Viernes, 11 de diciembre de 2009 | Hoy
ENTREVISTA
Osvaldo Sabino nació en Buenos Aires en 1950 y figuró entre los primeros militantes del Frente de Liberación Homosexual, estuvo desaparecido y luego expatriado en Estados Unidos, donde, además de una importante formación académica, desarrolló una obra en la que conviven el camionero que se inicia en el sadomasoquismo, el taxi-boy que se enamora de un cliente, la loca que va con la tía a la ópera y termina encerrada con un negro en el baño de un restaurante y muchos otros personajes ardientes.
Por Pablo Pérez
—Es que llegó un momento en que me saturó la literatura queer que mostraba a los gays sufriendo, víctimas, los gays que terminan muertos por el pecado nefando que cometen. Esa no es mi realidad ni la tuya. Vivimos una realidad muy distinta. ¿Te acordás de la obra The boys in the band? Fue una obra pionera de fines de los ’60 en Estados Unidos. Transcurre en una fiesta de locas, el cumpleaños de uno de ellos. Son todos los estereotipos más horribles que te podés imaginar. Se presentó acá en teatro como El extraño clan y cayó la policía la noche del estreno, se armó un quilombo en el Odeón, la censuraron ahí mismo. Ahí Harold, el personaje que cumple años –que tiene la cara picada de viruela, es feo, tiene todas las contras el pobre– en un momento dice: “Muéstrame un homosexual feliz y te mostraré un cadáver sonriente”. Eso me hizo reaccionar, me puse a pensar en las grandes obras, por ejemplo Las amistades particulares de Roger Peyrefitte, donde el chiquito se suicida, o en Fabrizio Lupo de Carlo Coccioli: después de tragarte una novela larguísima, al personaje lo atropella un camión. Los homosexuales nunca pueden ser felices. Yo vivo bien, estoy cómodo con mi vida. Y me dan miedo los finales tristes, por eso escribo finales felices. Entonces me digo: “¿Qué hago con todo esto?”. Por ejemplo, en el cuento del chico, un menor de edad, con el cura. Yo me revolqué con un cura de pendejo y no tengo ninguna culpa por eso, ni voy a decir que él me violó, los chicos son diabólicos también, mucho cuidado con eso, yo sé que al cura lo provocaba yo, sería muy putito, no sé. El chico del cuento lo provoca al cura, le cuenta sus sueños, le cuenta todo y lo disfruta, y el cura también, tiene un arte tremendo, los dos disfrutan al máximo y el chico queda con un recuerdo maravilloso.
—Sí, celebrar dos personas, celebrar dos cuerpos. Cuando salió El juguete erótico, llegué a Madrid y la encontré empapelada con carteles de publicidad del libro de donde tomaron una frase que pongo ahí: “El órgano más erótico del ser humano es la imaginación”. Cuando me preguntan cómo hacés para escribir literatura erótica, digo: “No me toco hasta que no termino el cuento”.
—Porque si me hago una paja se me corta toda la inspiración. Yo me recalentaba con esas historias, pero no viví ninguna. A veces, sin darte cuenta, escribís la historia de alguien que conocés. Por ejemplo, tengo un libro, que por ahora no está publicado, donde un personaje que decide salir del armario, le dice a la madre: “¡No me entraba, no me podía entrar en la cabeza que yo era gay!”, y la madre le contesta: “Ven, ven, siéntate. Yo soy una mujer grande, sin instrucción, no estoy preparada como tú, que tienes ya un doctorado, has vivido y viajado por todo el mundo. ¿Cómo no pudiste entender que la homosexualidad no es algo que no tiene que entrarte en la cabeza sino en el culo?”. Y todos me dijeron: “¡Eso es imposible!, ¡un delirio!”. Después que lo escribí, me acordé de que era la historia de un amigo y lo llamé para avisarle.
—Acá fue rechazada por todos. Me decían que el tema no interesaba. Salió en España y tuvo muy buenas críticas. Es lo que viví estando desaparecido, uno de mis temas más escabrosos, y acá en Argentina no se me considera porque soy puto.
