Viernes, 20 de noviembre de 2009 | Hoy
CINE
Por Diego Trerotola
Otro año más, otra fantasía erótico-social: Bear Fantasy Night fue el nombre con el que este año se bautizó a la desbordada fiesta aniversario del Club de Osos de Buenos Aires, que reúne a la fauna gay gorda y peluda y a sus admiradores alrededor de todo el territorio nacional, y de varios países vecinos (y no tanto) que vienen a probar carne argentina. Pero nada de menú fijo, año tras año la oferta para alimentar la fantasía cambia de forma y color. Porque, como no podía ser de otro modo, el Club apuesta a subir el volumen, a duplicar la apuesta con salones cada vez más grandes, fiestas más infladas en propuestas: esta vez fue en un multiespacio de 2800 metros cuadrados con tres pisos, dos pistas, 20 artistas en escena. Una animalada, bah. Y si no, ¿cómo contener a tanta panza liberada de corsets? Asistir todos los años a estas fiestas es comprobar que los osos son la especie queer más mutante. La cultura osuna no sueña con ser eternamente joven y apolínea, más bien parece orgullosa de que los años no pasen solos, sino que vengan con cambios, y que la carne de chancho sea como la del oso, cuanto más feo más hermoso. Y, ahora, los años de historia del Club llegaron a la docena. ¿Que doce años no es nada? No, es mucho, muchísimo en la vida de un animal, y también es febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra, como cantaba Carlitos. Y esa noche, en la sombra del dark room, o de las pistas, se buscaba pero no se nombraba, porque el oso, en realidad, sólo gruñe: woof, es la onomatopeya clave con que hace oír su calentura al otro, con que expresa su celo bestial.
Esta vez, el Club de Osos regaló con cada entrada una pulsera con cuentas de los siete colores de la bandera osuna, pero pocos la usaron esa noche, tal vez con miedo a lucir una bijou por creerla “demasiado bala”. No importa, la idea de la pulsera fue genial, y también la de algunos que arroparon remeras futboleras, casi el nuevo grito de la moda osuna local, tal vez inspirado en el cada vez más osuno Diego Maradona (¿Dios es oso?) y su lengua sin barrera que reclama como fantasía sadomaso la mamada y la penetración homoerótica: sí, los osos también ya la tenemos adentro. Y adentro, esa noche, hubo una cantidad de personas que, a una hora de empezada la fiesta, ya rebasaban los 2800 metros cuadrados con carne osuna, en una multiplicación de participación tan parecida al crecimiento de este año en la Marcha del Orgullo. Y los que fuimos del primer grupo de Osos de Buenos Aires, hace doce años, no podemos dejar de sorprendernos de que unas veinte personas, que entonces nos creíamos y nos creían bichos raros, ahora veamos amplificarse nuestras ideas del cuerpo, del amor y del deseo de una manera tan festiva y multitudinaria.
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