Viernes, 27 de agosto de 2010 | Hoy
El trazado de una vida es tan complejo como la imagen de una galaxia, decía Marguerite Yourcenar. Si la miráramos de muy cerca, advertiríamos que esos conjuntos de acontecimientos, esos encuentros percibidos sin relación entre sí, están vinculados por líneas tan tenues que al ojo le cuesta seguirlas; unas veces parece que no llevaran a ninguna parte, otras veces se prolongan más allá de la página. Esta cronología amorosa de la escritora francesa que marcó a fuerza de personajes mitológicos y heroicos la literatura del siglo XX es uno de los modos de acercarse a su galaxia, a su escritura casi siempre inspirada en tormentas pasionales y a sus modos de amar y ser amada.
Por Walter Romero
1903 Nace el 18 de junio en Bruselas, Bélgica. Su madre muere pocos días después de dar a luz. Esta escena trágica y nuclear domina —acaso veladamente—, con múltiples matices y derivaciones, tanto su vida como toda su obra.
1909 Marguerite toma desde pequeña como ideal humano y femenino a Jeanne de Vietinghoff, amiga y compañera de su madre y, a la vez, gran amor de su padre, Michel de Crayencour. Más allá de este arquetipo que Jeanne asume en toda su obra, Marguerite no tendrá complacientes opiniones sobre el feminismo, ni prestará gran atención a los personajes femeninos en sus ficciones. Será acusada de rechazar a las mujeres en sus novelas y de escribir una literatura más bien misógina, “proyectada” en personajes masculinos, “parecidos a los hombres que ama sin esperanza en la vida real: hombres a los que las mujeres no les interesan en lo más mínimo”.
1919 Su padre le regala en Navidad la propuesta de publicar su poema “Icaro”. había que buscar un nombre de escritora. Juntos juegan “a los anagramas” con el apellido Crayencour y se deciden por Yourcenar. De nombre eligen Marg, “liberado del indicio que lo feminiza”, y, a la vez, según ella misma, “curioso nombre andrógino que neutraliza misteriosamente su identidad sexual”. Como Marg Yourcenar firmará todas sus obras hasta la muerte de su padre.
1923 Tiene veinte años y se siente por primera vez perturbada por el encuentro con un joven “que le pareció diferente de los demás”. Acostumbrada a vivir junto a su padre —un hombre que “no puede arreglárselas sin mujeres”—, la conmoción vendrá del reconocimiento de que el editor André Fraigneau es “un hombre que ama a los hombres”. Al comienzo de la relación es el propio padre mujeriego contumaz quien la tranquiliza, explicándole que en materia de preferencias sensuales “nada es insólito o inaceptable”. De André Fraigneau, también escritor —y con quien Marguerite emprenderá desde su juventud una suerte de competencia intelectual—, la escritora tomará la estructura triangular de sus personajes donde generalmente dos hombres terminan por descubrir “que se aman a costa de una mujer simbólicamente eliminada”. En 1936 publica el libro más personal de su primera etapa, Fuegos, en el que “describe” la desgraciada pasión que experimentó por su amado homosexual. “Nuestro comercio con otro no tiene sino su tiempo; cesa una vez que se obtiene la satisfacción, se sabe la lección, se cumple el servicio, se termina la obra. Lo que era capaz de decir fue dicho; lo que podría aprender fue aprendido. Ocupémonos por un tiempo de otros trabajos.”
1929 Publica Alexis o el tratado del inútil combate, en el que cuenta la historia de un hombre joven, recientemente casado, que al constatar que “su homosexualidad es un hecho”, decide escribirle a su mujer, en el momento de dejarla, explicándole los motivos de por qué la abandona.
1932 Emprende su primer viaje a su país de elección, Grecia: patria de los Dioses y de los Poetas, patria de Safo y patria de “los hombres que aman a los hombres”. En ese mismo año publica Ariadna y el aventurero, donde aparece por vez primera su fascinación por la historia del laberinto y el Minotauro, que es, además, la matriz de muchas de sus revisitaciones al mito, como la que puede leerse en la ejemplar ¿Quién no tiene su propio Minotauro? (1960). En Ariadna —más allá de un Teseo abiertamente bisexual, como casi todos los personajes de sus novelas—, en la bodega del barco que conduce a las víctimas del monstruo, los jóvenes prisioneros fantasean con su verdugo, “según la diversidad de sus preferencias sexuales”: “Un joven lo imagina similar a su amante; una muchacha, como el novio de su vecina; otra muchacha, a imagen y semejanza de la hermosa Attys, a quien amaba; otro hombre, como su bienamado”.
