Viernes, 28 de octubre de 2011 | Hoy
¿Por qué se asocia el popper con la homosexualidad? ¿La droga es parte de lo que se vende como calamidades de la vida gay o forma parte de un estilo de relacionarse en fiestas y saunas? ¿Cuánto hay de cierto en sus virtudes dilatadoras y qué efectos y daños tiene en relación con otras drogas? Aquí, como quien abre un frasquito, todo lo que siempre quisimos saber sobre el popper.
Por Mariano López Seoane
”¿Cuántos gigas de sexo tenés en el disco duro de tu Mac?”, se preguntan los de la banda francesa Indochine en su canción “Harry Poppers”. No son los únicos que piensan en sexo cuando piensan en poppers. Unos minutos de surfeo ocasional por cualquier página dedicada a propiciar encuentros sexuales entre hombres ofrece una provisional pero indudable confirmación estadística: los vapores de nitritos de alquilo aparecen mencionados en los perfiles junto con los datos más convencionales de estatura, peso, ausencia/presencia de vello o tatuajes y tamaño (pretendido) del miembro. Los testimonios recogidos para esta nota van en la misma dirección: los poppers colaboran en el descontrol regulado de los fines de semana, pero sobre todo son entendidos como combustible sexual. La conclusión valga como advertencia. Muchos de los testimonios que colorean la nota tienen un nada disimulado latido porno. Como contrapeso al dato probado de su brevedad, el éxtasis del instante, los placeres del popper parecen tener alta disposición a la reverberación. Los entrevistados los reconstruyen como quien paladea un sabor a mano.
“Me pasó en uno de mis primeros encuentros sexuales, el chico le daba que daba a la botellita –dice Diego (20)–. Yo rechacé; siempre tuve un resquemor contra las ‘drogas’. Pero de tanto que lo veía en la escena gay empecé a investigar, y recuerdo haber leído que era ‘de las drogas que menos daño hacía’, o hasta que no hacía ningún daño. Mi predisposición había cambiado cuando me enfrenté de nuevo a una popper-situation, esta vez en un trío. Empezaron ellos dos. Yo estaba parado frente a uno mientras el otro hacía lo suyo con lo nuestro, y se turnaban la botellita. Ellos la estaban pasando bomba, yo me sentía como guardia de la reina, quieto sin hacer nada. Así que la tercera vez que me ofrecieron, le di. La sensación se demoró poco más de un segundo en llegar; el latido del corazón en mis oídos, sangre en el rostro como si hubiera estado de cabeza, acalorado, con todos los sentidos al máximo y más excitado. Se la di al que nos la chupaba. Y así empezó una ronda de mate pero, en vez de con porongo, turnando botellita y poronga.”
Que la referencia telúrica al mate no nos distraiga de nuestro cometido: aprender más sobre el popper, detallar sus efectos, indagar sus usos.
Popper es un nombre de fantasía que tiene cierta antigüedad. Refiere a un narcótico líquido que se inhala, compuesto por nitritos de alquilo o de isobutilo. Originalmente, a principios del siglo XX, se lo vendía en pequeñas ampollas de vidrio que al quebrarse liberaban sus vapores. El crujir de las ampollas producía un sonido seco y suave, que se fijó en una onomatopeya que haría historia: pop. Las ampollas pasaron a conocerse entonces como poppers. En la actualidad, los poppers vienen en frasquitos o botellitas que se destapan. La vaporización de su contenido es tan rápida que los consumidores deben acercar sus narices al cuello del frasquito si no quieren perder su contenido, en general incoloro y de un olor fortísimo.
Es bastante sencillo entender cómo actúan los nitritos en el organismo. Los médicos explican que la inhalación de los vapores del líquido relaja los músculos lisos, como los que rodean los vasos sanguíneos, que entonces se dilatan, bajando la presión arterial y aumentando el ritmo cardíaco. La sensación resultante, según estos reportes, es de calor y de euforia, pero no llega a durar más de un par de minutos. Los testimonios hablan de una intensificación del placer, especialmente desbordante en el encuentro sexual. La clave en este punto sería la supuesta prolongación del orgasmo y el subidón en la temperatura corporal, que produce un al cuadrado de la calentura. Pero sucede además que el popper también relaja los músculos del ano, que se dilatan así con mayor facilidad. Esto explicaría su popularidad entre la muchachada sensible.
Tomás es uno de ellos, y supo de la existencia de los poppers cuando promediaba su adolescencia. Pero la revelación no llegó bajo la forma de frasquito pasado de mano en mano en una pista, ni como excitado comentario de un compañero de aventuras. La mención de la droga llegó, como suele suceder, de la mano de aquellos que intentaban desaconsejar su uso. “Vinieron al colegio a dar una charla de drogas –explica T–. Y empezaron a hablar de poppers, no me acuerdo por qué. Las minas que daban la charla dijeron que era una droga muy asociada con la homosexualidad. Todos preguntaron por qué y ellas no llegaban a decirlo. Alguno en el público sugirió que era por la dilatación anal, usando otras palabras más discretas... Ellas se hacían las tontas; no dijeron ni sí, ni no. Se habían metido en un pantano... Personalmente, años después de la charla ésa, comprobé que era cierto el rumor de que favorecía la dilatación.”
