Viernes, 30 de agosto de 2013 | Hoy
MI MUNDO
La esclavitud marcada a fuego en la prehistoria personal, una cultura presente pero borrada y un color de piel que delata la marca de origen. No ser blanco y no ser heterosexual son dos faltas que se pagan muy caro aquí y en todas partes, una realidad de segregación y pobreza que los reclamos por los derechos sexuales no terminan de contemplar. La figura de Yhajaira Falcón (travesti migrante que lleva más de cuatro meses presa, después de haber sido detenida arbitrariamente) aparece una y otra vez en la conversación con los integrantes de Afros LGBTD de la Argentina (del Movimiento Afrocultural), un grupo de personas que reivindican la presencia de la D de diversidad en su sigla y en la vida cotidiana.
Por Dolores Curia
“Cada vez que subís al ómnibus y todos te miran, no sabés si es porque sos travesti o porque sos negra o por las dos cosas juntas. En mi familia, como en la de muchos afrodescendientes del Río de la Plata, sabemos que mis abuelos fueron esclavos, pero no mucho más. Fueron traídos al Uruguay desde ese continente, pero ni siquiera sabemos de qué región eran. Yo del tema de la esclavitud me enteré medio por casualidad, por escuchar una conversación de mi mamá y empezar a preguntar. Nadie en mi familia ha tenido muchas ganas de hablar, pero ahora, en parte por la militancia, voy viendo que es importante recuperar ese pasado, y hacerle frente”, cuenta Lorena Rosas, de la agrupación de mujeres afrodescendientes uruguayas Mizangas, quien puede hablar con conocimiento de causa de estigmas cruzados.
Desde este lado del río, la casa de la calle Defensa, Movimiento Afrocultural, es parte de la oferta turística de San Telmo, tiene escuelas de candombe y capoeira, ciclos de cine descolonizador, taller de instrumentos, huerta, cooperativas de trabajo, equipo de salud comunitaria y cursos de formación que articulan clase, género y sexualidades. Sandra Chagas y Ernesto Costa Robledo son dos de los fundadores de Afros LGBTD de la Argentina, una agrupación que funciona desde hace dos años con unxs doce integrantes estables y muchxs satélites. Junto a otras organizaciones, han venido levantando la voz en torno de la situación de Yhajaira Falcón, “que es la expresión propia de la impunidad y de la vía pública como campo de concentración a cielo abierto. Como expresó Yhajaira en el juicio, las travestis están caracterizadas con determinadas actitudes, y a eso se le agrega el maltrato que sufre por ser venezolana y afrodescendiente. Lo bueno de esta nefasta situación es que ella representa a otras 110 personas del penal de Ezeiza que están en su misma situación. La Justicia no escapa de la construcción racista del otro. Una construcción que Camilo Blajaquis resume muy poéticamente cuando habla del color de piel de la pobreza”.
Racismo, patriarcado y homofobia van de la mano, y las primeras no en plantearlo sino en dejarlo plasmado punto por punto en un manifiesto fueron las lesbianas de Combahee River Collective de Boston, quienes, allá por los ’70, visualizaron que la mujer negra cargaba con un yugo al cuadrado. El feminismo definido como un movimiento cuya mayor preocupación era la autonomía de la mujer burguesa, eurodescendiente y hétero no podía ser más que un espejo blanco para verse desde el ojo del amo. A las fuentes de la intersección entre la lucha contra la dominación sexual y la racial (que gestaron una subcultura que enlazaba negritud con homosexualidad) hay que ir a buscarlas todavía más atrás: en la Harlem de los ’20, donde la comunidad que fueron conformando las lesbianas negras y los hombres gay se forjó a partir de socializar en las esquinas, los cabarets y las fiestas privadas. Nuevos tipos de arte, jazz y literatura fueron parte de una explosión de creatividad afroconsciente que se conoce como el “Renacimiento de Harlem”, donde la homosexualidad fue pivote estético y contracultural. En esa escenografía, lxs new negroes exhibieron un nuevo tipo de militancia, orgullo y solidaridad. De esta cruza se quejaba en 1926 el diario The New York Age: “En una de estas fiestas ocurrió un trágico crimen: una mujer negra le cortó el cuello a otra, mientras se disputaban la atención de una tercera mujer. No es casual que esta situación se dé a la par del estreno de una obra sobre lesbianismo importada de París, La prisionera. Queda demostrado que la combinación de gin, negras celosas, cuchillos y fiestas privadas es peligrosa para la salud de la nación”.
