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Viernes, 30 de agosto de 2013

No en nuestro nombre

Muchxs activistas festejan que Chelsea Manning, luego de desclosetar los archivos secretos, se haya desclosetado a sí misma. En principio, es leída como una heroína de la lucha por el respeto y la asistencia del Estado a las necesidades vitales de las personas trans. Aunque sus abogados recurran a la patologización para “disculpar” el espionaje en el marco de la discriminación sufrida durante años y la disforia de género. Pero además su irrupción puso en primer plano la guerra fría de los pronombres que se vive en los medios de comunicación. Los diarios progresistas (The Guardian, The Independent) salieron manual en mano a explicar por qué debe respetarse el género de quien lo enuncia, mientras que el resto del mundo (The New York Times y Chicago Tribune, por ejemplo) insiste en mantener el lenguaje al margen, como un soldado.

 Por Lohana Berkins

Suelo sospechar de los manejos de la prensa porque sé que son expertos en cargar sobre nosotras todo tipo de estereotipos, así que con relación al caso de Chelsea Manning no sé cuánto hay de verdad en lo que nos llega y cuánto hay de sí misma. Lo que sí veo que reaparece en cómo están tratando los medios este asunto son determinadas maneras de mostrarnos: una tendencia a generar un perfil que demuestre que la trava no tiene palabra, que podemos ser espías. Se ha visto desde en El beso de la mujer araña hasta en Yo soy mi propia mujer, donde se pinta a la trava como soplona y traidora.

La declaración de Manning abre un debate cultural que a nosotras nos sirve para ver las distancias entre el llamado Primer Mundo y este Tercer Mundo criollo. Pero también un debate sobre qué pasa con las fuerzas de seguridad y el travestismo, teniendo en cuenta la concepción ideológica de lo que son esas fuerzas, sobre todo las yanquis, que son las que sostienen a rajatabla el neoliberalismo. Más allá de cuál sea la postura que tomen, claramente quedan establecidas las diferencias ideológicas. ¿Qué quiero decir con esto? Que no me voy a poner a celebrar a Manning con un “¡qué divina esta trava!”. Más que festejar eso, me parece que hay que centrarse en las diferencias que nos separan a nosotras, travestis latinoamericanas, de ese mundo perverso, de ese brazo represivo del que Manning fue o es parte, que siempre silenció las voces de las luchadoras y luchadores del mundo. Y que además está relacionado con la construcción de nosotras que históricamente han hecho los marines norteamericanos que, además de sostener una estrategia de control y vigilancia absolutos de la humanidad, han fomentado más que nadie la prostitución para sus servicios. Es decir, que Manning haga lo que quiera, pero no en nuestro nombre. Me gustaría saber qué pensará Manning si le toca –o si ya le ha tocado– bombardear Palestina: ¿se va a poner a pensar que allí hay hermanas de nuestra comunidad? No lo creo.

Por otro lado, como parte del mismo sistema perverso está ese otro brazo armado de control de los cuerpos que es la medicina. Los sectores conservadores que se resisten al cambio en el mundo entero aprovechan la ciencia y le conceden omnipresencia a la medicina como modo disciplinador. No puedo evitar pensar en la paradoja de que este país perdido en el Tercer Mundo le haya ido quitando garantía de verdad absoluta a la ciencia en lo que tiene que ver con nuestros cuerpos, mientras ellos involucionan en este sentido. Poner a la biología, como está ocurriendo en el caso de Manning, frente al que todo el mundo habla de “disforia de género”, como arma progresista, es negociarle a la ciencia si los nuestros son o no derechos humanos. La ciencia ocupa hoy el lugar de Dios, sobre todo cuando se trata de controlar los cuerpos de las mujeres y de la diversidad sexual. Entonces, que presenten a la psiquiatría y a la medicina como un modo de adquirir derechos es una vía más que equivocada, sigue implicando pensar que hay cuerpos erróneos... ¿Y quién determina cuál es el cuerpo correcto? ¿La fuerza aérea norteamericana?

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