Viernes, 14 de marzo de 2014 | Hoy
SERIES
Chozen, una serie animada que viene del Norte, apela a la incorrección política rozando los límites de lo reaccionario. La homosexualidad: parte del juego.
Por Daniel Link
Faltaba subrayarlo: Looking muestra a típicas locas de clase media, con sus problemas de interioridad y sus ansias de futuro. Pero también hay locas de otro estilo. Es el caso de Chozen, una serie animada de media hora que ha lanzado FX en los Estados Unidos, una comedia irregular e irreverente en la que la homosexualidad tal vez sea sólo una excusa para decir las guaranguerías que se atribuyen a las clases bajas (“Your face is the target, my dong is the gun”, “Tu cara es el blanco, mi verga es el arma”).
Para algunos críticos, es un show gay para audiencias straight, pero no estoy tan seguro del asunto (¿acaso hay un más allá del heterosexismo para caracterizar a audiencias ya acostumbradas hasta a que el papel higiénico suponga una organización familiar heteronormativa?).
En todo caso, Chozen es un rapero gigante a quien uno de sus compañeros de grupo le tiende una trampa y lo hace arrestar por tráfico de drogas, posesión de armas de guerra y trata de personas. Chozen cumple condena por diez años, donde aprende la dura sexualidad carcelaria que llevará por el mundo como su sello distintivo. Salido de la cárcel, va a parar al dormitorio universitario de su hermana, decidido a recuperar la carrera de rapero que su némesis le robó. Participa de fiestas, se droga con todo lo que sale (y en el campus hay realmente para elegir), se garcha en cualquier parte cualquier culo (sobre todo, el de un jugador de lacrosse que constituye su contracara más evidente), participa de las reuniones de la asociación lgtb del campus, creyendo que allí se organizan orgías, sorprendiéndose cuando no encuentra ahí “nadie cogible”, rapea (mal) en los bares de micrófono abierto.
El horizonte de Chozen no es la corrección política (lo más evidente es su racismo desembozado) ni la protesta por el estado del mundo (el personaje principal es tan funcional a la sociedad que lo margina como una publicidad de hamburguesas), ni la curiosidad por cómo articular un género musical homofóbico y misógino (el rap) con una cierta amabilidad. La homosexualidad de Chozen es brutal, pero no porque eso convenga a una sociología determinada, sino porque es brutal el humor que la serie practica.
Chozen acepta que las locas existen, que los trans existen (hay un gracioso chongo trans, pero no diré más para no arruinar el chiste), pero no piensa que deba tener una mirada amable para con ninguna especie (y ésa es una ley del humor animado que la cadena FOX patrocina: Family Guy) y deliberadamente se niega a cualquier reflexión sobre el asunto, como si en el fondo dijera: “¿A quién le importa?”.
Pedirle otra cosa a una serie humorística animada tal vez sería un exceso. Pero como Chozen dice vivir con comodidad en el exceso, pongamos entre signos de pregunta al menos uno de sus presupuestos sexistas: el protagonista es simpático porque es ciento por ciento activo. Lo que significa que la serie pretende volver simpático el abominable sistema de sexualidad carcelaria. O dicho de otro modo: que la cárcel es un pensamiento.
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