Hubo que esperar hasta los ’80 y pasar estas experiencias por un tamiz de pensamiento post-colonial e indigenista para ver –como lo hizo el sociólogo y politólogo peruano Aníbal Quijano, por ejemplo– cómo ha operado la tríada racismo/machismo/lgbtfobia sobre estas tierras, y para cuestionar la idea misma de “raza”, por un lado, y “color”, del otro. Deambular en el cruce entre una ¿racialidad heteronormalizada? y una ¿diversidad sin perspectiva de raza? fue lo que motivó a Afros LGBTD de la Argentina a aunar fuerzas e historias. ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Qué los junta? ¿A qué se debe esta vuelta de tuerca al final de la sigla que todos conocemos? “Le pusimos al final la ‘D’ de ‘diversos’ porque vemos que se escribe la sigla con t, q, r, qué sé yo cuántas letras más, infinitas. ‘Diversos’ es lo más abarcativo posible, ya que se vuelve un poco ridículo estar poniéndole nombre a todo. También es una respuesta al colonialismo de la palabra ‘queer’. Por más que sepamos bien lo que significa esa palabra, nosotrxs no pensamos en inglés, no es nuestra lengua. Los conceptos ‘gay’ y ‘queer’ responden a una construcción urbana de clase media y blanca, que nada tiene que ver con nosotrxs. ¿Decimos que no somos de clase media porque somos pobres? Sí, somos pobres. Pero también somos ricos porque nos hacemos cargo de las herramientas de nuestra cultura ancestral”, explica Sandra Chagas.
Sandra Chagas: Yo como lesbiana nunca me sentí del todo representada. Siempre en la marcha del orgullo estuve con lesbianas y bien al fondo. Recién este año es la primera vez que voy a una reunión organizativa de la marcha. Por pertenecer al Movimiento Afrocultural y estar en la movida del candombe, siempre estuve muy con mis raíces, pero a los afros lgbt los veía siempre dispersos. El año internacional de los afrodescendientes, que fue en 2011, nos dio fuerza para preguntar dónde están los afros diversos y por qué no nos juntamos.
S. C.: Igual que en toda América y el resto del mundo: no se discute el racismo como se debe. Así como se ha heredado la riqueza, nosotros hemos heredado pobreza. Los afros somos los primeros desaparecidos históricos de la construcción de la identidad latinoamericana y argentina y, sin embargo, los espacios de DD.HH. han tenido una gran reticencia en hablar de eso.
Ernesto Costa Robledo: Cuando la cabeza está colonializada, heteronormada y racializada, se puede ver en cosas muy chiquitas. La palabra “warango”, por ejemplo, tiene una connotación muy negativa y, sin embargo, era la persona que traducía el castellano y el portugués al guarini en la época de la colonia. Y eso en el colegio no lo enseñan. O la palabra “mina”, que hoy se usa para decir “mujer apetecible”, se usaba para referirse a las mujeres que tenían una gran cotización en el mercado esclavista. Sin ir más lejos, recién vengo de la verdulería. El verdulero me dice: “¿Qué va a llevar, morocho?”. Le contesto: “Banana y manzana, blancucho”, y el hombre me echó. Mi viejo es enfermero en un hospital. Y cuando era chico e iba a visitar a mi papá al trabajo, yo veía la construcción que hacían de su persona: como algunos no sabían su nombre, le decían “el negro aquel”. Por algo a mi mamá, que no es afro, nunca nadie se refirió, al no saber su nombre, como “la visiblemente blanca aquella”.
S. C.: Bueno, son muy lindas las plumas y las fiestas, pero quienes no tenemos el mismo poder adquisitivo y las mismas oportunidades, seguimos siendo vulnerables. Las lesbianas afro fuimos parte de la construcción de derechos para la diversidad que se dieron en los últimos tiempos; sin embargo, se marcan diferencias en el interior del colectivo.
E. C. R.: Cuando se habla acerca de afrodescendientes, aparece resistencia a incluir el reclamo contra la xenofobia y el racismo. Nos dicen que es una acción de autodiscriminación. Si embargo, nosotrxs sostenemos que el racismo no sólo te afecta por ser afro, sino que es constitutivo y funciona a nivel de toda la sociedad. Desde la diversidad hemos ganado muchos derechos, pero estamos estancados porque no estamos queriendo tocar la construcción de clase. Hay una asociación de lo gay con lo queer. Eso conlleva mucho machismo y mucho racismo. Las lesbianas pobres, por ejemplo, no existen. Por algo los Putos Peronistas se pusieron así. No se dice “gay” del otro lado de la General Paz. Desde la mayoría de los espacios de la diversidad sexual no se discute clasismo, raza o xenofobia, y se cree que enunciar estas ideas es autosegregarse.
