Viernes, 18 de junio de 2010 | Hoy
GLTTBI
Por José María Francos *
Transformarse en padre es entender que uno es mortal. Empezás a tomar conciencia de que estás acá de pasada. De ahí en más, tu vida tiene que ser obra buena, eso es todo lo que te queda. En mi caso, no puedo decir que tuve un sentimiento posesivo con respecto a mi hija. De hecho mi hija no lleva mi nombre: la paternidad en el sentido burgués de la palabra nunca fue parte de mi cultura. Esa cosa patriarcal de decir “Esta es mi hija” jamás funcionó para mí.
Toda la vida quise tener un hijo, desde muy chico. Durante un tiempo lo viví con angustia porque pensé que eso nunca iba a ocurrir, hasta que la vida (y los milicos) me trajeron a Estados Unidos y acá conocí una realidad totalmente distinta. En los ‘70, en California, había un movimiento lésbico muy fuerte y muy politizado, que creo que es el que marcó el movimiento político homosexual en general.
Empecé a trabajar en el Comité de Refugiados. Allí había gente de todos lados, y conocí a Freddie y a su compañera Kathy. Enseguida nos hicimos amigxs y ellas estaban pensando en la posibilidad de convertirse en madres: había bancos de esperma en la zona y ésa era una alternativa, pero también daba vueltas la idea de que la hija o el hijo tuviera la posibilidad de conocer a su padre. De manera que cuando me lo ofrecieron automáticamente dije que sí, sin pensarlo.
Hoy mi hija Dani tiene 29 años y dos hijos, un varón de 13 y una nena de 7.
No soy un padre en el sentido clásico de la palabra. La mía es una situación muy especial. Fue ir descubriéndonos mutuamente con los años, armar una relación de dos personas. Obviamente ella tiene mi sangre y nos une toda esa parte. Pero nos relacionamos porque nos queremos como las personas que somos y no porque somos padre e hija.
A los 14 años, mi hija tuvo una crisis, y ahí entramos en una cosa más personal, sin imponer ninguna estructura. Hubo una recepción muy grande de parte de ella y empezó a hacerme parte de su vida. Empezamos a establecer encuentros más frecuentes y crecimos juntos. Hoy soy parte de su vida y de la de mis nietos. Ser abuelo es una cosa maravillosa, totalmente diferente de ser padre. No sé cómo explicarlo: es tierno, es libre, no hay ninguna atadura, ni es tu responsabilidad principal sino puro disfrute.
Yo trabajo en el mundo del arte y desde ahí trato de cambiar este mundo de mierda. Desde esa trinchera lucho todos los días. A mi nieta menor también se le dio por el arte, entonces cada vez que hace una exposición en la escuela me avisan y voy. Pinta y esculpe, y la verdad es que me encanta cómo mira el mundo. Su aporte me alimenta.
Ser padre (y abuelo) entonces, ahora que lo pienso, no fue solamente la confirmación de mi mortalidad, sino una responsabilidad hacia la humanidad entera, porque ellxs representan la humanidad.
* Curador del área teatral del Yerba Buena Center of the Arts de California.
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