El primer día que fui al colegio iba un poquito asustada. “No te preocupes, cariño –dijo mi mamá–. Enseguida tendrás amigos.”

Mi compañera de mesa se llamaba Inés y me gustó enseguida. Tenía unos moñitos con lazos de colores y sonreía todo el tiempo. Pronto íbamos de la mano a todos lados. Nos sentábamos juntas en el comedor y dormíamos la siesta en el mismo cojín.

A Inés le gustaba jugar a los castillos y ella siempre era un príncipe valiente y yo, la princesa de la torre. Otras veces ella era un soldado y yo una enfermera.

Un día Inés no vino al cole. Yo la estuve esperando todo el día. Le guardé el sitio y no dejé a ningún niño sentarse a mi lado.

Al día siguiente Inés tampoco vino. Yo estaba un poco triste y miraba su colgador vacío. “¿Dónde está Inés?”, pregunté a la maestra. Pero ella no supo contestarme.

Por fin, un día llegué al cole e Inés estaba allí. Vino corriendo y me dio un abrazo bien grande.

Inés había tenido varicela. “Mira”, me dijo, y me enseñó dos marquitas que le habían salido bajo los ojos. Parecían dos lágrimas. “¿Me has echado de menos?”, me preguntó. “Claro que sí”, le dije con una sonrisa. “Pues, ¿sabes qué te digo? Que no nos volveremos a separar”, dijo Inés muy convencida.

“Cuando sea grande tendré una casa y tú vivirás conmigo, y tendremos muchos niños.” A mí me pareció una idea estupenda y le dije que además yo quería tener un conejo y un loro.

“Y yo seré conductor de autobús”, dijo Inés. “Y yo seré maestra”, dije yo. “Y cenaremos pizza todas las noches”, dijo Inés. “Y tomaremos mucho ketchup”, dije yo.

“Eso, eso”, dijo Inés riéndose. Y entonces hicimos una carrera e Inés ganó. Como siempre.

Este cuento integra el ejemplar Cuentos para la diversidad editado por Cogam. Colectivo de Gays, Lesbianas y Transexuales de Madrid y que puede leerse online en www.cogam.org