Viernes, 18 de marzo de 2011 | Hoy
ENTREVISTA
Inspirado en su propia historia, Omar Calicchio da vida a un personaje que vive en su imaginación lo que no se atreve a hacer en la realidad. Es parte del homenaje a Rita Pavone en el Maipo, que mantiene al actor alejado del transformismo, un amor al que, de todos modos, siempre se vuelve.
Por Paula Jiménez
–Yo fui convocado por Valeria Ambrossio, que es la autora y directora. Hace tiempo que ella tenía en mente cerrar esta trilogía que empezó con Mina... che cosa sei?, el espectáculo sobre Mina Mazzini, y continuó con Ella, desde esta noche, cambiará tu vida, sobre Rafaella Carrà. Nosotros, en Boccato di cardinale, contamos una historia a través de estas canciones de la Pavone, pero lo que hacemos no es estrictamente un homenaje o un tributo a nivel imitación. Yo canto canciones de Claudio Vila, que es un gran cantante de los años ’60, ’70, ’80. Boccato... surgió por la necesidad de contar algo que le pasa a la gente y tiene que ver con cosas que hacemos sin pensar. Para esto Valeria escribió esta historia en la que yo tengo un personaje muy rutinario al que le empiezan a suceder cosas en su imaginación, por no atreverse a vivirlas. De eso básicamente trata la obra. Hay mucho humor, en esto el bastón de mando lo lleva, sobre todo, Ivana Rossi. El texto es todo en italiano y creo que no hace falta traducirlo. La gente grande que viene a verla rememora estos temas y los jóvenes la pasan muy bien. Además es un espectáculo que puede gustar a la comunidad gay porque es un musical (ya que lo fuerte no sé si es Rita Pavone, que no es un icono gay como pueden ser Barbra Streisand o Marilyn Monroe). El musical, en general, gusta mucho en el mundo gay y es el único género que tiene fans, como dice Pablo Gorlero, no hay fans del drama o de la comedia.
–Yo viví y me crié en Liniers y seguiría viviendo allá, pero por razones de economía, comodidad y tiempo me mudé. El personaje que creé de ese chico, en realidad, soy yo. Lo que cuento en esos temas a los que les cambiamos la letra con Gastón Cerana y que son “A mi ciudad” y “New York, New York” –yo canto “Liniers, Liniers”– es la historia de un muchacho al que lo atrapa y lo puede un lugar, ese lugar es Liniers. Y esto habla de lo que me pasa a mí con el barrio. A mí me encantaría seguir viviendo allá, y mientras estuve ahí nunca viví nada como un trauma. De adolescente era muy feliz viviendo con mis viejos, y con mis compañeros del colegio tuve y tengo una relación maravillosa, yo los amo y pasé por cada etapa como la tuve que pasar. Es que estaba bien con mi identificación sexual de ese momento, no vivía ningún conflicto. Después, mi vida recomenzó viniéndome más para el centro, pero todo se fue dando naturalmente. Tuve mis compañeros de comedia musical con los que empecé a vivir otra historia, pero nada de lo anterior fue frustrante. Mi cambio tuvo que ver con mi crecimiento. De hecho, con mis viejos no recuerdo haber tenido que hacer ninguna aclaración hasta mis 38 años.
–Fue una necesidad mía en una época en que no estaba bien y necesité contarles por qué. Pero no había nada que mis padres no supieran. Nunca me sentí presionado para nada. La única objeción que tuve de su parte fue cuando les dije que me quería dedicar a la actuación, ahí sí me aconsejaron que lo pensara, que me iba a morir de hambre me decían, pero aun así conté con su apoyo. Y con lo gay, ellos siempre supieron todo, y cuando llegó el momento de contarles me dijeron también que estaba todo bien. Fueron y son muy compañeros y comprensivos; entonces yo no sufrí el hecho de vivir con ellos o de estar en un barrio. En el año ’84, en que tuve mi primer trabajo en Gas del Estado, paralelamente empecé a hacer actuación y comedia musical. Así se fue dando todo, tuve nuevos amigos, conocí otro mundo, y lo viví de un modo muy natural y pude adaptarme a lo que vino sin ningún inconveniente. Tampoco he vivido épocas políticas y sociales difíciles, porque te estoy hablando del año ’84. Las generaciones de la década del ’70 sí considero que la deben haber pasado mal y les tengo mucho respeto.
