Viernes, 8 de agosto de 2008 | Hoy
Tímidos y ambiguos en la era Disney, desembozados y provocadores a partir de los Simpson y cada vez más complejos y atractivos en los nuevos productos con impronta cyborg, las animaciones con sello queer son y serán parte del mismo mundo fantástico donde las esponjas hablan, las cenicientas andan en calabazas, las familias tradicionales están formadas por perros y gatos y el bien suele triunfar sobre el mal: el mundo que los adultos crearon especialmente para la tierna infancia.
Por Diego Trerotola
The Celluloid Closet, de Vito Russo, fue el primer libro dedicado sistemáticamente a discutir las sexualidad diversa en las películas de la historia del cine. Pero el cine de animación, perfilado principalmente para el público infantil, apenas estaba mencionado en esa discusión. Sí se mencionaban, al pasar, un par de personajes secundarios de películas de Disney, como ejemplos de relaciones ambiguas. Por un lado, estaban el zorro y el gato de Pinocho, que entonan una canción para seducir niños, con una letra que decía “la vida del actor es gay”. También está el adorable GusGus, ratón rechoncho de Cenicienta que la ayuda a terminar el vestido, y es increpado por una ratona para que deje de hacerlo porque “la costura es para mujeres”. Poco y nada: Russo tuvo que enfrentar ejemplos mínimos. En las puertas de la década del ’90, tras casi una década de la publicación de The Celluloid Closet, la situación cambió radicalmente con Los Simpson, serie que convirtió la animación en un género más revolucionario: no sólo Smithers, el secretario gay del señor Burns, sino una gran cantidad de personajes en distintos capítulos hicieron de la familia amarilla una saga queer que combatía los límites pacatos del dibujo animado. Y la película de Los Simpson, el año pasado, fue por más: había un desnudo frontal de Bart, Homero se enamoraba de un chanchito drag en un gesto de amour fou zoofílico, y los juegos presexuales de Marge y Homero eran una parodia de Cenicienta, marcando el fin de la inocencia Disney. Era de esperar que Matt Groening no claudicara en su impronta queer: además de Los Simpson, él creó, y sigue dibujando, la historieta Akbar & Jeff, protagonizada por una extraña pareja gay. Sin embargo, es difícil sostener que las desventuras de la familia Simpson sean una serie para público infantil, pero es verdad que empujó la animación del nuevo milenio a ser más madura y diversa, sexualmente hablando. Y así, la animación digital infantil metió el dedo en la llaga queer.
¿Qué tal, Bob?
En 2005, se distribuyeron en las escuelas de Estados Unidos 61.000 copias de un video educativo donde Bob Esponja y sus vecinos acuáticos, entre ellos Patricio Estrella, celebran la diversidad de familias. La derecha religiosa puso el grito en el cielo diciendo que era un “video pro-homosexual”, sacando del closet a Bob Esponja como una acusación. Stephen Hillenburg, creador de este dibujo animado de Nickelodeon, sostuvo que sus personajes son “casi asexuados”. En ese “casi” se jugó una carta fuerte, porque dejó el beneficio de la duda. Tres años antes, Bob Esponja había tenido una salida del closet porque circuló la noticia en 2002 de que el merchandising del personaje era muy vendido entre la comunidad gay de EE.UU. Y tiene algo de lógica: hay cierto perfume queer en la amistad entre Bob y Patricio. Ejemplos de esta relación particular: en “Peste en el Oeste”, una de sus últimas aventuras, Bob baja los pantalones de Patricio y se ven sus medibachas rosas. Y ni hablar de que en la película Bob Esponja, los personajes viajan usando como lancha el cuerpo semidesnudo de David Hasselhoff, el chongo de las series Baywatch y El auto fantástico, montados en sus piernas peludas. El humor camp es clave para el surrealismo pop de esta serie de TV y por eso se volvió un icono queer.