1935 Navega por las islas griegas y por el mar Negro en compañía del mitólogo y poeta surrealista —e introductor del psicoanálisis en Grecia—, Andréas Embirikos, su amante y amigo. Andréas es un joven cosmopolita, hijo de una rica familia griega de armadores del Pireo, que “ama a las mujeres” y que busca en la joven francesa a su musa personal. Marguerite le dedica las fábulas de Cuentos orientales (1938), donde no sólo acepta que “el deseo puede llegar a arder” sino donde reconoce que las pasiones irresueltas provocan sufrimientos violentos. Marguerite confesará más tarde a Mathieu Galey: “En la pasión está el deseo de satisfacerse, de saciar, a veces de dirigir, de dominar a otro ser. En el amor, por el contrario, hay abnegación (...). La pasión es más bien del orden de la agresividad que de la abnegación”.
1936 Prueba un cambio. Junto a su íntima amiga Nelly Liambey, hace lo posible para masculinizar su rostro con un corte a la garçonne, a llevar pantalones y a fumar “con determinación poco femenina”. Vestida de ese modo asiste a las tertulias y a los “concertados encuentros” en los bares lésbicos del París gay, el “The Columbin” de la rue Mont-Thabot y el “Wagram” en la rue de Rivoli. A su vez emprende –a modo de autorrevelación– la tarea de traducir al poeta griego Kostantin Kavafis, muy pronto considerado un icono insoslayable de la cultura gay.
1937 Conoce en París una noche de invierno a la docente norteamericana Grace Friks, la mujer “con rasgos de joven sibila”. Según la versión de Jerry Wilson —compañero de Marguerite en su vejez—, Grace invitó descaradamente —tal vez el único y crucial descaro de toda su vida— a mademoiselle Yourcenar a “visitar” América. A partir de este encuentro, Marguerite y Grace sostendrán una “relación” que se prolongará por más de cincuenta años, unión que Marguerite siempre calificó basada en “mirar juntas en la misma dirección”. Florence Codman, amiga de ambas, confesó: “Grace estaba loca por Marguerite y creo que siguió estándolo. Para Marguerite, a lo largo de los años se transformó en un buen matrimonio, creo. Sin la menor duda, un matrimonio”. Más allá de que Grace ha sido considerada por muchos “la sombra” de Marguerite o “esa mujer oscura” –causante de su exilio, alejamiento o acaso “expatriación” en los Estados Unidos–, toda la “vida práctica y la organización material” de Yourcenar recayó en la persona de Grace durante todo el tiempo que vivieron juntas. Según una de sus biógrafas, Marguerite siempre sobre valoró la suerte de los “machos” –de sus colegas, los escritores hombres–, de tener a disposición “una mujer en la cocina y en la intendencia”.
1938 Pasa la segunda mitad de este año junto a su amante, la hermosa Lucy Kyriakos —de estado civil casada—, que morirá dos años después durante el bombardeo de Janina. Lucy —“esa griega morena de ojos azules”— fue importante en el corazón de Marguerite, más allá de “haber trabado” ya una relación con Grace. Más de treinta años después, en los papeles íntimos de Marguerite se encontró, entre las fechas de nacimiento y muerte de personas queridas y personajes de ficción, una brevísima esquela donde se lee: “Domingo de Ramos: muerte de Lucy”, a quien también recuerda en cada festividad de Santa Lucía, virgen y mártir. Tiene menos de 40 años y se ha enamorado peridamnete de un gay, un heterosexual, una lesbiana y una mujer casada. Como mínimo. Según Michèle Sarde, para Marguerite “el amor no tiene género, no tiene más que un cuerpo y ese cuerpo está igualmente imantado por la belleza, toda la belleza, sea que tome la forma curva de un seno de mujer o la línea dura de un muslo de jovencito”.
1939 Decide aceptar la invitación y reunirse con su amiga Grace —a quien ella llama con el tierno diminutivo de Grete en algunas agendas— del otro lado del Atlántico, en su primer encuentro con el Nuevo Mundo, ante el “admirable verano indio” de Connecticut en otoño. Al embarcarse, Marguerite —que, de alguna manera huye del horror de la Segunda Guerra— no sabe, desconociendo “las extraordinarias carambolas del azar y de la elección”, que ese viaje de pocos meses se transformará en un alejamiento de once años, para instalarse en el país donde “escribirá” todas aquellas grandes obras por las cuales hoy es conocida en todo el mundo, obras que estaban todas ya, de manera incipiente, en sus obras de juventud: “El hecho es que conocí muy joven a la mayoría de los personajes reales o imaginarios que iban a ocuparme toda la vida...”, confiesa. Antes de partir, Marguerite deja —en sendos baúles en el hotel Meurice de Lausana— algunos objetos salvados del “naufragio” —específicamente de la dilapidación de la fortuna familiar a cargo de su padre— y, en especial, la última versión del manuscrito de Adriano que, una década después, se transformará en su obra mayor.
