Viernes, 15 de febrero de 2013 | Hoy
TEATRO
La amistad entre un homosexual y una diva, o entre un autor y su criatura, o entre dos desaforados que en tiempos de closet estricto viven sus amores a la intemperie, de eso se habla en Noches romanas: del encuentro entre Anna Magnani y Tennessee Williams. El dramaturgo americano Franco D’Alessandro vino a ver la puesta de su obra que hizo Oscar Barney Finn y a conversar con Soy sobre bueyes perdidos y ganados.
Por Karen Bennett
Se acaba de estrenar aquí Noches romanas, el retrato de la apasionada amistad entre la actriz del neorrealismo italiano, Anna Magnani, y el legendario escritor, poeta y dramaturgo norteamericano Tennessee Williams. El autor, Franco D’Alessandro, que viene cosechando éxitos por el mundo con esta y otras obras, vino personalmente a ver cómo lo hacen Virginia Innocenti y Osmar Núñez. Lo hacen muy bien. Así que, distendido después de la función, se dispone a conversar sobre lo que venga. No conocía Buenos Aires, pero le hemos dado una impresión, no sé si engañosa, pero al menos, según él, comparando con su patria, de una apertura insólita. Yo le digo que no será para tanto y él enfatiza: “Cuando voy por la calle con Michael, mi marido, y se nos ocurre tomarnos de la mano, todavía veo gente mirándonos de forma rara, y allá quedan muchos amigos en el closet”. Se define como católico no practicante, y totalmente en contra de la Iglesia entrometiéndose en los derechos civiles de las personas. Aunque también se declara en contra de la idea de escribir un teatro militante, a medida que avanza la charla queda claro que la realidad lgbttiq es su tema. Me cuenta por ejemplo de otra obra suya, ¡que ya mismo quisiéramos ir a ver!, que cuestiona la moral desde la premisa que presupone “los menores siempre son inocentes y víctimas” en materia sexual. El mismo se reconoce como un niño sexualmente “precoz y activo”. Allá vamos entonces.
¿Qué te motivó a contar la relación entre Tennessee y la Magnani?
–Todo empezó con mi descendencia: italiana por parte paterna, irlandesa por parte materna y norteamericana de nacimiento: imaginate mi necesidad de reconciliar de algún modo esta triple identidad. Por otro lado, de chico, mi padre siempre me llevaba al cine ver a los grandes realizadores neorrealistas italianos, como Fellini, De Sica y Rossellini. A través de ellos llego a Anna Magnani a temprana edad.
¿Y tu papá te presentó a Tennessee también?
–No tanto. Yo tenía la costumbre de robarles libros a mis hermanos mayores. Lo primero que leí de Williams fue Un tranvía llamado Deseo. Tenía sólo 10 años y desde luego no lo comprendí en toda su magnitud, pero me atrapó. Además fue aproximadamente a esa edad que comencé a reconocer mi homosexualidad. La otra intención era narrar una amistad profundísima, de casi 25 años, entre un hombre homosexual y una mujer heterosexual en aquella época tan distinta a la actualidad.
¿Qué aspectos rescató de la personalidad de uno y de otro?
–Hago referencias concretas sobre determinados trabajos de ambos personajes. Especialmente aquellos en los que Tennessee se inspiró en ella como The Rose Tattoo. Pero aun sin estar familiarizadx con ellos te encontrás con la narrativa de este hombre talentoso y especial, que de pronto se topa con una mujer fascinante y totalmente fuera de lo común. Basta con citar referencias de aquella época. Estaban las megadivas, como por ejemplo Bette Davis y Joan Crawford, pero ninguna como la Magnani, en el sentido de que andaba por la vida con una incorrección estética tremenda, despeinada, carismática, supersticiosa. Se sentaba con las piernas abiertas como un jugador de fútbol. La antidiva por excelencia y, a pesar de ello, era muy mujer. Tenía hermosos pechos y una piel bellísima, y le encantaban los hombres. A Tennessee también, y por eso la amistad era tan genuina (risas).
¿Hay un fuerte y un débil en esa amistad?
–Anna era anímicamente más fuerte que Tennessee porque no tenía adicciones. Le gustaba el champagne en una buena cena, pero nada más. En ese sentido en particular me veo muy reflejado en ella. No me gustan los remedios, no tomo siquiera aspirinas.
Las drogas y el alcohol son el tercer protagonista de tu obra. Hay un carrito de bebidas que va y viene constantemente por el escenario...
