Viernes, 18 de marzo de 2011 | Hoy
MUESTRA
Arte y provocación es el nombre de la muestra retrospectiva de Miguel de Molina, un paseo profundo que, a través de casi un centenar de objetos personales, fotografías y vestuario, nos acerca a su vida apasionante marcada por el talento, la admiración y la persecución.
Por Ariel Alvarez
Al entrar, el recorrido nos parece peculiar. Para llegar a la muestra de Miguel de Molina, uno de los más queridos “cantaores” españoles, debemos atravesar un pasillo lleno de fotografías que Maximiliano Vernazza le sacó a Charly García. Otra muestra, llamada El Charly que yo conozco, le rinde homenaje al rockero argentino. De pronto, al final de este camino aparece un plasma donde el propio Molina en una de sus últimas entrevistas nos da la bienvenida a la primera de las tres salas del Centro Cultural Recoleta dedicadas a su carrera artística. Los públicos de ambas muestras se mezclan y las generaciones se entrecruzan. Es raro al principio, pero también es divertido.
Una especie de collage con fragmentos de Botín de guerra, la autobiografía de Molina, nos mete de lleno en su vida año por año. Dueño de un talento como pocos, provocador, escandaloso, homosexual perseguido por el franquismo, exiliado en la Argentina y expulsado otra vez, nos da cuenta con sus propias palabras de una vida por demás emocionante que ahora nos hace ver que la mezcla con Charly no es tan descabellada. La figura de Miguel de Molina reúne todos los elementos característicos de una estrella de rock.
Los fragmentos van desde su nacimiento en Málaga, en 1908, hasta cómo fue expulsado de España por el franquismo, su estadía en la Argentina y su carrera como artista de teatro y cine. Se mezclan algunos pequeños afiches de sus presentaciones y entre ellos un artículo del diario La Razón del 23 de julio de 1943 nos llama la atención con su titular: “Deberá abandonar el país el actor Miguel de Molina”. Y seguimos leyendo: “Se encuentra detenido el llamado Miguel Frías Molina, conocido cantante español, a quien se ha notificado debe hacer abandono del país por sus propios medios y a la mayor brevedad. Se ha adoptado este temperamento en razón de que el aludido, ampliamente conocido por su condición de ‘anormal’, desde su llegada al país, ocurrida en noviembre de 1942, ha dado motivo a diversos escándalos. Se ha podido comprobar que con frecuencia organizaba, juntamente con otros individuos de su misma condición moral, grandes ‘orgías’, que en varias oportunidades han trascendido el comentario público”. Desde sus palabras, Molina parece contestar a este recorte en una especie de diálogo que ocurre dentro del mismo collage: “Un día se presentó en mi casa de Buenos Aires un comisario con dos policías y me dijo que ‘estaba invitado a dejar el país’. Me acusaban de ‘malas costumbres’. Yo he amado, pero jamás he sido promiscuo y nunca di escándalos en mi casa. Todo era una infamia”. La persecución nuevamente cambiaba el rumbo de su vida: México fue el lugar elegido.
Una vitrina nos muestra pequeños detalles de su quehacer como artista: agendas en donde meticulosamente anotaba el nombre de los lugares en donde actuaba y lo que le pagaban por cada representación, su repertorio de canciones, su libro, cartas del general Perón y de Evita, la mujer que hace que pueda volver al país. “Al finalizar 1946 me encontraba de vuelta en Buenos Aires, pero en esta ocasión entró en mi vida una persona que me brindó mi tan ansiada libertad: Eva Perón. Nunca olvidaré lo que esa mujer hizo por mí”, nos aclara Miguel de Molina desde el collage.
Y muchos otros iconos de la cultura popular están presentes en esta muestra. Alrededor de 80 fotografías y dibujos autografiados de grandes figuras del espectáculo y la política nos hablan del cariño y admiración que despertaban su carisma, talento y rebeldía. De Tania a Susana Giménez, pasando por Discépolo, Niní Marshall, Joan Manuel Serrat, el propio Perón (que le agradece haber actuado para los obreros en 1946), Eva Perón (que firmó su foto: “Cordialmente al artista Miguel de Molina, con mi agradecimiento por su adhesión a las celebraciones de los obreros argentinos”). Tita Merello lo piropea (“qué ojos y que “cante”... los de Miguel de Molina”), y hay algunos de carácter más íntimo: “Miguelito, sos una de las cosas más lindas que poseo. Te quiere: Jorge”, firmado por el actor Jorge Barreiro.
Desde sus fotografías en las paredes, estos personajes son el público inmóvil y atento que se deleita con las proyecciones de las películas de Molina que dan paso a la segunda sala, por demás luminosa, donde se encuentran los afiches de sus películas y sus actuaciones en teatro. Al final de ésta, una instalación nos muestra su baúl-vestidor del año 1935, abierto, en una especie de reconstrucción de lo que debería ser su camarín plagado de cosas tiradas por el piso y ropa por todas partes.
Una cortina gigante de flecos rojos (no podía ser de otra manera) es la gitanísima entrada a la tercera sala. Los flecos nos enredan como no queriéndonos dejar entrar, como si se tratase de la bóveda de un tesoro. Y efectivamente lo es: en una sala con las paredes pintadas de negro se encuentra el vestuario de Miguel de Molina, lo más espectacular de la muestra. Dos vitrinas con 16 pares de zapatos nos retienen un buen rato. ¿Puede ser que existan tantos colores? Y sus famosas camisas están ahí para el deleite: una explosión de bordados, seda, canutillos y lentejuelas transforman el espacio en un gran vestidor tornasolado que se corta sólo por los carteles de “Prohibido tocar las prendas”. Al final, unas cuantas camisas y chalecos se encuentran en un perchero sobre una máquina de coser Singer: el artista confeccionaba él mismo su ropa.
Arte y provocación es un viaje por demás interesante, montado de una manera inteligente, que presenta a Miguel de Molina en toda su magnitud como artista y persona. Y lo presenta a todo el mundo: desde la señora de pelo blanco (una fanática de antaño) que tarareando la copla que suena en la sala (“soy morenito y pobre”) traspasa lo prohibido y pretende, emocionada, tocar una de las prendas de su ídolo, hasta la piba que con una sonrisa le festeja la travesura mientras se acomoda su remera que dice Say No More.
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