de cabritilla está entre lo más pornográficamente incorrecto que se puede leer.

El ángel azul de Zoé Valdés

“Yo tuve un amor lésbico en la adolescencia que fue Marlene Dietrich”, confiesa la escritora cubana Valdés, y acto seguido relata la anécdota donde, dormida junto a su madre, en esa frontera entre el sueño y la vigilia, creyó tener a la Dietrich enfrente y le mordió los labios de un beso incesto-sádico-lésbico a su madre, corroborando que Edipo fue rey en su niñez. Y, queda claro, que este libro es otro ensayo como carta de amor lésbico, esta vez de alguien que usa su idolatría por una actriz para reinventar su biografía, para confundir la imaginación con su realidad y tramar una vía de escape de la Cuba revolucionaria de la que la escritora terminó huyendo. Exiliada en París, Valdés tiene a la diva alemana, a la Lola-Lola de El ángel azul, no sólo como fetiche glam sino como musa que la hizo escritora. Y este ensayo desnuda el prodigio de que escribir es, a veces, una forma de posesión sensual.

El gatopardo de Luis Antonio de Villena

La apología del ciclo decadentista de la obra de Visconti que realiza Luis Antonio de Villena, donde se regodea con la nostalgia por la excelencia monárquica, es digna de una reina, o de su versión carnavalesca, la drag queen, que es al mismo tiempo su parodia o su máxima expresión. Ensayo de tenor ultracamp, de exaltación puigiana en su arte de recontar las escenas de El gatopardo con el detallismo del esteta fetichista. Pero la prosa tiene como marco teórico frases sueltas de Pasolini, Lorca, Mae West y los dichos vulgares de una tía abuela del escritor, para quien la frivolidad era la forma de buscar la felicidad. Así sea. Hay, también, algo de gossip marica, y su más genial ejemplo es uno sobre el actor Helmut Berger: “Dicen que, tras la muerte de Visconti, el muy decaído Berger aparecía borracho en grandes hoteles, donde pretendía ser admitido como ‘la viuda de Visconti’”.

El mago de Oz de Salman Rushdie

Rushdie analiza una obra camp como si no tuviese las capas que la cultura gay le adosa según pasan los años. Sin embargo, su lectura lúcida se deleita con el artificio por sobre la realidad ascética de El mago de Oz: dicho de otro modo, Rushdie prefiere el viaje del brillo, del color, del decorado, de la magia, que la moralina del final con la vuelta al hogar en blanco y negro. Y nada más gay que su regodeo en la fuga imaginaria a ese Oz glam. Y también para él, el arco iris es la bandera del diverso, de la otredad, expresada a través de la canción que inmortalizó la andrógina Judy Garland: “‘Over the Rainbow’ es, o debería ser, el himno de todos los emigrantes del mundo, de todos aquellos que van en pos de un lugar donde los sueños más osados se hacen realidad. Es una celebración de la fuga, del escape, un gran peón al Yo desarraigado, un himno —el himno— a otra parte”.