Viernes, 23 de septiembre de 2011 | Hoy
SOY POSITIVO
Por Pablo Pérez
Salgo poco, pero la semana pasada volví a la noche, incentivado por la presencia en Buenos Aires de mi amigo Diego Vecchio, autor de Osos: “Vamos a un bar nuevo, se llama Don Oso”. “¡Con ese nombre no puede fallar!”
Tomamos unas copas en su casa y salimos. La entrada a Don Oso era libre, pero la salida no: había que presentar un papelito que te daban sólo si consumías por más de 25 pesos. Yo quería invitar una copa a Diego y Diego quería invitarme una copa a mí, yo quería tomar un gin-tonic y Diego quería tomar una cerveza. Copeteados como estábamos, el barman nos mareó con las cuentas, el gin-tonic costaba 25, la cerveza 15, con el promedio no alcanzaba para dos tickets, de manera que terminamos comprando por anticipado las consumiciones y las invitaciones quedaron neutralizadas.
Sobre la mesa donde nos sentamos había folletos del Ministerio de Salud de la Presidencia de la Nación (años atrás eran casi siempre de organizaciones no gubernamentales): una campaña que después de tantos años de folletería se fue perfeccionando en cuanto a los contenidos, siempre parecidos, pero que en este caso me parecieron muy precisos: “VIH y sida. Hemos avanzado mucho y podemos hacer mucho más. Informate”. Al lado de los folletos creímos ver preservativos; al tantear el contenido supusimos que eran sachets de lubricante, y al leerlos resultaron ser muestras de crema pédica, crema hidratante y champú. Según nos contaría luego uno de los organizadores, eran de la empresa de cosmética donde trabajaba la presentadora del desfile que tendría lugar esa noche, de una marca de ropa interior, que también había sumado a los folletos su campaña publicitaria.
Con Diego subimos al dark-room pero, como es sabido, es muy difícil el levante en las fiestas de osos. Bajamos a mirar el desfile del participaron solamente dos ositos, el resto eran chicos delgadísimos. El premio mayor se lo llevó un muchachito que de oso no tenía un pelo. Cuando salimos, habíamos superado ampliamente el margen de consumición mínima para los tickets de salida, pero no nos lo pidieron.
Ebrios y cachondos, después de deliberar dónde terminar la noche, optamos por un sauna y enseguida nos perdimos de vista. Allí los preservativos gratis se ofrecían generosamente. Salí a las siete de la mañana y me metí en un bar de la avenida Santa Fe, donde me deleité mirando el partido del Mundial de rugby, Inglaterra vs. Los Pumas, que bien podrían llamarse Osos y, éstos sí, de lo más aguerridos.
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