Aunque se supone que la corrección política –expresada en diversos acuerdos internacionales empujados por la militancia de quienes viven con vih– habría desterrado la calificación “grupo de riesgo”, su uso sigue siendo común en el lenguaje jurídico, médico e incluso popular para definir a personas que por sus conductas serían más vulnerables frente a ciertas amenazas; la más fácil de asociar: la transmisión del vih. “Conducta de riesgo” fue el atajo que se encontró para seguir señalando a determinadas conductas u opciones vitales –como la sexualidad– como peligrosas sin homologar a todo un grupo –por ejemplo: gays–, si no a ciertos actos que implican un riesgo, como no usar forro. Sin embargo, la corrección política apenas modifica la apariencia sin lograr penetrar en el sentido. Pruebas a al vista: el solo hecho de ser homosexual alcanza para prohibir la donación de sangre, lo que deja implícito que al grupo gays se lo sigue considerando “de riesgo”. “El riesgo –explica el médico Paco Maglio en La dignidad del otro (El Zorzal)– como construcción social es una categoría de estigmatización, de discriminación, de dotación de atributos desacreditadores, de establecimiento de juicios y condenas morales, todo aquello desde relaciones desiguales de poder. A partir de la categoría de riesgo definida por la epidemiología, construimos personas de riesgo para una moral intolerante y autoritaria, para ‘poderes’ que se ven amenazados si se abren al respeto a la diversidad.” Como si esto fuera poco, al usar la categoría “de riesgo” se invierte la carga de la vulnerabilidad, convirtiendo a quienes podrían estar “en” riesgo –por sus prácticas– en una amenaza. En definitiva, la categoría “de riesgo” usada por la epidemiología viene a reforzar discriminaciones preexistentes aportando una “condena” para quienes desde antes estaban “sospechados”. o