Viernes, 19 de septiembre de 2008 | Hoy
GLTTBI
Por Mauro Cabral
La semana pasada fui al médico. Casi terminada la consulta, cuando ya me había vestido y había vuelto a sentarme frente a su escritorio, el médico me dijo que iba a pedirme unos análisis. Nada serio, me dijo. Sólo por saber.
Este médico no es como muchos otros médicos. Es, podría decirse, un ejemplo incomparable del respeto por la identidad de género. Desde que crucé por primera vez la puerta de su consultorio y le di la mano, desde que le dije mi versión, más o menos politizada del así como me ve soy un tipo, no ha hecho más que usar pronombres masculinos conmigo. Los mismos que usa su secretaria cincuentona vestida, por alguna razón indiscernible, de enfermera; los mismos que han usado para tratarme, invariablemente, otros médicos que he conocido por su intermedio. Además, le dispensa a mi cuerpo maltratado por la medicina el mejor de los tratos, incluyendo el considerarlo un cuerpo no solo sexuado, sino también sexual.
Para qué el análisis, entonces, para qué.
Vos sos un hombre solo, me respondió. No tenés padres, no te has casado, no tenés hijos. Y cuando uno está solo en la vida es mejor que tenga toda la información posible acerca de uno mismo.
No hay nada como una internación para que la gente se conozca. Sin ir más lejos, el médico de esta historia conoce bien a mi pareja. Conoce además a mi ex pareja, ese quien es, de alguna manera, mi compañero de vida. Conoce a mi hermano, y también a su esposa. Conoce a varios de mis amigos. Conoce, incluso, a algunos de mis alumnos. Me conoce a mí, que es lo que cuenta, y conoce mi vida, tal y como yo se la he contado. ¿De dónde saca entonces que yo soy, como él dijo, un hombre solo?
Es cierto que es casi como si no tuviera padres, y es cierto que no tengo hijos. No estoy casado —eso también es cierto—. Pero ¿la vida entera se juega, acaso, entre el orden de la filiación y el orden de la alianza?
No es la falta de reconocimiento a mi vínculo de pareja lo que jode de esta historia, sino el desconocimiento brutal de todos aquellos vínculos que establecemos con aquellxs que no han de contar ante la ley ni como padres o madres, ni como hermanxs, ni como esposxs ni como hijxs y que son, sin embargo, el entramado afectivo que nos vuelve posibles todos los días: nuestras familias sin categorías legales que las definan, nuestras comunidades sin identidad comunitaria, nuestro desorden de presentes anteriores y futuros pasados, de amantes devenidxs hijxs, de hermanxs por elección, de amigxs que son segundos padres, de ex parejas que son parte integral de nuestra constelación de amigxs.
(El médico, es cierto, no conoce a mi perro. Pero yo voy a asegurarme de que lo conozca)
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