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Viernes, 14 de marzo de 2014

Bienvenidxs

Existen 76 países en el mundo en los que la homosexualidad es delito. Y además la sexualidad no es el único ni el mayor motivo de persecuciones mortales. La Argentina, debido a sus leyes migratorias y de género, se ha convertido en un país amable para muchas personas que ni siquiera conocían de su existencia. Cuáles son las condiciones para refugiarse aquí, cuáles son las limitaciones con las que se encuentra quien llega. Aquí el testimonio de una transexual de 18 años que viene de Rusia.

 Por Dolores Curia

En Rusia, el odio ya es vox populi; en diciembre del año pasado la India se retrotrajo a la legislación de la época colonial británica: el código penal vuelve a calificar de contranaturales las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y las castiga hasta con diez años de cárcel. Nigeria les asegura el mismo tiempo a la sombra a todas las lesbianas, gays y bisexuales que se demuestren afecto en público. En febrero Corea del Sur le negó asilo y deportó a una joven ugandesa lesbiana que había solicitado el estatus de refugiada después de que varios miembros de su familia fueran asesinados en su país como represalia contra ella por su orientación sexual. En Francia, como coletazo reaccionario a la aprobación del matrimonio igualitario (abril de 2013), miles de personas siguen manifestándose con la silueta de la familia tipo en sus pancartas. Así las cosas, Argentina se recorta, si bien no como paraíso, sí como un sitio que tiene con qué acercarse a la máxima de Cristina Fernández: la Patria es el otro. Con la sanción, en 2003, de la Ley de Política Migratoria Argentina (reglamentada recién siete años después) y luego, en 2006, la de Ley General de Protección a los Refugiados, se pasó de un paradigma de control a uno de adecuación. “Salimos de una ley que venía de la dictadura, que había sobrevivido a 20 años de democracia y que había tenido su aplicación más fuerte en los noventa”, explica Alex Freyre. La antigua ley veía en los migrantes, más que sujetos de derecho, objetos de regulación. Permitía la detención y la expulsión, obligaba a médicos y maestros a denunciar a los migrantes. La ley actual establece derechos para los extranjeros independientemente de que hayan ya iniciado los trámites o no. “El cambio de paradigma –continúa Freyre– significa que ya no existe la idea de ‘personas ilegales’. Las leyes migratorias, además, se nutren de otras. El paraguas que se creó con la combinación de la Ley de Política Migratoria, la Ley de Matrimonio Igualitario y la de Identidad de Género hace de la Argentina un país elegido por muchos migrantes lgbti. Hay una estrategia muy en boga: hoy una pareja extranjera igualitaria puede venir a casarse. Vuelve a su país y pide que se le reconozca el matrimonio ahí, cosa que le va a ser denegada. Pero cuando apela esa negativa (frente a un organismo internacional, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos), su país no va a tener más remedio que reconocérselo. Por eso decimos que Argentina exporta DD.HH.”

El 2013 fue un año para recordar, amargamente. Según las estadísticas de la agencia de la ONU, tuvo el mayor número de desplazamientos forzados de las últimas décadas, por la escalada de nuevos conflictos armados: Siria a la cabeza. Además de los motivos de expulsión económicos y bélicos, figuran la persecución homo y transfóbica. Muchas veces, las causas son más de una, en combo mortífero. Argentina tiene más que un buen clima: ranquea arriba en la lista de destinos amigables en la bitácora del exiliado porque tiene uno de los marcos legales de protección de refugiados más avanzados de la región. En el año 2013 hubo 15 casos de personas provenientes de Colombia, Rusia y del continente africano que hicieron su pedido de asilo en el país alegando persecución por orientación sexual o identidad de género.

