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Viernes, 11 de diciembre de 2009

LGBTTI

Ser y parecer

 Por Patricia Suárez

Hablamos una vez, luego de que yo leo en público unos poemas. Me siento incómoda; leer poemas es algo que destesto. Igual, hablamos de los signos. El es de Géminis. Es pelado, de ojos grandes color miel, de contextura ancha, de voz suave y entre ronroneante y dubitativa. Está hablando con un grupo de intelectuales gays. Digo que Géminis es un buen signo. Luego me voy.

De vez en cuando lo veo atendiendo en el bar en diagonal a la librería.

Pasa un tiempo, un par de meses, tal vez más. Hay una lectura de teatro. Voy en grupo, somos cuatro o cinco mujeres escuchando teatro en el entrepiso de una librería pequeña, con un living amarillo donde una flor cuadrada, de papel rojo, se mece en un larguísimo florero de cristal negro y transparente. Sirven vino en minúsculos vasitos de plástico. El está por ahí dando vueltas, lo saludo con un gesto. En algún momento, él desaparece o yo desaparezco, no recuerdo. Me gustan demasiados libros que no puedo comprar; ese asunto me distrae.

En un momento se acerca, me cuenta que trabaja en el bar de enfrente. Los horarios en que atiende, la forma en que se mueve; lo estudio. Un día, lo sigo; está en un cyber. Lo alcanzo; me saluda lleno de cariño, admira mi vestido azul con rectángulos blancos. Dos días después o más vuelvo a pasar. Lo veo trabajando, lo veo abrazar a una mujer delgada y besarla, en la frente y en la mejilla, repetidas veces. Eso explica la alternancia de su interés y su desinterés, digo. Salen juntos del bar. Siento que mi corazón se hace pedazos.

Una o dos noches después, él me envía un mensaje. Quiere verme. Necesita hablar conmigo. Hay una fiesta; es noviembre y hay fiestas por todas partes. Quiere que lo ayude a organizar una. Le digo que sí, con gusto. Me invita a tomar una copa, a su trabajo. Hago todos los arreglos para tener la noche libre y voy.

El se llena de luz cuando me ve entrar. Me halaga la ropa, el pelo, los ojos.

Me corre la silla para que me siente, va hasta el mostrador y trae una copa de vino. Charlamos. Empezamos hablando de la librería, del clima de noviembre, la poca plata que corre a esa altura del año. Luego me pregunta si salgo con alguien. Le digo que no. El dice que él tampoco, está solo; ahora está solo, después de haber roto una relación de siete años. Sonríe. Dice que alguien le contó que yo escribo. Le digo que hago poemas. No son muy buenos. Entonces me pide que le escriba algo. Para el Día de la Dignidad Gay, dice. Miro su piel fina, blanca, deseada, digna.

Sí, le digo. No hay problema.

Qué linda sos, dice él.

Bebo la copa hasta el final, de un tirón.

Le digo: Tengo un amigo para presentarte.

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