Viernes, 1 de octubre de 2010 | Hoy
Por Diego Trerotola
Está tallado en la placa de mármol, dice: “Honrar la diversidad es honrar la vida”. Montevideo a mucha honra: ese monolito al triángulo rosa adorna la Plaza de la Diversidad, creada en 2005, pionera en Latinoamérica instalando la visibilidad en pleno centro histórico de la ciudad uruguaya. Pero como lo diverso se demuestra andando, a metros de ahí se reúne el gentío que inicia la Marcha de la Diversidad de cada septiembre, para recorrer siete cuadras, partiendo de la Plaza Independencia a la Plaza Libertad, no sólo como tour conceptual sino porque el punto de llegada fue donde por primera vez la comunidad Glttbi charrúa se visibilizó. Aunque ese viernes 24 la marcha fue convocada a las 19, un grupo numeroso del departamento de Salto llegó más temprano con ganas de conquistar la plaza. Según Marcelo Otero de Ovejas Negras, principal colectivo organizador, el fuerte afianzamiento federal del movimiento Glttbi era la novedad central de 2010: habían llegado a Salto, tradicionalmente dominado por la Iglesia Católica, y también a Flores, feudo del Partido Nacionalista. Es que la marcha estaba dominada por el frenteamplismo, desde la Juventud del Partido Comunista (JPC) con banderas del arco iris en telas brillantes hasta Ana Olivera, intendenta de Montevideo que encabezaba llevando la bandera con “Los mismos deberes, los mismos derechos”. Los políticos electos hacían los deberes en Uruguay; de hecho, la intendencia montevideana declaró septiembre como mes de la diversidad. Mientras marchaba, Olivera me comenta que viene siguiendo una tradición inaugurada por el ex intendente y actual ministro de Educación, Ricardo Ehrlich, quien la acompañaba sosteniendo la bandera a su lado, aunque también aclaró que todo es posible por “el trabajo de organizaciones de larga data”, reconociendo la importancia de las ONG en la consolidación de un espacio realmente diverso, gestado por un modelo que plantea una democracia más participativa y justa, como la que ahí se ejercía, donde lo plural tenía cuerpos y colores diversos, incluso nuevos, como el colectivo Kilómetro Cero, reciente proyecto para dar educación y trabajo a personas trans. También estaba lo tradicional: pelucas de colores, el puto disfrazado de monja, drags con body painting, etcétera. “Hoy tenemos ley antidiscriminación, unión concubinaria, ley de cambio de sexo registral y reforma del sistema de adopción que incluye a las parejas homoparentales”, enumeraban en el escenario avances legislativos para proteger la diversidad, a los que seguían reclamos eternos: el acceso al aborto sin riesgos vetado por Tabaré Vázquez, ley de medios que democratice las comunicaciones, acabar con la violencia hacia trans, derecho a la reproducción a partir de una ley de inseminación artificial, educación sexual sin prejuicios, matrimonio igualitario y terminar con la política prohibicionista con relación a las drogas. Mientras tanto, un viento suave pero persistente democratizaba el humo de los porros, repartiendo aroma dulce. Y así la fiesta, como callejera rave entreverada, siguió hasta más tarde que nunca, como signo evidente de la expansión de la diversidad charrúa.
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