Desde Moscú a los hospitales públicos

Nuriya (18), nacida en Moscú, quien llegó hace muy pocos meses a Buenos Aires y prefiere no publicar su apellido, es una de ellxs y acaba de recibir una respuesta positiva al pedido de refugio que hizo en octubre: “Cuando cumplí los 18 y ya podía salir sola de Rusia, empecé a buscar a dónde ir. En todo el mundo hizo boom la noticia de que acá tenían una ley para transexualidad que es única. Es el único país del mundo que no me pide que explique que no estoy loca para operarme, cambiar el nombre y que me deja entrar sin visa o restricciones. Mi investigación fue a través de Internet. Iba a elegir entre Canadá y acá, hasta que leí que Canadá también pide control psiquiátrico, como el resto del mundo. Y sabía que acá me podía operar gratis. Me sorprende que en un país del Tercer Mundo se puedan hacer cosas que en Europa no. En Rusia la propaganda de la Iglesia Ortodoxa es muy fuerte y todo lo diferente asusta: otras nacionalidades, otras culturas, los negros, los punks. Putin es despreciable pero es tonto culparlo de todo, él refleja lo que piensa la mayoría de la gente. Cuando llegué a Buenos Aires, sabía que me tenía que contactar con la Conare. Al mes tuve la entrevista. Les conté mi vida, que querían que yo cambiara. Mis padres para eso me leían la Biblia. Les conté cómo los grupos religiosos me esperaban a la salida del colegio para golpearme, les conté sobre mis denuncias a la policía. Les mostré las cicatrices. Muchos argentinos saben sobre la situación rusa. A mi país no puedo volver, tampoco tendría a dónde ir”, mientras dice esto Nuriya señala el sobrehueso que tiene su clavícula fracturada.

¿Tenés algún contacto con tu familia o gente de allá?

–Ningún contacto. Me dijeron que preferían que me fuera de la casa. Eso fue hace dos años. Lo mío es muy grave para mis padres. No tengo hermanos. Han tratado de educarme estrictamente, inculcarme lo masculino, me han obligado a hacer deporte, jugar con los niños. Si yo no cumplía con eso era castigada y golpeada. En Rusia hay una estricta división de roles sexuales, el niño debe comportarse como niño.

¿Y en la escuela?

–Los maestros y los niños trataron de ofenderme, insultarme. Después de la escuela, compañeros de clase me golpeaban y me tiraban piedras. Los educadores me enviaban a conversar con el psicólogo. Pensaban que soy anormal. A una edad más avanzada, comencé a interesarme en mi problema, busqué literatura, traté de leer todo lo posible. Me diagnosticaron trastornos psicológicos. Intentaron convencerme de vivir como todos los hombres. Pero esto no era posible. No se puede ir en contra de uno mismo.

¿Cómo era tu vida cotidiana allá?

–En Rusia la Iglesia Ortodoxa tiene un gran impacto en la vida. La sociedad condena a las personas que son como yo. A menudo cerca de mi casa me esperaban activistas ortodoxos, que me golpeaban con varas de hierro y palos. Llegué a temer por mi vida y mi salud. Es un pasado de mucha humillación y resentimiento; los escándalos constantes con la familia me han acompañado a lo largo de la vida. En el liceo estudié biología y química, escribí artículos de investigación, he ganado torneos interescolares. En 2012, fui condecorada como “niño prodigio”. Con esos antecedentes hubiera podido conseguir una beca para estudiar gratis en el Instituto de Medicina, pero, debido a mis características, la enseñanza me fue denegada. Nadie me ha ayudado con eso.

¿Y cómo te estás adaptando acá?

–La realidad no concuerda con lo que yo leí de la Argentina en Internet, ni con las cosas que se dicen en los foros y ni con las noticias. La gente común no conoce las leyes. Como dos mundos paralelos. En el Registro Civil, por ejemplo, que es donde se supone que deben estar al tanto, parece que no conocen las leyes de transexualidad. Y en el hospital. Yo necesito operarme. En Rusia por ser travesti, aunque mis notas son excelentes, no podía ir a la universidad. Estuve averiguando para estudiar medicina en Estados Unidos. Existe una fundación norteamericana que puede darme beca mientras estudio. Pero para que me dejen entrar ahí necesito estar operada. No dejan que entren travestis sin la operación, tienen miedo a la pedofilia y perversiones. No sé si hubiese elegido operarme si no fuera por esto. Pero eso es condición. Y yo tengo que estudiar. Estoy usando mis ahorros estos meses. Mi familia tenía una buena posición y yo por los méritos en la escuela recibía dinero del Estado, que me depositaba en una cuenta. Pero pronto se me va a terminar el dinero. No es fácil, no sé cómo voy a hacer para mantenerme. Recién cuando me den el DNI el próximo mes voy a poder buscar trabajo.

¿Pudiste conocer gente, hacer amigos?