Fairy trans
Cuando aún los estudios Pixar eran aliados de Disney, estrenaron la primera película animada con un personaje trans: Francis, la vaquita de San Antonio de Bichos (1998). Integrante del un circo volador. Francis es hombre pero que todo el mundo trata como una mujer (el nombre en inglés de la Vaquita de San Antonio es ladybug) y ése es el conflicto del personaje. Y la aventura para Francis es “descubrir su lado femenino”. Sus largas pestañas y sus antenas sintonizan la onda trans, y el personaje era el que mayor relación tenía con los niños y niñas hormigas de la historia de Bichos. La educación sexual se democratiza: cada infante tiene ahora un modelo en Francis para crear su personalidad transgénero. En 1998, Disney también lanzó Mulan, la historia de una hija travestida de soldado: un personaje convertido en una versión achinada del drag king, bastante frecuente en la animación asiática. Pero también la película democratizaba el travestismo en una escena final antológica con varones travestidos. El siglo terminaba más andrógino en el cine de animación, dejando paso a que Pixar y Disney salieran un poco más del closet, y las nuevas películas digitales de los otros estudios, como Fox y DreamWorks, siguieran esos pasos queer. Fuera de la didáctica fábula de relación de amor heterosexista de muchas fairy tales, ahora las historias tenían otras identidades genéricas y orientaciones sexuales. Por eso a nadie indignó que una película como Buscando a Nemo sea Ellen DeGeneres la voz de la adorable Dory. Ni que en la reciente Kung Fu Panda Angelina Jolie haga la Tigresa con aliento lésbico, y que el oso protagónico esté menos interesado en el amor de una osa que en la relación hedonista con su maestro.
Pequeños cyborgs lustrados
La versión más transgresora de la animación queer infantil son las películas ciberqueer. A la cabeza está Robots (2005) de Chris Wedge, basada en parte en El mago de Oz, la película infantil gay por excelencia, tanto por la estética camp del film como para una lectura queer de la aventura de Dorothy como fantasía lésbica, pero también por el culto que tuvo Judy Garland como diva gay friendly. La historia de Robots sigue a los personajes principales como a autómatas degenerados: Rodney, el protagonista, cambia su torso por el de una robot en su adolescencia y su coequiper Fender se traviste de guerrera la segunda parte de la película, con un acto drag queen a lo Britney Spears. Esta película infantil es un diccionario animado de los postulados del Manifiesto Cyborg, que plantea a todos los humanos como criaturas mixturadas de un mundo post genérico, donde categorías binarias de lo masculino y lo femenino se desdibujan. En este sentido, el personaje de Madame Gasket de Robots es la mejor encarnación del cyborg: supuestamente es una mujer, pero tiene la voz masculina de Jim Broadbent (ésa es la parte humana que la convierte en cyborg) y, efectivamente, es confundida con un hombre. Barroca y tiránica, Madame Gasket es el ensamble perfecto de la villano queer, que tiene una larga tradición en el cine de animación, empezando por varias villanas de Disney como la bruja mala de Blancanieves o la pulpo Ursula de La Sirenita, explícitamente basada en personajes del actor gay Divine (la lista del culto gay a las villanas de la animación es larga, y no se debe dejar de nombrar a la Cruella de Vil de La noche de las narices frías). También se puede considerar una historia de amour fou homocyborg la relación del niño protagonista con el robot de El gigante de hierro, relación sellada por un inquietante “Te amo” entre ambos. Hay que tener en cuenta que el director de El gigante de hierro es Brad Bird, animador incorporado a Pixar, que hizo Ratatouille, una película que plantea un mundo de ratones integrado sólo por hombres, un detalle que no es menor: esto tiene un tinte misógino, pero también subraya la idea de homosociabilidad como base de las relaciones entre los roedores. Y la creación Pixar último modelo, Wall-E, da un nuevo giro a las claves gay de lectura de las películas animadas: su protagonista, un robot reciclador de basura, es fanático de Hello, Dolly, la versión cinematográfica del musical protagonizado por Barbra Streisand. Recordemos que la Streisand es el icono por excelencia de la sensibilidad gay en EE.UU.: en la película Es o no es era lo que realmente definía la orientación sexual de su protagonista. El robot Wall-E, como un cyborg de la nueva generación animada, no es gay, ni heterosexual, ni masculino, ni femenino. Es una creación post-identidad, post-género: es una criatura hecha de píxeles de ambigüedad.
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