S. C.: Es importante mostrar hacia dentro que hay personas afro que son gays y lesbianas, ya que la nuestra es una cultura realmente machista. Es decir, ya sea para afuera o para adentro, estamos todo el tiempo rompiendo con lo autoimpuesto. Como afros diversos rompemos con lo que se supone que deberíamos ser y hacer. No es que dentro del movimiento afro no supieran de nuestra existencia. El tema es cuando te posicionás. Mientras estés (aunque todos sepan que sos lesbiana, por ejemplo), pero no molestes ni hagas de eso una bandera, nadie te dice mucho.
S. C.: En mi caso no fue así. Hubiese querido ser madre, pero no tuve esa oportunidad y ahora siento que ya se me pasó un poco la hora. Hay una canción de Marilina Ross que dice algo así como “los hijos que no salieron de mi cuerpo, me fueron quedando por ahí”. Pero tengo muchas personas a mi cuidado que son como hijos.
E. C. R.: Está, por ejemplo, desde el feminismo descolonial como Yuderkys Espinosa, dominicana, lesbiana y feminista. Tampoco es cuestión de encerrarse cada uno en su nicho: nosotrxs como afros lgbt luchamos por la despenalización del aborto y los derechos trans. Lo fundamental es el intercambio con otros colectivos, siempre que estén compuestos por gente de pensamiento no-blanco. También Carlos Alvarez, de la agrupación Xango, viene trabajando fuertemente en el impacto del racismo en el interior de nuestras familias y de la sociedad.
S. C.: Acá, en Barracas, por ejemplo, los anuncios del Gobierno de la Ciudad que hablan de la Reserva Histórica nada dicen de que estas calles estaban llenas de depósitos de mercadería. Y esa mercadería era humana. Cuando se abolió la esclavitud en diferentes partes de América, la ciencia siguió promoviendo la cosificación del cuerpo. Hay muchas personas que descienden de afros, pero no lo saben. De los orígenes del bombo legüero, la leyenda del Gauchito Gil (que se festeja el 8 de enero porque lo mataron dos días después de que fuera a una actividad de San Baltazar), las alianzas indígenas/afro. De todo eso se enseña muy poco.
E. C. R.: Hay que preguntarse por qué la gente que acá se construye como blanca no se construye como indígena-descendiente. Qué pasa con la utilización de recursos naturales no renovables, y la desterritorialización de comunidades originarias, afroindígenas, etcétera. En ese sentido, justamente ahora estamos planificando el festejo de este 8 de noviembre, que es el día internacional del y la afroargentinx y de la cultura afro en honor a María Remedios del Valle.
E. C. R.: Yo no me pienso desde la identidad Estado-nación. Felizmente tengo ascendencia guarini, indoeuropea y obviamente afro. Soy triétnico. Hay una parte de mí que es ancestralmente de aquí, de Latinoamérica, así que me siento en casa.
S. C.: Mis padres eran uruguayos. Mi papá ya falleció, pero mi mamá vive. Yo vivo acá hace treinta y cinco años. Tengo la cultura afro y el candombe en el cuerpo, pero vivo en la Argentina y me siento parte de la cosa porteña, parte de ella. Y sí, es cierto que cuando hablamos de racismo a veces lo focalizamos acá en Buenos Aires, pero en el interior del país es aún peor. Tendría que ser política de Estado. Hacen falta campañas de sensibilización intensas, tanto para que pensemos lo más cotidiano, por ejemplo cómo insultamos en la cancha. Qué pasa con el humor y cómo todo eso se reproduce en el colegio.
E. C. R.: Por parte de mi mamá tengo raíces por el lado del País Vasco y Portugal. Y por parte de mi papá somos descendientes de gente que fue secuestrada y trasplantada acá en el contexto de la esclavitud. No sabemos cuánto hace que llegaron, sabemos que tenemos tatarabuelos africanos por lo que nos fueron contando los abuelos, pero muy poco. Me acuerdo de que, cuando éramos chicos, con mis hermanos veíamos la serie Raíces (el personaje principal era un esclavo que se llamaba Kunta Kinte) y preguntábamos a los grandes quiénes habían sido esclavos dentro de la familia nuestra, y nos mandaban a callar la boca. Pero hay realidades que duelen tanto... Mi abuela se murió hace décadas por tuberculosis, y quedó mi abuelo. Una buena parte de esa memoria, de la familia inmediata de mi abuela, no está. Hay situaciones que son generacionales, y hay personas que están preparadas para hablarlo y otras que no. La responsable de mi familia, la matriarca que queda viva y tiene noventa años, es mi tía Ceci. Mi tía me decía desde chiquito: “Nosotras, las hijas destetadas del Africa, damos a luz en nuestra madrastra llamada América”.
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