–En el hostel voy conociendo gente que viene y va. En el curso de español me hice una amiga de Brasil. Acá también hay gente a la que no le gusta mi forma de ser y hasta tal vez se rían detrás de mí. En la calle en estos meses me robaron ya cuatro veces, porque además se nota que no soy de acá. Pero no he sentido maltrato en la mayoría de los lugares en los que estoy, en el hostel o el curso de español. Te pongo un ejemplo, en mi hostel hay muchos brasileños gay. Ahora hay uno muy loca y ahí todos son amistosos con él. Una vez vi que él saludó en el mostrador y salió hacia la calle. Cuando se fue, el recepcionista con otra chica hacían gestos, se reían. Eso pasa. Pero en Rusia directamente no lo hubieran dejado entrar al hostel y ya estarían esperándolo afuera para pegarle. ¿Se entiende la diferencia? Cuando me registré en este hostel presenté mi pasaporte, que dice “male”. No sé si saben o no de lo mío. No sé si ríen detrás de mí, no me importa tampoco. Pero todo el mundo me ha tratado bien en mi cara. Eso me ayuda a ir olvidando la pesadilla de mi pasado.

Jacques Derrida en su breve y dialogado texto “La hospitalidad” se pregunta si ésta consiste en interrogar al que llega. ¿La hospitalidad debe empezar con la pregunta más básica, que podría ser un gesto amoroso hacia el huésped: ¿cuál es tu nombre? ¿O debería brindarse sin preguntar incluso antes de que el otro sea sujeto de derecho y sujeto identificable? Podríamos agregar la duda sobre qué pasa cuando se es otro por partida doble: ajeno en la propia tierra donde se vive en peligro y extraño en la tierra ancha y ajena, aunque ahí más amables las condiciones para ser, estar y permanecer. Para Derrida la alteridad es inquietante en la medida en que con su llegada cuestiona nuestras legalidades, saberes, respuestas automáticas. El visitante, que por hablar otra lengua corre además el riesgo de quedar sin defensa ante la ley que lo recibe o lo expulsa, debe solicitar asilo en un código que no le es propio y en el que están formulados las normas, los límites, la función de policía. Esa es la primera violencia. Cuando Nuriya llegó sólo hilvanaba algunas frases en portuñol. Durante su primera reunión en la Conare, entre quienes la recibieron y ella mediaron un repertorio de señas universales, el traductor de Google, lápiz y papel. Para la siguiente reunión tenían una traductora. Semanas después, Nuriya –que ya manejaba varias frases claves– se acercó por primera vez al Hospital Durand y le informaron que tenía que sacar un turno. Cuando Nuriya llegó al mostrador después de hacer la cola, como en un recitado de latiguillos xenófobos, la persona que atendía le gritó cual empleada pública de Gasalla: “Ni vos hablás español, ni yo hablo lo tuyo, así que... ¡el siguiente! Vienen de cualquier lado a atenderse acá, ¿¡no ven que el hospital ya no da más!?”.

¿Por qué decís que acá la gente desconoce las leyes?

–Desde que llegué que no tomo las hormonas. No sé me notan mucho los cambios para afuera porque soy flaca y sin pelos, pero me siento muy diferente. Todo el tiempo duermo. Tengo calor, frío. Fui al hospital a buscarlas pero son muchos los trámites para conseguirlas. Los turnos en el hospital tardan meses. Hasta que conseguí turno en el Durand fueron cuatro meses. Ahí las hormonas son gratis pero no las tienen. Dicen que vaya a pedir al Ministerio de Desarrollo Social. Dijeron que podía pedir turno para operarme pero que antes ¡tenía que ver al psiquiatra! Eso no debe ser así. Fui al Hospital Ramos Mejía. No piden psiquiatra ahí. Hay un médico que sabe del tema. Yo confío. Dice que por los trámites van a tardar seis meses en darme las hormonas y por mi edad (18) no puedo esperar tanto, ¡tengo que bajar la testosterona ya!