–Sí, focalizo sobre la adicción de Tennessee a los barbitúricos durante el diagnóstico de cáncer terminal y la posterior muerte de Frank Merlo, la pareja de Tennessee, que era 10 años más joven. Durante aquel período, Tennessee cae en una fuerte adicción, y Magnani, anticipando que aquello iría a acabar mal, le arrancaba las pastillas de la mano, tirándolas al tacho de basura. También sabía que Williams le metía los cuernos a Merlo, lo cual no juzgaba desde lo moral, porque ella sostenía que un cuernito no sólo no es algo grave sino que además puede incluso ayudar a fortalecer una relación en determinadas circunstancias. Lo que sí se puede apreciar es la paranoia de Williams inducida por la depresión y el consumo. Magnani estaba convencida de que Merlo era la persona más indicada y la mejor relación amorosa que Tennessee había construido. A pesar de sus esfuerzos, la paranoia de Williams lo llevaba incluso a creer que Merlo, que era un gran cocinero, le envenenaba la comida. Este punto en particular no está tan reflejado en la obra, pero ayuda para describir un poco su perfil.
¿Dirías que hay vidas normales y vidas de artistas? Por momentos parece que están hablando de sexualidad, pero están hablando del mundo del cine y del teatro.
–“No te necesito, andate a la mierda. Si no me haces el aguante, no me importa.” Ningún artista quiere estar ante la disyuntiva extrema de tener que abandonar su profesión en favor de una vida normal. Todxs queremos ser amados y estar en plenitud con nuestra vocación. Pero acaso para quien no sea artista, o tal vez científico, estos cuestionamientos son menos frecuentes. Difícilmente escuches un planteo del tipo “Elegí: tu cargo en el banco o yo”.
¿Cuánto hay de documental y cuánto de ficción en la obra?
–Bueno, es obviamente ficción porque no existen grabaciones ni registros de los encuentros entre ambos, hay algunas cartas, pero nada más. Aun así, dos de los mejores elogios que recibió la obra vinieron de las críticas teatrales del New York Times y de Backstage, que halagaron la credibilidad, el realismo de los diálogos, que hacen justicia a las palabras de Tennessee Williams. Cuando invité a Isabella Rossellini a ver la obra, ella vino a saludarme confesando que se le habían llenado los ojos de lágrimas. Me dijo: “¿Cómo sabías esto de mi padre? Nadie lo sabe. Es impresionante el trabajo de investigación que has hecho” (N. de R.: Roberto Rossellini fue tal vez el único gran amor de Anna Magnani y la presencia de él en sus diálogos con Williams es muy fuerte. Anna había conocido a Rossellini cuando ella tenía 40 años, pero él la abandonaría por Ingrid Bergman cinco años después.)
¿En qué aspectos te sentís identificado con cada uno de ellos?
–Me veo reflejado en Anna en perseguir lo que busco y no rendirme, especialmente cuando algo se interpone y complica las cosas. Anna era políticamente incorrecta. En nuestra profesión hay veces en las que hay que ser exageradamente amable, y ella no ponía en práctica eso. Cuando es “no”, es “no”. Yo tengo algo de eso también. Con Tennessee me siento muy identificado en el contenido de varios de sus poemas y escritos. Tennessee decía: “Yo escribo para sobrevivir a mi profunda soledad”.
¿Dirías que es una obra inscripta en una militancia lgbttiq?
–De ningún modo pretendo hacer de mi obra un manifiesto gay, ni de ningún otro tipo. Lo que realmente intento comunicar es la idea de la amistad funcionando como un barco que te mantiene a flote. Sí están presentes en los diálogos las relaciones sexuales y el amor. Ese amor y sexualidad tan honestos, francos y antinormativos de Magnani y Williams. Tennessee era homosexual y Anna tenía amantes mucho más jóvenes que ella. Ambos, a su modo, representaban una antinorma.
Pero no me dirás que no sos consciente de que una obra como ésta llama la atención de un público gay...
–Me interesa que la comunidad lgbttiq reconozca a través de esta obra la importancia y la riqueza de la historia en el arte y pensamiento lgbttiq. Nuestra historia, que muchas veces no es debidamente honrada no solamente fuera de la comunidad sino también desde adentro. Si bien ésta es un historia universal, si la comunidad no la abraza, no desde lo comercial, porque esa parte afortunadamente va de maravillas, sino desde lo conceptual, nadie lo hará. Somos nosotrxs quienes debemos relatar nuestra propia historia. De afuera no lo harán, y si lo hacen, lo hacen desde su perspectiva.
¿Tuviste oportunidad de visitar algún lugar gay-friendly durante tu estadía?
–Lamentablemente no. Estos días fueron teatro, teatro y más teatro, y mañana me voy. Pero como me enamoré de la Argentina, pienso volver pronto en un viaje con menos teatro...
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