El desliz de las apóstoles de la salud obedece a un prejuicio más o menos extendido que se condice con ciertos datos duros. La asociación del popper con la comunidad gay tiene dos razones fundamentales, mejor dicho, dos espacios determinantes: la pista y la cama. Si por un lado los poppers se suman a la larga lista de drogas recreativas, por el otro sus efectos vasodilatadores han hecho las delicias de quienes disfrutan del sexo anal.
En los clubes, el uso de poppers se comprueba a simple vista. La ya mencionada volatilidad es el factor químico detrás del ritual que inesperadamente acerca el popper al mate: en la pista, según todos los testimonios, el frasquito pasa de mano en mano en los picos del vuelo eufórico. Como complemento o intensificador del éxtasis, el popperazo (así lo llaman su cultores) llega para sellar definitivamente el lazo de amor entre los bailarines, que por unos segundos pierden la cabeza. Según el DJ y experto en cultura dance Ignacio D’amore, esta ceremonia más o menos secreta ya está codificada: “El sitio musical Popjustice lo define como ‘Poppers o’clock’, es decir, el momento exacto en el que la pista de baile despega: la canción que suena parece retirarse y de pronto arremete con más fuerza que nunca; sube la sangre. Pasa el frasco de mano en mano, domino dancing químico que a veces sigue con coreo fuera de la pista (y con nada de ropa)”.
El popper continúa en este punto un linaje que lo hace heredero de la cocaína, el LSD, el éxtasis y el MDMA, entre otros. De hecho, ha sido parte de la cultura de los clubes desde la escena disco en los ’70, haciéndose más presente en los sótanos del house y en las raves de los ’80 y los ’90. Ya en 1978, la revista Time publicaba uno de los típicos informes-alarma: haciéndose eco del creciente uso del narcótico en los clubes de Nueva York y Chicago, la cronista hablaba de una “cocaína para pobres”, popular en un primer momento en la comunidad gay y luego expandida a otros sectores de la sociedad norteamericana (esta extensión, por supuesto, resultaba ser la verdadera causa de alarma). “En 1976, la compañía Pacific Western, de San Francisco, comenzó a producir masivamente nitrito de isobutilo y lo comercializó con el nombre de Rush. Como resultado del marketing agresivo, los poppers rápidamente comenzaron a ser consumidos por heterosexuales de vanguardia. El nitrito de isobutilo se vende abiertamente en tiendas de discos, boutiques y sex shops.” La nota indica un momento de expansión y de quiebre. El llamado de atención de la cronista marca el despuntar de un nuevo modo de vigilancia: clubes y negocios serán perseguidos, alarmadas las autoridades por los efectos negativos de la sustancia. Se habla en esos años de perturbaciones en la visión, arritmia, depresión cardiovascular y disfunción neuronal. Ya en los ’80, el cóctel de prejuicios y confusión que funciona como primera respuesta a la epidemia del sida sirve de caldo de cultivo para hipótesis endiabladas: el sida podría tener origen en la inhalación indiscriminada de nitritos. La explicación es refutada a fines de los ’80 por una serie de estudios médicos cuidadosos, pero la asociación entre la droga y las calamidades de la vida gay sigue siendo poderosa. Por otro lado, y más allá de esta refutación puntual, los poppers, como todas las drogas utilizadas recreativamente, cambian de estatuto ante el endurecimiento creciente del establishment médico-legal.
En los Estados Unidos, el año clave en la escalada prohibicionista es 1988, cuando se aprueba la ley anti-abuso de drogas. Alrededor de 1990, la mayor parte de los gobiernos de Europa y América prohibieron las ventas y la importación de nitritos para ser inhalados. Sin embargo, en países como Francia, los dueños de sex shops y otros negocios en los que se comercializaba la sustancia lograron apelar exitosamente la medida. La Corte consideró que los riesgos que se mencionaban para justificar la prohibición eran tan raros y estaban asociados con usos tan anormales que no correspondía aplicar una prohibición general y sí obligar a incorporar advertencias en los recipientes. Los poppers continúan, pese a todo, dominando las pistas con su intermitencia etérea. Eso sí: han tenido que disfrazarse de quitaesmaltes o aromatizadores de ambientes, y comercializarse con nombres sugestivos como el ya mencionado Rush, Locker Room, Snappers y Liquid Gold.
En la Argentina, la comercialización de poppers es aun más subterránea. Hay preparaciones caseras, producidas mayormente en los “laboratorios” de las villas. Las versiones más industriales típicas de los países del norte de Europa no son fáciles de conseguir.