1940 Marguerite recibe con pasmosa regularidad, durante los primeros años de su “exilio” americano, cartas del poeta Jean-Paul de Dadelsen, que “sueña” con ella: “Si está en la cama con una tostada en la mano, no tema decírmelo. Mire, la beso sin siquiera pedirle permiso: puede siempre elegir que fuera en las mejillas o en el escote de sus ropas de sueño. Estoy tan lejos en el espacio como el auriga en el pasado; invierta los términos y suponga que es un beso que le llega del fondo de las edades, a menos que venga a su encuentro desde la orilla del futuro”. Aún no sabemos si Marguerite le leyó estas misivas a su compañera.
1948 Marguerite y Grace empiezan a visitar casas para vivir juntas en los alrededores de la isla de Mount Désert, condado de Maine, “iluminado por la aurora boreal”. En 1950 finalmente adquieren la “casita de ensueño” de Northeast Harbor, bautizada como “Petit Plaisance”, donde juntas pasarán el resto de sus vidas.
1949 Marguerite recibe los baúles que había dejado en la Europa en guerra, de donde exhuma el antiguo borrador de lo que será Memorias de Adriano, viejo “proyecto” que había iniciado en 1924. En esta obra aplica lo que ella llama una magia simpática, método místico que consiste en poner un pie en la erudición y otro en el arte “de transportarse en pensamiento al interior de alguien”. Grace colabora más que activamente en el trabajo de corrección y de revisión del manuscrito final, aceptado por la editorial Plon. De alguna manera, Adriano será el “hijo” de “la familia que forman”. Como un efecto indeseado, Adriano —ese hijo en común— no hará otra cosa, “en su fulgurante estela”, que alejarla cada vez más de una Grace que ha empezado a envejecer debido a las amenazas de un cáncer. A partir de la década del ‘50, Marguerite renuncia a sus cargos como “profesora de Literatura francesa e italiana” en universidades locales; será Grace quien la mantendrá económicamente desde ese momento y hasta que las cifras de los derechos de autor les permitan consolidar una posición: “Desde hace un año –escribe en 1951–, la infinita solicitud de la amiga con la cual vivo (...) me permitió renunciar temporariamente a mi trabajo”.
1974 Marguerite reconoce que la salud de Grace ha empeorado de manera definitiva: un cáncer generalizado del sistema linfático ataca todo su cuerpo; Marguerite reconoce la prueba que la espera al “ver a un ser humano lentamente destruido por una enfermedad terrible”. A modo de desafío —o de último desafío—, Grace se empeña en pasar un mes polar en Alaska (“viaje admirable, pero angustioso”). Recién el último año de la enfermedad de Grace, Marguerite se permitió reconocer en varias cartas que su compañera es “demasiado sajona para confiarme sus verdaderos sentimientos”. Por su parte, más allá de su estado muy debilitado, y sin delegar jamás el seguimiento de la vida y de la escritura de Marguerite, Grace escribe poemas —tal vez de “cólera y de desesperación”— donde, refiriéndose a Marguerite bajo el nombre de Gertrude —“dama altiva y bien peinada, que no tose ni estornuda, ni siquiera en las islas Hébridas” y que alude a la escritora norteamericana Gertrude Stein y a su relación de pareja con Alice Toklas—, se permite, luego de años tal vez de “íntima frustración”, ridiculizar a ese “modelo de perfección” que ella misma contribuyó a crear: “¿Quién tiene aspecto agotado / y se abandona a la desesperación / cuando ‘tout reste à faire’? / Gertrude no”.
1979 Marguerite puso, a modo de íntima ceremonia, en la cabecera de la cama de su compañera, una pequeña cajita de música que toca un aria de Haydn; horas más tarde, cuando la enfermera le confirmó el deceso, abrió de par en par la ventana para permitir que “su espíritu se fuera”. “En cada momento de la vida se puede reinventar un rito. La muerte tiene sus jardines”, confesó.
