Viernes, 28 de octubre de 2011 | Hoy
ENTREVISTA
Dijeron que era espeluznante, que quería “enajenarse a sí mismo como ser humano”, y le negaron en abril de este año su pedido de modificación de sexo y DNI. Maiamar Abrodos, actriz y docente del IUNA y de la EMAD, luego de haber superado esa condena, vuelve a ser lo que era: recupera la silueta perdida por tanta angustia y se luce en Luminare.
Por Leandro Ibáñez
¿Cómo viviste la negativa a tu pedido de cambio de sexo?
–La verdad que muy mal. La situación era exorbitante por lo que dijo el juez, una locura. Fue doloroso. Hubo mucha exposición mediática, y no se expuso mi trabajo como actriz sino mi intimidad. Después, cuando me quedaba sola en casa, era yo la que se quedaba con las palabras del juez retumbando. Tuve momentos bastante complicados, no la pasé bien, entré en un pozo bastante ciego y ni la fe me sostenía. Muchas veces pienso que si esto le hubiese pasado a una chica con poco sostén, le hubiese sido muy difícil bancárselo. Porque se está hablando de vos, evaluando tu vida, diciéndote quién sos y quién no. ¿Quién tiene el derecho de decirme a mí, a cualquier persona, quién es y quién no es? Nadie tiene ese derecho, ni mis viejos. Ellos construyeron su vida, yo construyo la mía.
¿Te arrepentís de haber salido en los medios?
–No tenía problema en exponer el caso para que se conozca la barbaridad, pero me daba cuenta de la propia repercusión que estaba teniendo en mí; porque cuando empiezo a estar nerviosa empiezo a comer, y si como, engordo. Así de fácil (ríe con franqueza y con la tranquilidad de quien empieza a perder los kilos que le molestan).
¿Bajo qué argumentos apelaste la decisión?
–Mi abogado no creía que fuese a salir una sentencia negativa en primera instancia, porque todas las pericias eran favorables, así que la apelación fue inmediata. Se tomó el fallo del propio juez y se apeló en función de los agravios que de ahí surgían. Además confío mucho en mi abogado –Emiliano Litardo–, en lo que él me decía que teníamos que hacer. Con todo este tiempo nos hicimos amigos, y a veces él carga con todas mis locuras, es a quien le grito, es como un marido: como no tengo uno, con alguien me tengo que descargar, y en ésta le tocó a él.
¿El proceso cómo lo viviste?
–Ya en las últimas pericias estaba muy desgastada, y no dejaba de preguntarme qué es lo que querían, porque no entendía. Me decía “soy profesional, tengo 45 años, estoy psicojurídicamente apta, ¿qué más necesitan?”. Tuve que aprender sobre los tiempos legales, que son eternos, a esperar mientras la vida se te va pasando. Luego la apelación salió bien, y ahora estoy con la condena de los oficios para llevarlos al hospital y eso también tarda. Trascartón, sumale que el programa del Durand es chico. Cuando entra tu turno para la operación ya tenés un montón de otras personas antes. El sistema no está preparado para la demanda, y por eso la necesidad de que se apruebe la ley de identidad de género.
Y hasta tanto saliese el nuevo fallo, ¿cómo toleraste el tiempo de espera, la ansiedad de saber?
–En ese aspecto estaba tranquila, quizá porque todos me decían que era casi imposible que la Cámara de Apelación dijese que no. De todas maneras había algo de la situación que era derrotista, que no me la bancaba tan bien, había una angustia, que me la comí toda (risas). También surgió Luminare, conocer elenco nuevo, relación con el director, en el medio una gira de Feizbuk por el interior; y ese tipo de cosas te van liberando un poco. La actuación tiene de bueno que te lleva a otro plano. Tu alma, tu cuerpo tienen que estar en otra situación, despojarte de todo. En el trabajo de docente seguís acarreando tu vida por más que lo quieras relegar por algunas horas. En la actuación, después de bajar del escenario, seguís ensayando y pensando en el papel, en el personaje. Cuando pasó todo esto, estaba en Feizbuk –dirigida por José María Muscari– y empecé a ensayar Luminare.
