Sábado, 26 de diciembre de 2009 | Hoy
A LA VISTA
Primer fallo que autoriza a una pareja de lesbianas a mantener visitas íntimas en el penal de mujeres de Ezeiza.
Sus nombres no se conocen. Ellas son G y R. Detrás de las iniciales hay nombres de mujer, aunque tampoco es posible saber qué tanto o qué tan poco mujeres se sienten ellas. Sí se sabe que son pareja y que las dos estuvieron detenidas en la cárcel de mujeres de Ezeiza, la Unidad Nº 3. Allí, en la tumba, se enamoraron. Allí habrán compartido pabellón y rancho, horas muertas y requisas, planes para después y recuerdos de cuando la vida transcurría afuera. G y R, como cualquiera de sus compañeras, tenían prohibido dormir juntas. A ese acto de amor y protección mutua, las guardias suelen sancionarlo “por inmoralidad”, aun cuando en la calle nadie pueda decirlo impunemente, al menos en las grandes ciudades donde, aun cuando se escuche ese anacronismo, también hay cada vez más voces dispuestas a poner en su lugar la salvajada. Pero adentro, la ley está suspendida. Adentro rige el poder absoluto del Servicio Penitenciario —no importa si es federal o provincial—, organizado en códigos, artículos y arbitrariedades que toman forma de ley para quienes quedan detrás de los muros y para sus familiares, amigos, amigas, parejas, seres queridos en general. Esa misma arbitrariedad que se jacta de su pulcra moral es la que impide que cualquier pareja que no sea heterosexual pueda tener intimidad. Incluso se “desaconsejan” —una manera encubierta de decir “se prohíben”— las visitas comunes entre personas detenidas y otras que ya recuperaron su libertad. G y R desafiaron esas leyes absurdas y pidieron ser reconocidas como pareja con todos sus derechos: visitas íntimas, tiempo compartido lejos de las miradas inquisidoras, visitas abiertas, visitas de cumpleaños. Litigaron junto a los abogados de la Comunidad Homosexual Argentina para conseguirlo y así fue. Son las primeras autorizadas a tener esa visita que alguna vez se llamó higiénica porque se pensaba en la descarga sexual de varones heterosexuales con las que llamaban sus mujeres como una cuestión de higiene. G y R volverán a tener un tiempo compartido sin que nadie las vea, no importa cuán desangelado sea el lugar donde se encuentren, lo que ellas buscan es reconocer el mapa de sus cuerpos, ese que dibujaron alguna vez en la intimidad de la celda y que ahora que una de ellas está en libertad volverá a dibujarse con planes nuevos, con recuerdos compartidos.
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