1980 Marguerite acepta —apenas un año después de la muerte de Grace— la compañía de un joven fotógrafo americano, Jerry Wilson, que había conocido a mediados de la década del ‘70. Marguerite declara: “Con Jerry, el sol entra en mi casa”. Jerry es para Marguerite el prototipo del golden boy alegre y jovial. Con Jerry —y en muchos casos con Daniel, íntimo amigo de Jerry, con quien constituyen junto a Marguerite “un singular trío”—, la escritora, transformada en “vieja dama indigna”, no se resistirá a las más que insólitas demandas de su compañero –incluidas grandes sumas de dinero– y a aceptar emprender, en su vejez, agotadores pero gozosos viajes al Japón, a la India, al Africa, a América Central, a Tailandia, a Marruecos, a Egipto y, una vez más, a Grecia, su “patria bienamada”. “¿Quien aceptaría morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta por la prisión?”, dirá. Más allá de las diferencias de edad —tal vez fruto de una verdadera y última “infatuación”, acaso como la infatuación que el emperador Adriano sintió por el joven Antinoo—, es tan fuerte la “experiencia de renovación” que Jerry le transmite que “la anciana dama” declara a un íntimo amigo: “Finalmente he conocido al hombre de mi vida”. Los signos de singular pasión exceden lo íntimo: Marguerite le dedica a Jerry su libro Un hombre oscuro (1982), quizá su testamento literario. Marguerite publica a comienzos de la década del ‘80 una personal lectura de la vida y de la obra del escritor japonés Yukio Mishima; en ella destaca que, dos años antes de su muerte (bajo el rito del seppuku), un nuevo personaje irrumpió locamente en la vida del escritor: el joven Morita, de veintiún años de edad, guapo, provinciano y rechoncho que —como Jerry con Marguerite, o viceversa— corría al escritor siguiéndolo “por todas partes como una prometida”.
1986 A pocos años de ser recibida con honores bajo la Coupole, es la primera mujer en integrar la Academia Francesa de Letras desde su creación, en 1634. Marguerite llora a Jerry, su joven “amigo”, víctima del sida y fallecido en el hospital Laennec de París a los treinta y un años.
1987 Se muere de un ataque al corazón el 17 de diciembre.
2037 La escritora estipuló que cincuenta años después de su muerte se abran sus archivos privados del material, que incluye los diarios íntimos y su correspondencia amorosa, precintados y custodiados por la Houghton Library de la Universidad de Harvard. Faltan veintisiete años aún para que tal vez la íntima verdad de la vida sentimental y amorosa de Marguerite Yourcenar sea revelada.
Su entrada a la Academia Francesa (1980), como primera mujer en ingresar a la institución creada en 1634, significó la reivindicación de una escritura que siempre se encargó de establecer distancias con su lector, y si bien se manifiesta como clásica en el orden formal y en el abordaje de temas, establece puentes innegables con nuestro tiempo y sus problemas. La “actualización” de su obra proviene de la importancia que sus novelas le han dado, sin más, a la interioridad y a un catálogo más que inquietante de componentes, temas, atmósferas sexuales.
Su obra parece no estar atravesada por las modulaciones de su época ni de la coyuntura; el suyo es más bien un depurado diálogo con la Antigüedad y con la gran tradición de la literatura francesa. En sus novelas históricas, o “lo que puede denominarse así”, la impronta de los rasgos sagrados y espirituales de sus personajes (Adriano o Zenón) es un modo de defraudar sistemáticamente la voluntad y la acción de sujetos librados al peso de sus conciencias.
En su indagación del universo masculino los personajes femeninos quedan relegados a meras entelequias bajo el orden de andros en una de las más originales modalidades de la voz de una escritora. Yourcenar rescata a las mujeres que desde su corporalidad o desde su carácter asumen la forma del andrógino, y alumbra de este modo universos de homoerotismo y de bisexualidad.
El hedonista Adriano (Memorias de Adriano), seguidor de Epicuro, intenta la conciliación del placer con la virtud romana y las enseñanzas estoicas. La novela, que reinventa sus reflexiones y sus cartas, es una reconstrucción de ese “desde adentro”, o bien la reconstrucción de un mundo interior que se puede leer como refutación: lo que de verdad cuenta nunca aparecerá en las biografías ni en los manuales.
Uno de sus últimos libros, Como el agua que fluye (1982) está compuesto por tres relatos ambientados en el siglo XVI entre Italia y Flandes. El primero, “Ana Soror” coloca en escena una perturbadora relación de amor entre un hermano y una hermana en la Nápoles de la Contrarreforma. El delicado erotismo no ahorra reverberaciones bíblicas. La segunda pieza, la nouvelle “Un hombre oscuro”, es considerada por la crítica su testamento espiritual. La atmósfera balzaciana y stendhaliana parece reintegrar su obra a la gran tradición de la literatura francesa.
En Panorama de la literatura francesa contemporánea, Santiago Arcos Editor, Bs. As., 2009.
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