¿Recurriste a otro mecanismo para escapar de tanta tortura legal?
–Sí, a veces imagino que te morís y vas a algún lugar y te dicen que fuiste una boluda, que por qué te complicaste, que era más simple. Trato de pensar en ese tipo de situaciones para no enloquecer. Igual la locura no es para todos, es para quien se le permite entrar en la locura. Y yo no puedo.
Volviendo al caso, cuando te avisaron que estaba listo el fallo, ¿con qué expectativas te presentaste al juzgado?
–Iba con todas las de un sí; igual cuando lo escuché fue como que me bajó todo, la adrenalina me llegó al piso.
¿La primera persona en la que pensaste?
–No te lo voy a decir, me encantaría, pero no.
¿Y para festejar?
–Con mis amigos, aunque yo decidí no festejar todavía, porque siento que falta.
¿Ahora cómo te sentís?
–¡Histérica! Esperando el turno del hospital, mi doctor me dijo que iba a hacer todo lo posible para hacerme entrar a quirófano este año, pero sin el oficio no puede hacer nada. Llega un momento en que no aguantás más, porque es el filtro de tu vida, es un antes y un después, y querés que llegue ya.
Una vez reasignado tu sexo y DNI, ¿de qué tenés ganas?
–No tengo la menor idea. La vida dirá. Estoy aprendiendo a dejar de proyectar. La vida me enseñó a ir por otros lados. Antes lo hacía mucho y sentía mucha tristeza. La idea es aprender a aceptar que a veces lo que una sueña no aparece como una quería. Quiero un amor, pero sé que no va a llegar un príncipe. Aunque consumí La familia Ingalls, soy consciente de que se me va a dar otro tipo de familia.
Eso en lo más íntimo, ¿y en lo profesional?
–Una vez un profesor, al que quiero mucho, después del cambio de género me dijo muy claramente: “Como varón eras muy buen actor, ahora hay que ver cómo sos como actriz”. Y aunque fue doloroso, muy cierto. He vuelto a interpretar personajes que había hecho antes, y es diferente, se modifica el punto de vista. El arte tiene que ver con la esencia de las personas, entonces si algo cambia tu eje, algo se va a ver modificado. Así que no lo sé. Tengo mil fantasías, la más fuerte es la mía con mi cuerpo.
A Luminare, ¿cómo llegaste?
–Me llamó el director, Gonzalo Villanueva, quien tenía algunas referencias mías. Me envió el guión, y luego charlamos. Le expliqué que la operación podría salir en ese tiempo y él estuvo de acuerdo. El papel lo hablamos, aclaramos algunos puntos, aunque él ya había pensado en cambios antes de proponérmelo.
Ursula, tu personaje, ¿qué hay de ella en vos?
–Los velos que tiene sobre sí misma, ella se va descubriendo y conociéndose en relación con los otros, demuestra una gran seguridad, pero flaquea en sus propias debilidades, porque le duelen.
¿Admirás algo de ella?
–Su seguridad, aunque no quisiera la distancia que eso le da con el resto. Admiro su manera de relacionarse con su entorno.
¿Y qué no?
–No quiero su perversión. Me gusta la inteligencia, el humor, no el daño, el sacrificio de unos por otros.
Sos escenógrafa y vestuarista, ¿te sentís más cómoda arriba del escenario o en la producción?
–Debés amar lo que hacés, sea debajo del escenario o arriba, porque uno está en todo lo que crea. Pero disfruto mucho más de construir el personaje de una obra, comprenderlo y hacerlo mío.
¿Algo más que quieras decirles a nuestros lectores?
–¡Vayan a ver la obra, porque va a ser mi última actuación antes de la operación!
Luminare
Viernes a las 23.30
Teatro La Mueca
Av. Córdoba 5300
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