Viernes, 28 de octubre de 2011 | Hoy
TEXTO EXTRAIDO DE LA CONFERENCIA DE CIERRE
Volverse esa niña, medio sabia y medio sabihonda, amar a esa misma niña, dejarla caer en un pozo, construir el nombre propio con órganos y fragmentos de otras lenguas: si Lewis Carroll no es queer, ¿entonces quién?
Por Daniel Link
Primera lección de capital importancia: no se pueden leer los libros Alicia sin volverse (como ella y con ella) una niña un poco tonta, bastante jactanciosa y, al mismo tiempo, desfachatada, totalmente inmersa en las convenciones de su época, pero dispuesta a suspenderlas por un rato. Hay que volverse una niña (esa), hacer su experiencia del tiempo, el espacio, la conciencia y las reglas del lenguaje, para volver al punto de partida sin saber del todo qué quedó de nosotros en esa niña (en esa historia) abandonada a su suerte, y qué de ella, en nosotros. ¿Será esto lo queer de Lewis Carroll?
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Lewis Carroll es un seudónimo, un nombre inventado y, por lo tanto, una entidad (como la palabra queer) vacía de todo otro sentido que no sea la potencia de denominación. “Lewis Carroll” es la cicatriz de un encuentro entre una cierta masa de enunciados con ciertos eventos y ciertas costumbres, y todo lo que podríamos saber de ese nombre se sostiene en esa cicatriz.
Para comprender la lógica de la imaginación “de Lewis Carroll” y, en particular, la de los “libros Alicia” (Aventuras de Alicia en el país de las maravillas, 1865 y A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, 1872), hay que comprender primero cómo esta hecho ese seudónimo, que preexiste como una marca a esos libros que Dodgson (diácono anglicano victoriano, matemático y fotógrafo) pretendía escribir (Diario: “Un libro de Navidad que se venda bien... Instrucciones prácticas para construir títeres y un teatro”).
En la perspectiva de Carroll (que coincide con la de Humpty Dumpty, en esto y en muchos otros aspectos), el lenguaje no es instrumento de comunicación sino de traducción. Escribir (pero también hablar) es traducir el mundo y la vida, y nombrar no depende tanto de un sistema de representaciones cuanto de una serie de equivalencias incesantes.
El problema de los nombres (el problema de lo queer) remite al encuentro con Humpty Dumpty:
–Mi nombre es Alice, pero....
–¡Es un nombre suficientemente estúpido! –interrumpió Humpty Dumpty con impaciencia–. ¿Qué significa?
–¿Debe un nombre significar algo? –preguntó Alicia dubitativa.
Por supuesto que sí, le responde Humpty Dumpty: ¿acaso su nombre no significa la forma que él tiene? Para inventar su seudónimo, Dodgson (reverente ante el gótico como sus amigos prerrafaelistas, como Ruskin) hizo retroceder su nombre de pila y su apellido materno varios siglos en la evolución lingüística, hasta ciertas formas de latín medieval que transformaron la secuencia Charles Lutwidge en Lewis Carroll, pasando por Carolus Ludovicus. Lewis es la forma anglosajona para Ludovicus, étimon latino de Lutwidge (apellido de la madre). Carroll, el apellido anglo derivado del latín Carolus, de donde proviene el nombre Charles (presente en el árbol genealógico de la familia paterna desde su tatarabuelo). Traducción e inversión constituyen las lógicas de la imaginación carrolliana (del nombre de autor, pero también de la obra). Esto es lo queer.
Los universales no son más que flatus vocis y es por eso que el lenguaje no sirve para la comunicación, sino para la traducción. Una vez que Alice ha comprendido esta lección de capital importancia, la niña victoriana somete al pedante equilibrista el poema llamado “Jabberwocky” (que puede tener otro nombre y, además, ser otro, según la lógica implacablemente eleática del Caballero Blanco) para que se lo traduzca, cosa que Humpty Dumpty, que puede traducir todos los poemas escritos e incluso muchos de los que todavía no fueron escritos, hace.
En cuanto a la inversión, está presente en la teoría de los nombres propios (del nombre de autor) que el Master sostiene, en su manera de revisar la cuenta que Alicia ha hecho para él (“You’re holding it upside down!”), es decir: en su concepción de la lectura pero, sobre todo, en las palabras que Humpty Dumpty convoca para dar cuenta del sentido del propio nombre, que en una frase queda iluminado para siempre:
“To be sure I was!” Humpty Dumpty said gaily, as she turned it round for him. “I thought it looked a little queer”.
Humpty Dumpty ya sabía que estaba mirando el cuaderno al revés, lo reconoce alegremente, es decir, con espíritu gay. Y agrega que ya había pensado que se veía, así, invertido, un poco queer.
El Master Humpty Dumpty es gaily queer (alegremente raro), pero también lo es Lewis Carroll y, sobre todo, lo son los libros Alicia.
Esa rara alegría (o alegre rareza) es la razón de todos los desplazamientos en los libros Alicia y lo que explica su singularidad irrepetible así como la de la experiencia que suponen: volverse esa niña victoriana, leer como ella y, como ella, atravesar los espejos y las madrigueras creyendo a medias en la verdad de esos desplazamientos.
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