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Viernes, 19 de septiembre de 2008

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Comer perdices

Casarse, lo que se dice casarse entre personas del mismo sexo, en Estados Unidos se puede, sí, pero tampoco es tan fácil. Hay que viajar, irse hasta Massachusetts o hasta California. Y no hay que olvidarse de que California todavía está pendiendo del hilo conservador que pretende volver atrás lo andado hace unos meses en su Constitución.

Pero si alguien hace oídos sordos a la lentitud con la que avanzan las leyes, y las políticas de Estado en el tema derechos, es toda una industria matrimonial montada al compás de las bodas que se desarrollan dentro o fuera de la ley. Se venden trajes de novias pensando en que las protagonistas serán dos y no una sola, se venden paquetes de luna de miel en escenarios friendly, bodas especiales. El énfasis en el ceremonial viene a paliar un poco tanto tiempo de closet y a la vez echa un manto de ligero olvido a todo lo que falta todavía. También puede ser entendido como un rabioso intento de cumplir de algún modo con el cuento de hadas vendido por la industria heterosexual en la que todos hemos sido criados y consumidos.

Para dar un ejemplo, bien vale una tarjeta. En estos ultimos tiempos, se ha sumado con todo la sección papelería, que con un ímpetu digno del siglo XIX apunta a los protocolos que parecían caídos en desuso y hasta en ridículo. Hallmark, la mayor empresa dedicada a tarjetas de felicitación de América, primero lanzó un modelo para anunciar salidas del closet y ahora saca una colección especial para felicitar por bodas tanto a gays como a lesbianas. Corazones y promesas de enlace eterno le dan un refresh a la vieja tradición que en el mundo hétero cayó en desgracia.

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