Viernes, 8 de agosto de 2008 | Hoy
Por Javier Ugarte
Falleció en 1984, a los cincuenta y siete años de edad, víctima del sida. En su juventud le había costado mucho aceptar que era homosexual a causa de la atmósfera represora de la posguerra, cuando la policía realizaba redadas y los estudiosos consideraban esa orientación como un desequilibrio de la personalidad (o algo peor). Foucault, una de las primeras víctimas del VIH, no vivió su decaimiento como un problema público –como tuvieron que hacer quienes lo sufrieron en la década de los noventa–, porque en la primera mitad de los ochenta enfermar del virus aún no se había convertido en una razón para el estigma. Para él se trató de una enfermedad desconocida, pero limitada al ámbito privado.
En esa diferencia entre los años ochenta y los noventa se encuentra una razón para comprender lo que, en perspectiva, parece una sorprendente falta de compromiso con los colectivos lgbt. Indirectamente, Foucault colaboró con los objetivos de estos grupos al denunciar el carácter arbitrario del poder (represivo a la vez que productivo) y mostrar las múltiples fuerzas que se encuentran detrás de la sexualidad; los dirigentes lgbt de la época hubieran deseado contar con una colaboración más explícita por parte de quien era escuchado y respetado en múltiples foros. Aunque militó en varios frentes (contra el poder psiquiátrico, la institución carcelaria...), se echó en falta su apoyo a las demandas homosexuales.
La segunda razón se relaciona con su concepción del poder y la política. No dudó, en sus años finales, en apoyar acciones puntuales contra la represión y las medidas de gobierno que consideraba injustas; se lo vio en la calle junto a personas de las que se encontraba distanciado en el pasado, como Sartre y Simone de Beauvoir. Por otro lado, su trabajo no puede entenderse sino como genealogía de los poderes constituidos y las fuerzas que nos conforman (comprobación técnica: a un foucaultiano se le reconoce cuando, al margen de su seguimiento del autor, se esfuerza en indagar las estructuras que nos hacen anhelar lo que deseamos). Es probable que las demandas del colectivo lgbt se encontraran en un término medio en que le resultaba difícil moverse: ni tan difusas como para realizar una genealogía ni tan cercanas como para firmar un manifiesto, ya que en su madurez había contemplado el fin de la represión pero los grupos de la época, en la felicidad del momento, no habían comenzado a reivindicar derechos políticos.
Para conocer nuevas demandas habría que esperar al sida y los problemas que conllevó: menores de edad que se veían separados de su otro/a padre/madre porque su único tutor legal había fallecido; adultos que se veían desposeídos de una propiedad comprada en común porque la familia de su pareja exigía su herencia legítima; personas hospitalizadas sobre cuya vida nada podían decidir sus parejas, etc. Se trataba de cuestiones tan comprometidas en la vida cotidiana que, ante la inhibición de los gobernantes, a menudo fueron los jueces quienes establecieron jurisprudencia a favor de los homosexuales.
Falleció en ese período bisagra en el que los poderes públicos no habían tenido tiempo de crear toda una simbología estigmatizadora, “cáncer rosa” se le llamó en una época en la cual la mayoría de los contagiados y fallecidos lo eran por vía heterosexual (piénsese en toda el África subsahariana) o parenteral (España, Italia). Si en algunos países la principal vía de transmisión fueron las relaciones entre varones (notoriamente, en Estados Unidos y Gran Bretaña), en el nivel mundial se trataba de una cuestión secundaria, ya que su enorme extensión en África muestra que ninguna práctica ni grupo de población permanece ajeno a él. Por eso, la información que propagaron las autoridades durante mucho tiempo y que permitía hablar de “grupos de riesgo” –en lugar de “prácticas de riesgo”– era deshonesta por sesgada (queda bastante de ello cuando se prohíbe que los homosexuales donen sangre).
El filósofo tuvo la desgracia de morir demasiado joven, en relación con lo que suele durar una carrera académica y con lo que hubiera podido aportar a las luchas homosexuales de haber contemplado su despliegue político en los años noventa. Foucault falleció en una época en que el sida era una enfermedad silenciosa; poco tiempo después, llegó a ser tronante. Es probable que, de haber vivido en mitad de la tormenta, nos hubiera dejado oír su voz sobre los problemas homosexuales.
* Pérez FilOsofo e historiador
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