Viernes, 12 de julio de 2013 | Hoy
Que el tango iba para atrás, que se iban a perder los códigos y los buenos pasos, fueron algunos de los gritos en el cielo cuando alguien propuso un lugar para bailar entre hombres. La primera milonga gay de Buenos Aires nacía hace diez años con nombre de mujer (La Marshall, por Niní), la marca era la silueta no tan provocadora como histórica de dos hombres bailando y el objetivo más elemental: que la pluma no quedara planchando o ninguneada como en el resto de los salones. Hoy es una milonga más en el circuito de los viernes. Augusto Balizano, creador y alma pater, reconstruye para Soy un identikit de habitués y una serie de hábitos que hacen que esta milonga sea a la vez tan clásica y tan rara.
Por Dolores Curia
“Cuando empecé a pensar cómo se iba a llamar el lugar, el requisito era encontrar una idea que cruzara homosexualidad con tango y que fuera accesible. Si bien me tentaba, después decidí que era mejor no meterme con la orientación sexual de Gardel”, explica Augusto Balizano sobre el bautismo de la milonga gay más famosa y más antigua de Buenos Aires, de la que es alma pater y anfitrión, cada viernes, desde hace diez años. El nombre llegó a su mente en un collage de imagen y sonido de los relatos sobre personajes marshallescos –que su abuela conoció a través de las ondas de radio El Mundo– y de las decenas de personajes de los que Augusto bebió en su adolescencia de boliche en boliche, entre los que nunca faltaba una drag que se declarara ferviente fanática de Niní. A pesar de ser icono popularísimo, referencia para locas de todas las edades, y a pesar de la indignación de Augusto sobre este punto, muchxs habitués siguen anglosajando el nombre de su milonga. Es por eso que al logo, para barrer las dudas, le agregó una tilde incorrecta pero segura: “Marsháll”.
“La Marshall empezó como prueba piloto, con unas 15 personas estables (que en los años noventa eran un número) en un loft en San Telmo, de un amigo artista. Fue una etapa muy íntima. Había que ir y tocar el timbre. Llevábamos comida y pasábamos la música nosotros. Después dos amigos, Roxana y Edgardo, se suman al proyecto y nos mudamos a lo que ahora es Buenos Aires Club. En estos años boyamos por boliches y salones. Al principio la hacíamos los miércoles porque nadie te daba un día del fin de semana. Fuimos construyendo un público propio y muy diverso hasta llegar a El Beso, toda una institución tanguera, donde empezó un momento de gran estabilidad, hasta hoy.” Este viernes la milonga festeja una década de vida y tiene preparados varios shows, entre ellos el del Ballet de Tango y Expresión, integrado por bailarines con discapacidad mental. “A los chicos del ballet los conocí por una de las profesoras, Andrea Etchepare, que es muy amiga mía y de ahí viene el vínculo. Ellos ya han bailado acá, pero nunca con tanto público como esperamos que haya en este cumpleaños. La invitación tiene que ver con ampliar esta propuesta de inclusión en el mundo de la milonga de otras minorías.”
En un momento hubo en La Marshall un período de excelencia del baile en el que todo el mundo hablaba de lo bien que se bailaba acá, de los buenos bailarines que venían, ya fueran héteros o gays. En estos últimos dos años mi sensación fue que por esa excelencia habíamos perdido algo de diversión. Esto de que “si no bailo tan bien me da vergüenza”. No importa la técnica, la cosa pasa más por el respeto. Son códigos tangueros. Nadie te va a decir nada si no sabés bailar. Si te chocás con alguno, pedirás disculpas y ya está. Se nota la diferencia que hay entre hacer las cosas mal porque no te importa o porque no te sale y lxs tanguerxs se dan cuenta. La invitación está hecha desde lo gay pero las puertas están abiertas para todxs, y ésa es la gracia. Así como estando en milongas héteros escuché tantas veces que por lo bajo me tiraban un “el tango es para machos, así se nos va todo al carajo”, no quiero replicar ese mecanismo en La Marshall.
Cuando te preguntan “¿Te pasa lo mismo bailando con un chico que con una chica?”, en el fondo eso apunta a saber con quién es mejor, y la verdad es que no hay mejor: hay distinto. Está lleno de chicos que vienen y nunca han probado bailar con una chica. No les gusta y dicen que no lo quieren hacer. Y está bien. A veces me sale esta cosa de no-discriminación pero después me doy cuenta de que si se sienten incómodos bailando con una mujer, nadie los obliga. La otra gran milonga gay que hay en Buenos Aires es Tango Queer, de Mariana Docampo, que lejos de ser una rival, es una socia con la que trabajamos en el Festival Tango Queer de Buenos Aires. Obvio que está todo mezclado, pero las chicas están más concentradas en lo de Mariana. Y los chicos aquí. Si bien tenemos parejas femeninas, a La Marshall vienen más hombres.