—Fue por la militancia allí, por haber sido periodista, por mis amistades, por el mundo que yo vivía, por ser un intelectual. Yo estaba en la lista negra.
—En ese momento, estamos hablando del ’70, lo que queríamos era tratar de insertarnos en algún grupo político y empezar a tener participación. Había pasado Stonewall hacía poco, acá no había nada. El FLH fue el primer movimiento gay latinoamericano. Queríamos sacar una revista, buscar políticos que nos apoyaran, que se reconocieran nuestros derechos.
—Era difícil. En el Partido Comunista nos dieron una oficina, donde decía “Prohibida la entrada” y los miembros del partido no podían entrar.
—Claro. Casi todos los del FLH buscaban insertarse acá y allá, con uno y con otro, eso fue lo que me empezó a molestar, porque era como estar de rodillas. Cuando Perón echó a los montoneros de la plaza, estábamos allí. Habían dicho que nos dejaban marchar y cuando llegamos, todos se mantuvieron a tres metros de nosotros. Realmente no era una aceptación. Y después, Néstor Perlongher, que estaba siempre con la cosa de izquierda y llevaba todo al extremo, espantó a mucha gente.
—Se metía en la casa de una pareja de compañeros y la tomaba. Les decía que no tenían derecho a tener su casa. Un día uno le dijo: “Néstor, avisanos, porque nosotros tenemos nuestra vida también”. Y los echó de su propia casa y les pintó las paredes: “Chanchos burgueses”, “Decadentes”, cualquier cosa. Les rompió todo y se fue. Todo tenía que ser de todos. Con Jorge Alonso también, su casa era tomada no sólo para reuniones políticas sino también para fiestas, para culear y para lo que viniera. Hay fiestas que todavía recuerdo vívidamente.
—Te decían: “Desnudate o no entrás”. Y adentro era un cuarto oscuro, vos no sabías con quién estabas, te fumabas, te dabas con lo que querías, había todo tipo de drogas, en esa época la droga era muy pura. Y no sabías con quién habías tenido sexo ahí. Era una época anterior al sida, donde uno podía tener toda la libertad de todo.
—Son videos que empecé a grabar en el ’89. Hice entrevistas con Hermes Villordo, Carlos Archidiácono, Abelardo Arias, Carlos Correas, Renato Pellegrini, Ernesto Schoo y José María Borghello, que escribió una de las novelas gays más maravillosas que hay en la Argentina, La plaza de los lirios. De Carlos Correas yo no sabía que iba a ser tan fundamental, que es lo que estamos trabajando más apurado ahora. Carlos Correas era una figura oscura, una figura totalmente tapada, medio olvidada por todos, si no hubiera sido así no sé si hubiera llegado al final que llegó. Y la entrevista es maravillosa. La cita Sebreli en sus memorias porque Correas habla de su romance con él: “Sebreli era mi novia de barrio, hacíamos zaguán con Sebreli, caminábamos por las calles de Constitución...” Una versión muy distinta de la que cuenta Sebreli, eso se va a hacer público en poco tiempo. Y me habló de cosas fascinantes, como del mundo del Parque Retiro, cosa que yo no tenía idea, de las travestis legendarias de esa época. Y me contaba cosas que el camarógrafo, cuando salimos, me decía: “La puta que lo parió, me tengo que ir a hacer una paja, me dejó recaliente. ¡Qué hijo de puta!”. Porque contó cosas muy privadas, muy buenas.
—Sí, les costó mucho a todos, otro de los que se abrió fue Borghelo, fue un triunfo hacerle la entrevista y no sé cómo vamos a editarla porque falló el sonido. A cada rato decía: “Traeme un trago porque me muero, no puedo seguir sin tomar”, y después se hacía la loca, se hacía la Gloria Swanson: “¡Estoy lista, empiece a rodar, Mister DeMille!”.
OSVALDO SABINO ES AUTOR DE
LA MAQUINA DEL PLACER Y EL JUGUETE EROTICO, ENTRE OTROS. PARA LEER MAS SOBRE SU OBRA: HTTP://OSABINO1.HOMESTEAD.COM
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