Viernes, 29 de agosto de 2008 | Hoy
ARIANA CANO
Periodista, voz inquietante, depiladora de señores y mucho más, Ariana Cano abre las puertas de su mundo todos los viernes a la noche para los oyentes de Radiozonica. No se olvida del largo camino que debió recorrer para reconocerse como lo que es, una mujer trans. Las razones del orgullo, a la vista.
Por Leonor Silvestri
¿Cómo llegaste al mundo de la radio?
–Yo en realidad soy terapeuta transpersonal. ¿Qué es eso? Bueno, trabajo a partir de la personalidad que nos armamos para llegar a lo que somos realmente, y aceptarnos, sin tomar referentes familiares o presiones exteriores. Estudié técnicas de autoindagación en la India. A la radio llego de casualidad. Volvía de un viaje por Brasil, donde conozco a Tommy, mi pareja desde hace 7 años, y no quería quedarme en Buenos Aires. Entonces nos vamos a vivir a San Bernardo en octubre. Nos pareció fantástico, vino la temporada, hermoso; en febrero, se empezó a apagar; llegó marzo, ni un alma; en abril empezó el frío y había sólo viento. ¿Qué hago un invierno acá? Yo tenía el mambo de la India fresquito y empecé con grupos de autoayuda. Así, una alumna me propone hacer un programa de radio sobre terapias alternativas. A los dos meses toda la costa escuchaba mis ejercicios de relajación y mis meditaciones dinámicas. Entonces me llamó Juanjo Pasarelli, un político radical que tenía una emisora, y me dijo: “Muy lindo lo de las energías, pero vos con tu voz y picardía tendrías que estar a la noche calentando braguetas; si te interesa, la puerta está abierta”. Y así nació El mundo según Ariana, de 22 a 24 en la costa. Dejé de ser Nacha Guevara y me volví yo.
¿Una mujer calienta braguetas? ¿O una mujer trans calienta braguetas?
–Nunca pude decir en esas radios que era transexual. Temía que la gente no me aceptara, y me dio vergüenza mi condición, el miedo no me permitió actuar.
¿Ahora se fue el miedo? ¿Cómo te definís en tu programa en Radiozonica?
–Como mujer trans, sin el rollo obsesivo de ser mujer. Ser mujer es un montón de cosas, algunas físicas y químicas. Creo que si fuéramos mujeres, hubiéramos nacido mujeres. Que haya una confusión con lo psíquico que se puede reparar nos hace mujeres reparadas, pero no mujeres. La diferencia es orgánica.
¿Estás hablando de algo así como original y copia?
–Podés tener un auto reformado, parecido al original, pero no es el original. Tenés mujeres originales de fábrica y otras reparadas, que no son ni más, ni menos, sino otro tipo de mujer. Por eso me parece que la pelea es justa en cuanto a iguales derechos, pero no hay que perder conciencia del origen. Aunque me odien muchas personas, hay una tendencia a decir que la mujer trans es mujer, y yo no estoy de acuerdo. Nosotras somos mujeres distintas. Además, en lo concreto: si una mujer tiene dificultades para conseguir un laburo, una mujer transexual tiene más dificultades, la ven como “casi mujer”.
Que si hay diferencia, que se note...
–Si vos tenés dos patas ortopédicas, por más que no se te noten, y te subís 20 pisos para hacerme la nota, lo menos que merece ese hecho es un comentario. Por eso, decir soy transexual es ya militante, para que la sociedad sepa que sufrimos y existimos, y que nos debe cosas. Porque yo recién a los 40 años empiezo a ser entendida y entenderme, antes pensaba que era una travesti o un puto loco. Recién a los treinta y pico pude entenderme desde la ciencia. Además me parece importante aclarar para romper con el mito de que travestis y transexuales somos iguales; las travestis conviven bien con su sexualidad y su pene, y a las transexuales nos molesta el nuestro. Ellas viven de eso, eligen ser travestis; en cambio nosotras nacemos así, o nos surge de grande, pero lo llevábamos dentro. Nuestras necesidades son diferentes, por eso una ley de identidad debe contemplar que la travesti quiere la identidad femenina que no sea registral y sin reasignación de sexo obligatoria, y nosotras queremos reasignación e identidad registral.
¿De qué se trata El mundo según Ariana?
–Es como una dramatización de la actualidad, en especial donde no debería ser dramatizada, para llevarla a una forma más llana. El programa es una mélange de cosas que nos pasan, más informaciones varias para la lesbiana, el chico gay, el que fuma porro, el que toma merca. Y, sobre todo, con una idea de desmitificar. Planteando preguntas, por ejemplo, ¿por qué se cree que los gays son degenerados, que abusan niños? Cuando ves las estadísticas, los abusadores son alguien cercano a la familia o que vive dentro de la casa, y en general es heterosexual. Otra pregunta: ¿qué pasaría si nos criaran homosexuales? Derribar arquetipos, instalar debates, eso hacemos.