Está dando vueltas por ahí el prototipo del mirón que muchas veces es el más divertido. Está medio en un limbo entre lo gay y lo hétero. Tiene etapas. Primero se queda sentadito por atrás. Vuelve, pero todavía no se anima mucho, entonces saca a alguna de las chicas porque aún le da vergüenza bailar con un chico. Avanza lentamente. El tango, a pesar de ser una movida popular, tiene algo muy individual, a cada uno le pasa algo muy distinto con él. Los curiosos, que en general llegan solos, tienen también su proceso. Algunos no son tan curiosos, se largan de cabeza porque encontraron lo que estaban buscando, y a otros les lleva más tiempo.
Existe la idea de que el mundo del tango es homofóbico y misógino. Y obvio que los estereotipos existen. Sin embargo ese macho-machote muchas veces sorprende. De repente, te encontrás con el modelo de cuchillero reo –que te dice: “Qué hacé, mamá” con la boca torcida– que todavía perdura pero actualizado. Sin poner en tela del juicio su masculinidad ni su orientación sexual, veo noche a noche cómo ese estereotipo machote se derrumba cuando llega a La Marshall. Tal vez se relaja. Con ese mismo tono de arrabal te dice: “¡Qué bien bailan los pibes!”. Son menos prejuiciosos estos estereotipos machos que muchas mujeres. Durante cinco años fui pareja en la vida de mi compañero de baile, Miguel, que hacía el rol del conducido. Muy pocos hombres se han resistido a sacarlo a bailar. Cada vez que un machote probaba con él, volvía con los demás y les decía: “No te lo pierdas, sacalo a Miguelito”. Algunos se animan y otros no, pero a todos les prende la duda: “¿Cómo será conducir a un hombre?”.
Me acuerdo de una mujer que pagó su entrada, se acomodó y más tarde volvió enojadísima pidiendo que se le devolviera la plata. Nos dijo que era abogada, que lo que hacíamos era ilegal. Su razonamiento era que al estar en una milonga gay iba a planchar. Jamás se le pasó por la cabeza que acá la propuesta era distinta, que tanto mujeres como hombres sacan a bailar a quien quieran. Te das cuenta enseguida si el que reclama la plata es un verdadero desorientado que entró y se dio cuenta de que estaba en una milonga gay y se quiere ir rajando. A ése se la damos. Pero si el tipo entra, se sienta, se queda, y a la media hora se viene hacer el escandalizado, bueno, lo lamento. Ha habido casos de escandalizados que se lo toman realmente mal, se van puteando y amenazan con ir a la comisaría. De hecho, hasta hubo uno que se fue puteando y volvió con un cana. No pasó a mayores, pero es un quilombo del que siempre nos acordamos.
La gran diferencia al acercarte a la pista para sacar a bailar a otro hombre es que tenés que preguntar qué rol está acostumbrado a hacer, preguntar: “¿Querés llevar o querés que te lleve?”. También existe, pero no se hace tanto, el intercambio del rol dentro de un mismo tango. A mí no me gusta cambiar de rol en el medio del tema. Tenemos casos de señores, tal vez por arriba de los sesenta años, que están muy acostumbrados a llevar y que con años de Marshall van probando qué pasa del otro lado. Hay viejos que dicen que uno baila como es en la vida y creo que es un poco cierto. Hay muchos casos de tipos que quisieran llevar y no les sale. Y si te ponés a hablar con ellos, te das cuenta de que son muy inseguros. También si te ponés a charlar con las mujeres que “bailan solas” te das cuenta de que son independientes, han llevado adelante sus hogares, dirigen empresas. No van a estar esperando que un hombre les marque el paso.
Es muy machista. Se emperifolla, se calza, se pinta, se perfuma. Quiere llegar, sentarse y que el señor la saque. Pero también tenemos un montón de señoras habitués que son unas diosas, sacan a quien quieren, sin drama. De cualquier manera, me parece que ese mito de la milonga hétero de que el rol de la mujer es pasivo tampoco es cierto. Cuando una chica quiere bailar con vos, te vas a dar cuenta. Me he comido más de una puteada de alguna milonguera enojada porque no la quería sacar. Por suerte, todos esos códigos viejos en La Marshall se licuan.
