Viernes, 30 de marzo de 2012 | Hoy
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Estimado “Lux” leí y re-leí su nota referida a sus vacaciones en Cruz del Eje. Allí escribe usted: “¿Qué despropósito hay en este mundo que pueda compararse con las vacaciones?”. Yo creo que hay uno superior y es vacacionar fuera de todo contexto sociocultural, porque de las vacaciones uno generalmente vuelve. De lo otro no. Y créame que lo comprendo si, como vuelve usted a escribir, no puede evitar tener “un contrato esclavo con este suplemento”. Dato fuerte ése. La disco Kroovar jamás fue promocionada en esta zona como un sitio para el “descontrol”. Jamás. Es más, le hice caso a su recomendación y fui y saqué mis conclusiones. Pero no coinciden con las suyas. Los cordobeses que usted estereotipa como de “pancitas de asado, chivito y vino” son habitantes del noroeste de la provincia de Córdoba, uno de los sitios emblemáticos postergados y con el mayor bolsón de pobreza de toda la región. Acá se nace pobre y después, si se puede, uno se asume como puto. En Cruz del Eje, donde el sol nos acaricia a latigazos, nunca es “siempre de día” y no se la llama “ciudad del sol” sino “cuenca del sol” porque el sol se pone en un ocaso gigantesco y naranja cada tarde detrás de la ciudad. Leo, triste, que una pasarela en manos de “chongos rubios y fortachones” puede contener, para sus parámetros, glamour, pero decae como en un barranco si el espectáculo incluye “una carroza cervecera arrastrada (¡¡arrastrada!!) por herederos de comechingones”. El guía “culiado” que usted describe intuyo habrá sido uno “culiao”, que implica una categoría, una jerga, un regionalismo, un abismo lejano de lo entendido por “penetrado”. Ese guía de olivares seguramente sobrevive como usted, siendo un trabajador esclavo de ese boliche, porque olivares ya no nos quedan, son talados sin pudor ni piedad a un ritmo de 80 mil kilos diarios como leña para alimentar los hornos de la gigantesca calera que produce y ha intervenido, prejuzgo, en el pastón de albañilería con el cual se construyó su casa. Las manos explotadas de un chonguito comechingón devenido en neopatovica de boliche quizás estén presentes en los revoques de su comedor diario. Lo de la contraseña “comechingón” supera todo análisis y los caciques comechingones no organizaban fiestas de “todxs por todxs”, simplemente porque no tenían caciques; esa palabra pervive en aquellos que viven con el imaginario colonizado. Supongo que cuando usted hace referencia al chongo que lo llevó en moto a la estación, se debe referir a la terminal de ómnibus; porque la estación de trenes ya no tiene trenes y no se va a ningún lado, pero uno puede, si se anima, visitarla de noche, sentir la oscuridad con aullidos y dejarse abrazar por los fantasmas de los putos torturados y desaparecidos cuando esta ciudad se transformó en una ciudad policíaca con la sexualidad sitiada. Claro que ése sería otro viaje, un poquito así más brutal y temible. Estimado Lux, usted no ha visitado el “interior”, porque el noroeste cordobés es el interior del interior, donde las prácticas sexuales entre hombres son vistas, se establecen y se practican de otro modo, con otros códigos de conciencia moral que, le aseguro por puto que soy, superan en libertad a cualquier orgía de sauna citadino. Lux, usted no está obligado (más allá que por su trabajo esclavo) ni tiene por qué conocer estos códigos nuestros, pero no tiene derecho a describirnos de un modo que no es, que no somos, que no fuimos. Simplemente porque somos (de otro modo), valemos e importamos.
Luis Emilio Logullo
San Marcos Sierras
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