–Armanda del Pinar se llama y surgió en los años ’90, en la época en que trabajaba en los boliches gays. Ella es una cantante de tango que está medio decadente, que no tiene mucha voz y es un poquito no asumida también, y piropeadora con las mujeres. Ella agradece siempre con palabras que tienen un doble sentido: saluda al Café Tortoni, a Los Dos Chinos por las tortas que le mandan al camarín. Ella cree que es muy elegante, pero es cambalachera. Es muy simpática y el personaje no está hecho con ánimos de ofender a nadie. La primera vez que lo hice fue en un espectáculo de Pachano.
–No, para nada. Así como hay homosexuales muy afectados, hay señores maricones que son camioneros. Yo he visto de todo: lesbianas que para ir a bailar se pintan bigotitos y se ponen corbatas, hay otras que son el máximo de la feminidad. Hay chicos gays que los ves y son nenitas y otros que parecen John Wayne. Lo que le pasa a Armanda le pasa como cantante, no como lesbiana. Armanda no es machona, está mal de la garganta. Ella vive de gira y describe su look, yo le hago un lado femenino, lo único que tiene es que de vez en cuando pide un aplauso para la mujer argentina. Pero, para darte una respuesta a tu pregunta: a mí me molesta también que, a veces, hay un punto en el que nos autoofendemos o nos autodiscriminamos. Armanda no fue creada con esa intención.
–Sí, es que es cierto, algunos y algunas son así (risas). Pero también, mirá, yo en una época de mi vida iba mucho a un lugar que se llamaba Bach, donde iban muchas chicas, y la pasaba genial. Hay de todo en todo. No me gusta el gay extremo que te dice: ay, qué asco me da una mujer. Esa exacerbación me pone mal. A nadie le agrada la exacerbación de ningún lado, pero la hay también, qué vamos a hacer.
–Yo desde el ’84 hago comedia musical (siempre digo que hice la colimba 12 años, que fueron los que trabajé con Cibrián, y concibo el espectáculo con esa misma rigurosidad). Y paralelamente a mi formación hice una carrera en el circuito off de los boliches gays. De hecho, hay mucha gente que me conoce de los boliches más que de la comedia musical y haber hecho esos shows me llena de orgullo, porque la verdad es que los encaré con el mismo rigor que el resto de mis trabajos. A esos shows yo llevaba siempre una cantante para que me acompañara, te estoy hablando de Laura Silva, Romina Groppo, Alejandra Radano, Elena Roger. Cuando probábamos sonido más de un técnico se quedó sorprendido y me preguntó: ¿vos de dónde sacás a estas chicas? De esa misma necesidad de estar acompañado por una mujer surgió la creación del personaje de Armanda del Pinar.
–En mi caso lo considero un juego actoral. En una época se hacían unos shows impresionantes, yo soy de esa época. En este momento no se puede producir un show así. Con lo de la Vendimia fue así: un día me llamaron y fuimos con mi representante a ver de qué se trataba, y la organización resultó ser increíblemente buena. Está a cargo de Enrique Bustos y está declarada de interés turístico nacional. La reina de la Vendimia Gay puede ser un transformista, una travesti o una chica lesbiana y premian a una persona que se presenta al concurso, pero no sólo por su belleza. La primera vez que fui me encantó, había periodistas de Chile, de Mendoza, de San Juan y al otro día yo salí en los diarios Los Andes y Uno. En ese momento había un gran respeto por la vida gay. Algo que acá –te estoy hablando del ’98– no se veía, y allá había una jugada muy seria. Yo he conocido en Mendoza, por ejemplo, una casa donde vivían chicas travestis: una era peluquera, la otra manicura, la otra trabajaba como entrenadora de golf, y otra de gym. A mí en ese momento me sonaba raro que pudieran tener esas actividades, porque acá el travestismo está relacionado con la prostitución. La mucama también era travesti y yo no me había dado cuenta, era muy bella. Me gustaba verlas con esa relajación y seriedad con que tomaban su vida.
–Sí, siempre. Yo hago lo que artísticamente me gusta. Yo digo: quiero cantar esta canción y la canto y no necesariamente me tengo que poner una peluca para eso. Y cuando salgo al escenario siempre digo: chicas, no sé qué me pasa que tengo esta voz de camionero. Jodo con esa dualidad y digo que parezco Lolita Torres pero tengo la voz de Alberto Cortez, que me llamen Lolita Cortez. Es un chiste, claro. Yo soy un barítono, no es que salgo a cantar como una soprano. Pero por el momento el transformismo es algo que voy delegando porque me aparecieron otras propuestas laborales. De todos modos, tengo mis producciones de vestuario guardadas en la casa de mis viejos listas para volver a usarlas cuando quiera.
Boccato di cardinale, hasta el 27 de marzo, Teatro Maipo.
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