La Asociación Antidrogas de la República Argentina, conducida por Claudio Izaguirre, denuncia la existencia de un vacío legal en lo que respecta a los poppers y a alerta sobre un supuesto furor en la comunidad gay. En la página web de la organización se sostiene la comentada, y refutada, asociación entre la inhalación de nitritos y la transmisión del virus del sida. Por su parte, y más en línea con la sensatez, la Asociación de Reducción de Daños de Argentina (ARDA) advierte sobre efectos negativos inmediatos como tos, náuseas, vómitos y hemorragias nasales y efectos negativos a largo plazo como fatiga, dolores de cabeza, descompensación electrolítica y daños en el sistema nervioso, en el hígado, los riñones y la sangre. Algunos de los peligros blandos asociados con el popper son recordados por Diego, en la conclusión clínica de su historia hot: “Me acuerdo de que en un momento golpeé la botellita contra la mano del francés, y me mojé la mano. Después me enteré que quemaba y que me tendría que haber lavado inmediatamente; lo que se quedó en mi piel se fue absorbiendo y explicaba por qué me quedé sintiendo raro más largo tiempo. Al día siguiente me di cuenta de que tenía los labios violeta; resulta que a las personas muy blancas y de piel sensible se los deja azulados por la dilatación de los vasos capilares. Mejor que a los que se les queman los labios y la nariz, que no son pocos”.
Ajenos a estos riesgos menores, los usuarios de poppers siguen disfrutando del viaje. “Yo los usé sobre todo en un período de alta actividad sexual –cuenta Juan (30)–. Para mí está muy asociado a la dinámica del dark-room y el sex club, donde se coge sin parar y la idea es un poco no parar. Es como que le agrega un toque de quemazón al orgasmo, lo hace más oscuro, o más sucio, o más intenso. El calor que te provoca además es como que enfatiza que en el sexo descontrolado estás fuera de vos.” Otros, sin embargo, encuentran en estas sensaciones motivos para cierta distancia crítica: “Te saca un poco de la situación y eso es raro. Estás ahí garchando y cuando lo tomás es como que no estás, o estás con el cuerpo solo, o no sé”, comenta Tomás, en una inesperada coda filosófica. Menos dado a la metafísica, Santiago (22) no esconde su decepción ante la experiencia: “No entiendo por qué la gente lo usa para coger. Me parece que es una droga más de putos viejos. Dicen que es bueno para la dilatación, pero me parece tan feo el olor que me la baja. Prefiero fumarme un porro para eso y listo, que es más sano y dura más”. La oposición entre la droga sana y “natural” y el químico extraño y pernicioso abunda entre los testimonios. Muchas de las personas consultadas para esta nota declararon no entender el propósito de los suplementos químicos a la hora de tener relaciones sexuales: “Buscar el placer en la química es como buscar la riqueza en un basural –puntualiza Jerónimo–. Si encontrás un macho bien dotado y que sabe usarla y manejarla, no necesitás ningún tipo de droga”. La imagen de un cuerpo natural, sano y completo, que podría moverse y rendir sin ningún tipo de complemento químico, es por supuesto el fantasma que aparece en toda discusión sobre drogas. Es una de las ilusiones de nuestra cultura que las drogas son utilizadas por aquellos marcados por una falta, incompletos o necesitados, y que los narcóticos vendrían a llenar ese hueco. La salud está asociada en este relato con una discutible idea de plenitud, que por otro lado se considera “natural”. Un cuerpo sano es un cuerpo pleno, un cuerpo que contiene en sí todos los químicos que se ofrecen en las farmacias y botiquines legales e ilegales. Un simple vistazo a nuestro alrededor invita a cuestionar esta percepción. O al menos a ser más cautos a la hora de separar a los usuarios de drogas del resto de los sujetos, sobre todo si ponemos el ojo sobre fármacos legales, suplementos vitamínicos, uso de tabaco y del alcohol, cócteles que ayudan a incrementar la masa muscular, pastillas para adelgazar, las ceremonias del mate y del té, para mencionar sólo algunos de nuestros contactos íntimos con químicos de todo tipo. Los poppers, con los riesgos y las contraindicaciones conocidas, proponen una sofisticación de la experiencia. Esto es sobre todo así en el campo de los placeres sexuales, que justamente se construyen en oposición a una supuesta naturalidad. Si algo nos ha enseñado el movimiento Glttbi en estos años es a desconfiar de toda apariencia de naturalidad en lo que concierne al sexo y al deseo. Aderezar el combo sexual con un narcótico es tan natural o tan poco natural como proponer hacer la pose de misionero o usar juguetes sexuales, es decir lo “natural” no viene al caso en esta discusión. El popper sin duda está marcado por un plus de artificialidad, como si el hecho de que sea un engendro de laboratorio lo pusiera definitivamente del lado de lo no humano.
Por suerte siempre hay una loca viajada que repone (aunque sea con ese tic de turista) la cotidianidad de lo que se quiere aberrante: “En Europa, inhalar poppers es tan normal como usar condón, si no más –relata Diego–. En los perfiles de Internet, la mención al popper precede al dato de si uno es pasivo o activo; y están los que sólo buscan a otros ‘popperos’. Supuestamente no pueden ser comercializados como poppers; sin embargo, en sex shops gays hay carteles que dicen: ‘Hay poppers’. Son algo natural del mundo gay en Berlín, en Viena, en Londres o en París”.
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