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Viernes, 4 de julio de 2014

CINE

El trencito de la alegría

Se estrenó El tercero, película argentina que aborda la historia de un trío sexual sin recurrir a las fórmulas tan temidas: ni moralina ni porno encubierto. La palabra promiscuidad hace rato que está quedando chica.

 Por Gustavo Pecoraro

El segundo largometraje del cordobés Rodrigo Guerrero, narrado notablemente en poquísimas escenas para la hora y pico que tiene de duración, cuenta cómo una pareja de homosexuales conoce por chat a otro pibe de unos pocos años menos, se gustan, lo invitan a su departamento, charlan durante bastante rato y después de una cena donde abundan las espinas de pescado, las remolachas que nadie come y la referencia inevitable a las madres y los padres de cada uno (una asociación bastante personal, por cierto), terminan en una de las escenas más bonitas de sexo de los últimos tiempos. Una cámara en primerísimo plano va narrando cómo comparten sus cuerpos, y hasta hay lugar para dejar claro que con forro también hay buenas películas.

Carlos Echevarría y Nicolás Armengol componen a los anfitriones que abren las puertas de su casa (y su cama) a Emiliano Dionisi, el tercero que da nombre a la película, bellísimo en su papel de estudiante universitario.

Con muy buen criterio de Guerrero, hay una especie de discordancia generacional y corporal en los tres actores. Suficientes ya son películas y obras de teatro que hablan de la homosexualidad sólo desde la talla 36 y la veintena de los años, como si lo que exceda esos límites no debiera ser mostrado. En El tercero, Echevarría es el mayor de los personajes y el que supuestamente propone su experiencia; Armengol (con una pequeña barriguita muy sexy) es “la carnada” que tanta practicidad aporta a muchas parejas, y Dionisi es el objeto del compartir.

El director convierte el concepto de “objeto” en el protagonismo de tres cuerpos y tres deseos en las mismas condiciones de requerimientos y ofrecimientos.

Una mano toca al otro que importa poco quién es, y una lengua se pasa de una boca a otra y a otra más, y los culos y las pijas se triplican, como se hinchan los pezones con la yema de los dedos de seis de manos, y seis brazos que aprietan haciendo uno.

–Me gustás –dice uno.

–Y ustedes a mí –responde el tercero.

Y en este nunca haber nadie fuera del juego afuera quedan celos, caras largas, histerias, o coitos interruptus.

Todo es deseo, morbo y mucha calentura.

Es de agradecer que se haya narrado esta historia (la misma historia de miles de homosexuales) con total desapego de ideas fidelizantes (“¿casarnos?, ¿para qué?”, le contestan a Fede), o personajes construidos para una platea dispuesta a aprobar sólo una parte del cuento..., y lo demás lo dejamos para los “vicios privados”, el cine porno, o el aburridísimo Manhunt, donde abundan los “nada que ver, cero pluma y cero ambiente”. ¡Puaj!

¡Qué bueno encontrar una película que cuente cómo dos se transforman en tres durante una noche, una semana, o una vida!

Un cuento que –en otro acierto de la película– no necesita de mascotas.

El tercero deja knock-out la ley de los farsantes lgbti de las “buenas costumbres” y los “buenos hábitos” que conforma a esas mentes que nos necesitan pensar como gente que “caemos bien”, siempre y cuando no andemos haciendo “cosas raras”.

Una película necesaria y reconfortante, que abrirá más de un debate en la ya de por sí empolvada mariconería vernácula.

Puede verse en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635) y Bama Cine Arte (Diagonal Norte 1150)

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