Viernes, 17 de agosto de 2012 | Hoy
CRONICA CON CLASE
El Bachillerato Mocha Celis avanza, ahora tiene carácter oficial y va por más. Las cosas y las personas que pasan allí adentro dan ganas de volver a estudiar.
Por Karen Bennett
El Bachillerato Popular Mocha Celis ya es oficial. Ya no se cuestiona. Y a quien se le ocurriera cuestionarlo podrá irse a llorar a cualquier iglesia. Me recibe Claudia Puccini, una de las profes de Lengua del Bachi, ella es mujer trans. Perdón, dejemos la elegancia protocolar de lado. Claudia es una de esas travas que rajan la faz de la tierra. Se sucedieron besos y abrazos bienvenidores por aquí y por allá. Brevemente después de mí, aparecen sus majestades Susy Shock y Barby Guaman, juntas. Y al toquecito nomás, Malena Rivero. El Bachi está entre nosotrxs y es motivo para brindar, festejar, emocionarse y rocanrolear. Mirá con qué notición vengo a cerrar mi serie de tres crónicas. ¿Rocanrolear dije? Usted lo pide, usted lo tiene. Mi olfato de violera, o de mariquita (no resolví cuál olfatea mejor), me había advertido de llevar mi instrumento para esta última crónica, y de paso... viste cómo es esto, por si las moscas, a ver si no te piden “una que sepamos todxs” y resulta que no trajimos la herramienta con la cual calmar la furia travesti. No, no existen las travestis furiosas, pero que las hay, las hay, dicen. La viola tenía que venir conmigo. Ya vas a ver por qué. Nos pidieron que cantáramos para el festejo y allí fuimos.
Alguien dijo por ahí, de la Mocha te vas chocha. Ni se te ocurra dudarlo. ¿Que qué cantamos? Tranqui. Tampoco la pavada. Te estarías zarpando un poco si me pidieras que tocara la viola, cantara y además te relatara con precisión lo que ocurría con la audiencia durante el miniconcierto...
Quién sabe, si tengo que elegir qué contarte, te digo una impresión: por primera vez en sus vidas (tal vez no, no lo sé, pero cabe la suposición), algunxs de lxs estudiantes del Mocha escucharon cantar a dos de las suyas, en su propia casa. Cuestión de pertenencia... recíproca. Las Transilvania, Barby Guaman y Malena Rivero somos Mocha Celis y viceversa. No hubo show de transformistas burlonas estereotipadas imitando a Susana Giménez o Moria Casán, ni playbacks ni karaokes. Esta vez hubo cuatro chicas trans, cantando por y para sus pares, con nuestras voces trans, una guitarra y un acordeón, enarbolando entre todxs la bandera del himno Susyshockero “Ni varón, ni mujer, ni XXI, ni H2O” validando el cartel de la puerta del baño único del Mocha, en lugar del insufrible “caballero” o “dama”.
Reivindicando nuestros derechos a ser monstruos, abrimos con “Buena vida, poca vergüenza”, siguió la melancólica urbanidad de “Presente Perfecto”. “¡Otra, Otra!!”, aplaudían todxs ruidosamente con sonrisas de felicidad en sus rostros, sin dudas por el recital, pero también para extender la hora libre. Entonces siguió “Dominique”, el blusero homenaje transilvano a la gran diva travesti argenta Dominque Sanders, que derrochara plumas y purpurinas prohibidas allá por la década del setenta y hoy, ya más grandecita, sigue dueña de esas gambas inmortales.
Termino de cantar y la veo. Nicole Galeano tiene sólo 17 años. Tiene siete hermanas y es la estudiante más joven del Mocha. Su pequeña humanidad, su vocecita aguda y su rostro angelical le facilitan este asunto de pasar como mujercita ante los despistados ojos del mundo normal. Mientras iba enfundando mi mandolina le pregunté si quería participar ella también. “No, no...”, respondió con aire desinteresado e indiferente, lo cual le duró solamente unos minutos, porque cuando me estaba yendo se vino corriendo. “¿No me hace un reportaje a mí también?” Claro que sí, beba. Le paso el micrófono entonces:
“Ya de chiquita me gustaba un vecino y me sentía confundida”, me dice agregando que a su padre le perdió el rastro cuando éste se fue a vivir con “otra chica”. Hoy vive con su madre y sus seis hermanas. Una de ellas falleció en el 2008. El resto tiene su nombre y también su artículo. “La Evelyn, la Brisa...”
Durante la primaria la cargaban un poco en su Florencio Varela natal, pero nunca sufrió actos de violencia y los maestros la apoyaban. Nicole ya lucía muy femenina de chiquita. Aprovechando la moda wachiturra de depilarse las cejas, comenzó haciéndolo, además de utilizar pantalones más ajustados y camperas más cortitas. “Me dejé el pelo largo y aprendí a coser mirando a mi mamá, que es costurera, y algunas cosas se las robaba a mis hermanas. Ya soy una más de ellas y nos llevamos re bien”, me cuenta, además de decirme que después se vino a vivir a La Boca con su familia. Pero la secundaria fue más difícil y por eso la abandonó en más de una oportunidad. “Se complicaba eso de formar en filas de varones, y en los baños, ni hablar.” Todo esto se resolvió gracias a una chica que le habló del Mocha en “La escuelita de La Boca”, una institución de inserción laboral para adolescentes a la que asistió durante un tiempo. “En el Mocha soy feliz. Encontré mi lugar y mucho afecto.” Le pregunté entonces a qué quiere dedicarse cuando termine su secundaria. “Y... yo voy a ser cantante. Cantante de cumbia.”
Todxs felices entonces... De pronto empezaron a llegar cajas y cajas con insumos, libros, útiles proporcionados por el Ministerio de Educación de la Nación. Reglas, escuadras, lápices, bolígrafos, textos de lengua, matemática, biología. El libro con la colección completa de Mafalda... No lo podíamos creer. Emma Fernández tenía los ojos húmedos, también la profe Claudia Puccini, Laura, Juana, Gaby, Rosario, Susy, Malena Barbi, yo. Se nos dio, carajo. La lucha de una vida de militancia y activismo de tantos y tantas, algunxs de las cuales ya no están, gritó victoria. De pronto, entre las cajas y útiles se alzó una voz. “¿Y por qué vos hablás con voz de nene si sos nena?” Sentado sobre las cajas a medio desembalar, me preguntaba el rubio gurrumín, de pelo revuelto, cara de Jaimito (creo que hijo o sobrino de una de las profes del Bachi, no lo sé). Soltó la pregunta con el tono monocorde de psicoanalista salido de una peli de Woody Allen y sin levantar la vista del cuaderno en el cual estaba dibujando. Mi mandíbula estaba por golpear el piso y a punto de soltar una carcajada propia de quien cae derrotada ante genialidades de edad prematura.
Claudia Puccini y Gaby Díaz Villa acudían heroicamente a apagar la hoguera en la cual me estaba incendiando... “Es una chica trans. Las chicas trans hablan diferente”, interpelaron al purrete casi al unísono. “Ah, ¿vos también sos una chica trans como las de acá?”, repreguntó esta vez mirándome a los ojos.
“Sí, mi amor”, respondí entre risas, queriendo abrazarlo como un osito de peluche. “Acá en el Mocha Celis somos todxs diferentes, qué suerte que tenemos.”
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