Quién viene y por qué

Anualmente Argentina recibe un promedio de 800 nuevos solicitantes de asilo. Pero no todos los motivos de la persecución tienen la misma visibilidad, menos aún en el caso de los refugiadxs lgbti. En 2007, cuando se aplicaron los principios de Yogyakarta –bases legales internacionales destinadas a la aplicación de los DD.HH. en relación con la orientación sexual y la identidad de género–, se explicitó el derecho de las personas lgbti a pedir asilo en casos de hostigamiento y la obligación de los Estados de no devolver a nadie a un lugar de riesgo. En la lista oficial de los motivos que el solicitante puede exponer ante la Conare cuando se presenta para pedir refugio no figuran “orientación sexual” ni “identidad de género”. Muchas veces se incluye la persecución homo y transfóbica dentro de la categoría de “pertenencia a determinado grupo social”. ¿A qué se debe la invisibilización? Según Juan Pablo Terminiello, oficial legal asociado de Acnur, “hay posturas enfrentadas en esto. Las cuestiones de género tienen una transversalidad que hace que puedan entrar en cualquiera de las motivaciones. En determinados contextos la homosexualidad está criminalizada en función de ciertas leyes religiosas, entonces uno podría pensar que la motivación de escapar es religiosa. Un ejemplo es la Sharia, un código normativo cuya aplicación se inspira en preceptos religiosos, que estigmatiza a gays y lesbianas. El género es una categoría analítica muy rica. Si uno la circunscribe a un solo motivo, la aísla. La violencia de género como arma de guerra es un ejemplo. La violación sistemática de mujeres en contextos como fueron la ex Ruanda o la ex Yugoslavia es una forma de violar derechos. Había una situación de limpieza étnica, pero la forma en que se lastimaban los derechos (violación sexual) tenía una impronta de género. Otro ejemplo es el de las personas que son perseguidas por militar en agrupaciones lgbti e impulsar determinada agenda”. En Colombia existen entre 4 y 5 millones de desplazados internos y miles de personas deben traspasar la frontera, perseguidas por grupos armados, entre ellxs, líderes sociales y campesinos. Un gran número de lxs refugiadxs que recibe nuestro país, incluidos lxs lgbt, proviene de ese país. Recuerda Terminiello “otro caso reciente bastante emblemático. Uno de una mujer trans de una comunidad colombiana pequeña con mucha influencia de grupos paramilitares. Tenía una peluquería, era activista trans y había ocupado un cargo político pequeño dentro del municipio. Entonces recrudecen los ataques y homicidios a travestis de la zona. Está documentado que los grupos paramilitares de Colombia llevan a cabo operativos denominados ‘de limpieza social’ contra gays, trans, trabajadores sexuales. Esta persona empieza a recibir amenazas por su militancia y decide salir. Ahora reside como refugiada en Argentina. ¿La perseguían por trans o por su actividad política? Probablemente por ambas. Los motivos de persecución aquí se entrelazan”.

¿Qué pasa cuando la violencia viene por parte de vecinos, amigos, familiares?

–Tanto las mujeres que sufren violencia de género a mano de particulares como las personas lgbti que sufren abusos por parte de la comunidad, mientras el Estado permanece impávido, entran en la categoría de refugiados. En Acnur hemos trabajado con mujeres que han sido rescatadas de redes de trata internacional y que no querían volver a su país de origen porque temían sufrir represalias. Hace muy poco una mujer venezolana fue rescatada de la red de trata en España. Volvió a Venezuela, pero al poco tiempo fue a otro país de la región y pidió asilo. Temía volver a Venezuela porque la red no se había desbaratado. Obviamente, todavía corría riesgo de persecución. Terminó instalándose en Perú.

¿Es necesario dar cuenta de que uno fue agredido para que se lx reconozca como refugiadx?

–En muchos casos la persona en la entrevista cuenta que mantuvo su identidad de género o su orientación en secreto y que por eso nunca sufrió ningún tipo de persecución. Primero, no haber sido agredido aún, obviamente, no significa que no corra peligro. Segundo, no se le puede pedir a alguien que oculte su identidad para no sufrir violaciones a sus DD.HH.

Una vez que esa persona es aceptada como refugiada, ¿cómo se la cuida acá?

–La integración social de los refugiados es uno de los desafíos pendientes más grandes en nuestra región. Hay políticas de atención al arribo para cubrir las principales necesidades. Pero no hay políticas de integración local en este momento que cubran la totalidad de las necesidades. Tratamos de orientar a los refugiados hacia las políticas que ya existen pero no es suficiente. Aquí las personas trans, por ejemplo, tienen dificultades para acceder al empleo, y los refugiados trans no pueden escaparle a esta realidad.

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Refugiados de diferentes países ponen el cuerpo en una serie de fotos para que el mundo se entere de lo que está pasando. Gays, lesbianas y trans se visibilizan en la campaña antidiscriminatoria de Acnur. Televisión, redes sociales y afiches callejeros muestran las caras de lxs que no quieren huir más.
 
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