¿Cómo te llevás con tu familia?
–Mi familia es Tommy, Juana, mi perra, y mi mamá. Mi papá falleció en 2001. Mi familia es la que yo me armo con mis amigos. Con mi viejo siempre hubo un dejo de que no estaba todo bien. El nació en San Juan en 1940, era bien cerrado, y le costó muchísimo asumir que el único hijo que creyó varón no era varón, e igualmente logró entender que era su hijo, y que había un lazo de amor. Para él fue un problemón, pero nunca lo habló, nunca me lo dijo porque nunca tuve una transición.
¿Cómo viviste la situación en tu infancia?
–Siempre sentí que algo andaba mal con mi cuerpo, pensaba que ya se iban a dar cuenta y que lo iban a arreglar. Yo no me iba a quedar así, pero sufría, tenía 4 años, era algo muy mío que no le contaba a nadie, excepto a los azulejos del baño. No tuve transición, ni yo me di cuenta: a los 15 iba a bailar, y ya me producía con cartera y rímel, aunque saliera en jeans y zapatillas. Siempre fui andrógina naturalmente. Me miraban y se preguntaban: ¿qué es?, ¿varón o mujer? Yo siempre parecí una nena. La voz siempre me ayudó, aunque yo soy cero feminidad, porque no quiero la pose femme. De hecho, de joven no pude hormonarme porque mi hígado no lo resistió, me la pasaba vomitando y dije basta de esto, y no me avasallé el cuerpo, me puse silicona en la cola, un poco, nada más, porque vi muchas malas experiencias. Yo soy de la época donde todas las travestis nos poníamos de todo. Era como una reunión de tupperware, donde nos juntábamos a inyectarnos las unas de las otras. Me da mucho miedo, me encantaría ponerme de todo, pero me resisto un poco a la belleza para preservar la salud. Pero la discriminación está. Por ejemplo, ya no voto porque no me paro más en una cola de tipos. No puedo decir que me discriminaron, pero me miraron como diciendo: “Esta rubia pelotuda, ¿qué hace acá?”. En la foto del documento, aunque tenga mi nombre de varón, soy yo, por eso la gente queda petrificada, un silencio que lo cortás con la uña. La última vez, una mujer policía me para cuando estaba subiendo la escalera para ir a las mesas masculinas, y me dice: “Arriba son las mesas masculinas”. “Sí, ya sé, permiso.” “Pero es masculino, señora.” “Ya sé señorita, por eso voy arriba.” “Pero, tiene que votar acá abajo.” Entonces saco el documento, se lo muestro y le digo: “¿Te das cuenta por qué voy arriba?”. La mina mira el documento y me dice: “Tiene que votar abajo”. No, es demasiado. El documento es mío, pero no corresponde conmigo. ¿No sabría leer?
¿Estás haciendo la reasignación de género?
–Presenté todos los papeles para la reasignación, hice mi diagnóstico de disforia en el Durand, con el apoyo de la CHA. Allí te hacés los estudios endocrinológicos previos, la hormonización, además de una serie de estudios, porque es una operación que no tiene vuelta atrás. Tienen que asegurarse de que no hay problemas de doble personalidad, porque se han dado casos de gente que, habiendo sido operada, luego se suicidó. Me parece correcto, forma parte del examen prequirúrgico. Recién ahora tengo la oportunidad de comenzar con esto, hace un año y medio que estoy con esto porque los tiempos de la Justicia son hermosamente lentos y me cuesta muchísimo tener los 300 mangos que cuesta la terapia mes a mes. Tengo para otro año más, por lo menos. También hay que pagarles a los abogados de la CHA. Y el Estado no te da nada, es más barato que hacérselo en Bélgica, pero no es gratis.
¿Llegás a fin de mes con el programa de la radio?
–Yo subsisto de mi marido, que es peluquero, y una mamá que es maestra; no tengo una independencia económica, y la comunidad Glttb no siempre te da una mano. Vivo de la depilación masculina, aunque en invierno no se depilan mucho. Aplico la filosofía de un día a la vez, sin entrar en pánico por el mañana, total, quizá ni llego. Trato de vivir el ahora, que es muy difícil. La condición de transexual, que es bastante vertiginosa, también me enseñó a vivir así, por el costo emocional que transitás cotidianamente. Yo no tengo casa, no tengo sueldo, no tengo obra social. Y encima mendigo una identidad. o
Viernes de 20 a 22: El mundo según Ariana en www.radiozonica.com.ar
Lunes 14 en www.agradio.com.ar
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