Viernes, 25 de enero de 2013 | Hoy
ENTREVISTA
Jaime Parada, primer homosexual fuera del closet en ocupar un cargo político en Chile, analiza la situación de su país en tiempos en que los movimientos sociales presionan para la ampliación de derechos.
Por Andrea Guzmán
Los movimientos sociales en Chile han seguido un curso intenso e inédito durante los últimos dos años. Ad portas de las presidenciales 2013, el debate y la participación ciudadana se han ampliado modificando un panorama político todavía incierto. Las elecciones municipales realizadas en octubre del año pasado –para definir a los responsables de las administraciones locales en las que se subdivide el país– debutaron con un nuevo sistema de inscripción automática y voto voluntario que resultó con más de un 50 por ciento de abstención. Aun así, la novedad no se limitó a la forma de constituir el padrón electoral, algunas comunas con más de 20 años de liderazgo por representantes de partidos ultraconservadores cedieron por primera vez el paso a candidatos progresistas.
Jaime Parada tiene 32 años y es historiador. En octubre fue electo concejal por la comuna de Providencia, en Santiago –con una campaña enfocada a instalar el discurso de la diversidad sexual– convirtiéndose en el primer homosexual reconocido en ocupar un cargo político en Chile. El hecho se ha vuelto representativo del contexto actual por tratarse precisamente de uno de los sectores territoriales que fueran hegemonizados por la derecha más conservadora. Tras 16 años consecutivos bajo el mando del alcalde Cristian Labbé –ex agente de la Dirección de Inteligencia Nacional durante la dictadura de Augusto Pinochet– el concejo municipal de Providencia es actualmente encabezado por la independiente Josefa Errazuriz y ocho concejales electos entre los que se encuentra Parada.
Su introducción en la política fue precedida por una militancia activa en la organización Movilh (Movimiento de Integración y Liberación Homosexual) donde se hizo visible ocupando el puesto de vocero durante tiempos decisivos para la comunidad. El violento caso de Daniel Zamudio, un joven homosexual de 24 años asesinado en la vía pública por un supuesto grupo neonazi, fue el detonante para la reapertura del evadido debate respecto de derechos humanos y homosexuales que culminó en la promulgación de una ley antidiscriminación después de siete años de postergación.
–Sí, es un contexto social que está en pleno desarrollo. Es muy cambiante también porque existe una reacción conservadora muy grande y mientras más avanzamos, los reaccionarios son más agudos en su crítica, basta ver el seminario universitario en que se trataron curas para la homosexualidad. Aun así, es un escenario muy favorable para la presentación de una candidatura como la mía. Prueba de ello es que de los candidatos de oposición fui el que presentó la segunda mayoría. Creo tiene que ver con comenzar a desmitificar esto de que Chile sigue siendo un país conservador, hay una ciudadanía más progresista.
–Es un escenario mundial muy propicio para la reivindicación de derechos civiles de todo tipo. Pienso en la legalización de la marihuana en Uruguay, el matrimonio homosexual en Argentina y en una serie de cosas que tenían restricciones morales y que nadie se atrevía a sincerar. En segundo lugar, creo que aquí hay un trabajo político, cultural, social y discursivo muy grande por parte de algunas organizaciones como el Movilh. Y son importantes también las formas de accionar individual, por ejemplo si tú te atreves a tomarle la mano a tu novio en la calle vas a estar educando a otros. Yo lo hacía no tanto para expresar mi afecto en público sino porque eso una dimensión de ruptura, de querer tomarse el espacio público.
–Sí. Si este país fuera distinto, no habría necesidad de homosexualizar la política local, si fuese inclusivo no sería ni siquiera un tema, pero lo es. El espacio donde se toman las decisiones políticas necesita que haya agentes capaces de hacer cosas tan básicas como promover políticas públicas que tiendan a la incorporación, respeto e igualdad de todas las comunidades.
–Eso es un tema interesante de abordar porque los canales los tiene que abrir uno y vamos a pelear por eso ahora. No existen políticas públicas en cuanto a mecanismos de inclusión. Existen barreras que hay que comenzar a destrabar, en la medida en que personas valientes se atrevan a salir del closet y mostrarse públicamente como lo que son y con la dignidad que merecen.
–Que exista es muy importante para este país, no solamente porque hay un compromiso jurídico sino simbólico del Estado por los derechos humanos. La ley estuvo detenida siete años solo porque incorporaba las categorías de orientación sexual e identidad de género y no solo hablo de un bloqueo conservador sino de gente autodenominada de centroizquierda progresista. Bachelet puso y retiró varias veces la urgencia de la ley antidiscriminación hasta declararla como un tema sin urgencia. Podría mejorarse, creo que también hay que incorporar a la ley el discurso de odio. Quienes los emiten desde redes sociales y medios de comunicación deberían ser penados considerando que son estos discursos de odio los que alimentan la violencia física. Aquí hay una cadena de responsabilidades. Si está el sacerdote o cualquier otra persona desde el púlpito, ocupando un espacio legítimo para emitir estos discursos, entonces el neonazi está validando su acción violenta.
–Efectivamente. Si nosotros estamos implementando el círculo de la discriminación en los colegios, privándolos de que conozcan que hay personas de orientaciones sexuales distintas, fomentando ciertos discursos que son ultranacionalistas que también son discriminatorios, estamos alimentando el odio hacia el distinto, no explícitamente, pero sí solapadamente. Queremos a través de programas municipales educar a los niños en el respeto e inclusión y eso hacerlo extensivo a nivel nacional. Eso también significa educación de calidad. El cambio debe ser cultural y normativo. Durante un primer tiempo, debe haber acciones afirmativas hacia la diversidad y sancionarse los discursos violentos.
–Sí, es ridículo. Ese acuerdo lo valoramos todas las personas que no creemos en el matrimonio como una institución que debiese regular nuestras vidas, pese a que vamos a pelear con tanto ímpetu por el matrimonio como por el AVP. Pero existe un grupo de personas, en el que me incluyo, que no cree que el matrimonio sea la institución última, fundamentalmente por la carga cultural que tiene en su vinculación religiosa e institucional. Yo no estoy seguro de si voy a estar con la misma persona el resto de mi vida, pero ése soy yo. Yo como activista considero que el que crea en eso tiene que poder acceder tanto al matrimonio como al AVP. Pese a todas las acciones ridículas de los conservadores, creemos que a la larga las mayorías van a estar de acuerdo en que se aprueben ambos proyectos.
–Fue un proceso largo y doloroso, requirió cierta valentía plantarse como homosexual. Fui a un colegio muy religioso, las palabras que más escuché durante mi infancia fueron “roto”, “maricón” y “comunista”, que son las palabras que hoy más me generan violencia porque yo me siento todo eso. No me siento “comunista”, pero soy un tipo de izquierda y, bueno, maricón soy en regla, soy homosexual, y cuando me digo así me río de mí mismo, pero me siento muy orgulloso de ser como soy. A pesar de las dificultades personales pienso que esto va más allá de salir del closet. Si nosotros no nos tomamos el espacio familiar, los lugares públicos y los espacios de toma de decisiones, vamos a seguir siendo ciudadanos de segunda clase. Y en ese sentido la generación de hoy tiene una responsabilidad política sobre su homosexualidad. Si te vas a presentar como candidato, preséntate también como homosexual. Si no lo usas en tu campaña, si no lo expones como un tema político, si no lo has llevado como una bandera reivindicatoria, entonces me parece que no estás asumiendo una responsabilidad social y política.
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