› Por Lux
Concentradísimx estaba quien los guía en estas ilustri e ilustra/dísimas páginas haciéndome la planchita en la melena que me vengo dejando crecer bajo el sobaco izquierdo (el sobaco queer donde llevo las novedades que me compro en la librería Otras Letras) y pasándome la pómez por las durezas de la vida y de mis plantas, cuando al grito de “por qué no te sumás a esta protesta que está re buena, mamushkx”, mi amiga hipster y galerista de artes y hartos me arrastró hasta la embajada de Rusia empujándome mi shot de vodka casero (cruza de etílico con solución fisiológica). Por fin un punto. Más de un punto va a haber, esto es un boca a boca, un besuqueo colectivo en la embajada, no sé si a favor o en contra de un putín, ¡ligamos como en la ruleta rusa!, me dijo la bestia. Pero como tengo un activistx en cada puerto, siempre estoy informadx por eso le expliqué que en Rusia no sólo prohibieron la marcha del orgullo sino que encima se quieren hacer ricos cobrándonos multa por ser y estar, que están haciendo leyes cada vez más opresivas... ¿No nos van a dar el divorcio igualitario?, intervino una torta recién casada que ya está buscando nueva cobertura. Para los chupones siempre listx, acostumbradx a los halagos del pueblo comprobé que mi encanto no resiste clase social: a mi paso se secaban la baba tanto las rubias botox como los guardias de seguridad. Hay que decirlo: al llegar a la Embajada de Rusia me sentí algo madurx entre tanta carne joven autoconvocada pero con los colmillos todavía filosos como para hincarle el diente a más de un lánguido sub-30 y a más de una puzzy (cat). Me hirvió la sangre frente a tanta oferta cachorril: la chonguita que se vino con pasamontañas, el oso de la bici que agarrotado tenía el paquete dentro de su calza ciclista y la mujer policía que se acercó con pelo engominado para preguntarle a esta masa a-crítica si teníamos autorización para manifestarnos (“¿Y desde cuándo hay que pedir permiso a la Metropolitana para el chape?”, pensé espetarle en una ráfaga de espíritu combativo pero de inmediato me lo frunció su cachiporra). Hasta que ¡eureka! divisé a mi víctima (sí, pensaba matarlo a lengüetazos): un rusito de barba candado (puto asegurado) que hacía su arenga con acento trabado. El era, sin dudas, el mas-ca-pito de esta movida que se presentaba como acéphala y de generación espontánea vía Facebook. El, muy bolche, explicó los pasos a seguir para la chuponeada masiva. ¡Ay! Tan rebuscada era la coreo que la lenguetada nunca llego a su pico. “¡Ni que fuéramos a tomar el Palacio de Invierno!” El joven ruso cabecilla me miró feo y ya fui perdiendo las esperanzas. De pronto me percaté de que el conteo final (¡seis, cinco, cuatro!) me apuraba a buscar una garganta donde meter mi legua bífida. ¡Tres, dos, uno! y lo ensarté a Miya (más tarde supe su nombre). Sólo después del intercambio baboso lo analicé un poco: tenía un sombrero peludo como mi axila con la hoz y el martillo, sostenía un cartel escrito con rouge que decía algo en ruso que, si el instinto no me falla, se trataba de una oferta sexual, o como dice mi amiga Karen Bennett, “Damas Gratis”, le grité y esquivando la envidia de las vecinas platinadas lo empujé a carterazo limpio hasta las letrinas del Tea Connection de la vuelta de la esquina mientras él decía “siempre quise salir con un monumento histórico, o tener abuelx, o comprarme un vino añejo”. Escoba nueva barre bien, dije yo. Y le mostré dónde pasarla.
Si me dicen cómo pasé de Rusia al cumpleaños de SOY, les digo que no sé y que para eso recurrí al subtítulo. Si me piden que diga algo sentido o con sentido, lo tomo como un pedido de renuncia. Las chicas Brandon, discoanfitrionas sin par, fueron las de la genial idea y yo simplemente llegué a la hora señalada. Qué tupé la mocosa de la puerta que por momentos era Dolores y por momentos Facundo Soto de espetarme que no había ningunx tal Lux en la lista de invitados. ¡Pero si yo debería estar número uno en el ranking junto con Trerotola que pasó rampante y peli libre junto con su marido Norberto!
Que no me paguen vaya y pase, pero que nadie me reconozca... A ver, fijate con mayúsculas. No, por apellido no me vas a encontrar, reina. Y mientras yo me buscaba a mí mismx, la muchedumbre de la cola, lectorxs munidos de su pedacito de SOY, contraseña para una entrada gratarola, aprovechaba para darme todo su apoyo moral por la retaguardia haciendo avalancha para meterse en Niceto que desde esta noche deberá llamarse Noyceto. En la alfombra roja, y justo a punto de que el patova más chongo de los tres perdiera la paciencia conmigo, porque no paraba de acariciarle en handy, no va y me rescata la magnificencia NOY poseida por la marea roja de una Kusama del Abasto, enkimonadx, que me da aire con su abanico mientras se quita con él de encima a los moscardones que pretendían llevársele el alma en flashes de celular y del acoso de Sebatián Freire. La música de Gustavo Lamas, de propiedades hipnóticas me llevó hasta el centro de la pista donde empecé a ver, como el pobre Sueiro viera aquella luz blanca que lo condujo al cielo, las caras y sobre todo a los cuerpos de amigxs con los que se hicieron humo (no dije fumo) estos cinco años. Alejandro Ros, Liliana Viola, Marta Dillon, María Moreno, Adrián Melo, Ariel Alvarez, las Feministas Bisexuales y Valeria Licciardi que me hizo perder la cuenta de todas las personas a las que saludé porque me obligó a materme en el baño de damas y de caballeros a probarme una de sus fantásticas y anatómicas Nanas. Carlitos Casella me hizo caer la bombacha a Tierra cuando empezó a cantar y me dejó sin aire cuando me obligó a apagar las velas de esa torta gigante que de no ser por el frotachón (quise decir fortachón) amo y señor de Pablo Pérez que la trajo haciendo equilibrio en su pulgar de Popeye encuerado, esta tortón patrio con bandera multicolor no llega a las hambrientas bocas de nuestxs lectorxs. Me comí más de una torta y volví al ruedo con Carisma, que son dos pero que parecen la orquesta filo armónica más queer del universo, y cuyo nombre que no exagera hizo bailar hasta el fin de la noche a más de unx, Maitena hecha un trompo entre ellos. Me estaba yendo (nunca sabré a dónde) cuando creo que fue Horacio Gallo o su amiga Vivi Tellas quien me agarró de un ala y me preguntó por qué le habrán puesto Soy, ¿será para decirlo antes de que te lo pregunten? Me encantó el comentario y me fui contentx y sin responder, porque para eso están los viernes.
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