Como tenemos una gran parte de público estable, cuando empieza a venir algún muchacho nuevo, lo revolotean. Según la tipología del nuevo, los que estamos del lado de atrás de la barra hacemos apuestas a ver quiénes se lo van a tratar de levantar. Hay mucho levante, tal vez no tanto como en un boliche, porque tenés que venir unas cuantas veces, ir conociendo a la gente. Pero tenemos varias historias. Se han formado varias parejas, la mía incluida, y se han deformado varias parejas, la mía incluida.
Por alguna razón el público trans siempre fue poco. Alguna que otra vez se nos acercaba alguna chica, venía un par de veces, pero no mantenían la regularidad. Tampoco me voy a hacer el ingenuo y el naïf: la verdad es que la comunidad gay tiene siempre sus distancias con lo trans. Su postergación se da en todos los ámbitos y el tango gay no es la excepción. Tal vez sea duro hablar de discriminación dentro de la misma comunidad, pero sí creo que nos debemos una autocrítica en este tema. A las chicas trans que venían –y muchas de ellas bailaban muy bien– nadie las sacaba a bailar. Y después no volvían. Hombres trans casi no se han acercado a La Marshall tampoco. Tanto ellos como las mujeres trans son un público que todavía no hemos logrado sumar.
El origen de muchos de los conflictos que se dan en y fuera de la pista son, obviamente, por celos. En todos estos años hubo mil idas y venidas, uno que le robó el novio al otro, gente que sigue viniendo pero que no habla entre sí. En fin: nunca mejor expresado “el puterío”. Hay enemigos que se la junaron y ahora se pasan por al lado y no se saludan, o se sientan en una punta y otra de la milonga. Surgen peleas divertidas porque no dejan de tener relación con lo tradicional y los lugares comunes del mundo hétero. Por ejemplo, teníamos una pareja habitué que de pronto se separó y estaba todo muy mal entre ellos. Luego nos enteramos de que el tercero en discordia había salido también de La Marshall y que, supuestamente, había aprovechado para tirarle onda a uno y sacarlo a bailar cuando el otro se fue al baño. No faltan tampoco escenas melodramáticas. Me acuerdo de otro habitué que andaba con un chico en la milonga, iban, venían. Y una noche tuvieron una pelea de película. Quedábamos poquitos y éste estaba dando vueltas por la pista, desgarrado, desgarbado. Ya casi era de día y le gritaba al otro “sin mí te vas a pudrir, vas a terminar en una granja” y, de pronto, le encajó un sopapo digno de Dinastía, que hasta el día de hoy nos acordamos de cómo sonó.
Logramos un espacio en el que la mezcla se da en diversos aspectos y de forma natural. Te encontrás muy seguido con pendejos de veinte bailando con señores de más de sesenta y nadie se sorprende. Esa es una escena que en los boliches no ves. La otra gran mezcla que se da es entre lo local y lo extranjero. Dentro de la movida extranjera hay dos estereotipos: el extranjero que sabe a lo que viene, que la tiene clara con el tango, viene con conocimiento y participa bien preparado. Y el que se sorprende, lo toma como una curiosidad. Viene a Buenos Aires, va al Obelisco, al Jardín Japonés y viene a la milonga gay. Es un contacto pasajero, más externo, mira más de afuera.
Han pasado algunas orquestas muy conocidas por La Marshall, como el Quinteto Negro de La Boca. Algunas muy tradicionales y otras más jóvenes. Hemos traído a grupos de tango electrónico como Tanguetto y en esas oportunidades reventó de gente. Pero en general no tenemos orquesta porque no nos da la infraestructura. Si bien El Beso es grande, no hay escenario, no tiene el sistema de sonido que necesitaríamos para tener siempre una orquesta. Así que tenemos un DJ. Pero sí tenemos shows, sobre todo de baile en pista. Tuvimos transformistas. Actualmente nuestro transformista oficial es Juampi, que de noche es La Fiera y se viene con unos trajes increíbles. Estuvo también Eduardo Solá. También han venido compañías de folclore, un espectáculo de Ballet con humor, que son bailarines cross, malabares con tango y todo lo que nos sonara interesante ha estado. Lo único que nos quedaba pendiente lo tuvimos hace quince días y fue un stripper. Pero no estuvo tan bueno, y muchos chicos se fueron disconformes porque el stripper se emperró con una chica, estuvo toda la noche bailándole a ella y ni bola para los demás.
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