Viernes, 4 de julio de 2014 | Hoy
La Copa del Mundo revoluciona al país y exacerba los índices hormonales. Qué y cómo se dirime la transmisión y creación de contenidos deportivos en un 2014 más homofriendly que de costumbre.
Por Ignacio D’Amore
Un paréntesis en el tiempo: juega Argentina. El Mundial ralenta la vida en la Nación y todo continúa, pero a una fracción de la velocidad cotidiana, como cuando en Matrix se puede apreciar la trayectoria de los proyectiles atravesando el aire. La gente, hace minutos, corrió a guarecerse en lugares con TV y ahora acompaña a los gritos el relato. Mientras tanto, la calle fantasmal coordina semáforos para autos que no transitan y peatones idos. Y en una pizzería con pantallas y con hinchas, con meseros y banderas, un puto y su amiga redescubren lo que les interesa del torneo: los torsos, la lycra sobre el sudor de Maracaná, los manoseos disfrazados entre los jugadores. Cada tanto afloran los nervios que preceden a un gol argentino, siameses del temblor aliviante de un orgasmo.
Mientras en el lugar se aúlla y se sufre, mi amiga y yo desentrañamos la (mala) confección de la estrecha camiseta rival. Ventajas del HD. Señalo que la moda de usar ropa deportiva tan pegada al cuerpo me resulta menos excitante que aquella que deja ciertas situaciones libradas a la fuerza de gravedad y a los contraluces sobre el dry fit. Nos encolumnamos con el furor Lavezzi y debatimos qué tan brutal será lo prometido por las anatomías de Agüero e Higuaín. En la pizzería se agitan servilletas y se escucha el apellido Messi; afuera, el vacío helado de avenida Corrientes, y nosotras dos, absortas con el entrevero de pantorrillas iraníes y argentinas.
La penosa ceremonia de inauguración, que tuvo lugar días antes de lo recién relatado, transcurrió presidida por una enorme bola de discoteca tapizada en LEDs, especie de prima lo-fi de la que Madonna utilizara para abrir su gira Confessions ocho años atrás. Después del paso de bailarines vestidos en alusión a la flora y fauna brasileñas, la bendita bola se desgajó y de su pulpa metálica brotaron la local Claudia Leittes, el insufrible rapero Pitbull y la perenne Jennifer Lopez. Se cantó un tema oficial, se arengó al estadio semivacío, se bailó en taco aguja. Una vez en su hotel, la selección croata (que un rato después de la apertura perdió contra la brasileña) supuso erróneamente que la piscina era inaccesible para los paparazzi y se relajó con una tarde de nudismo, aprovechando que una tormenta había despejado de turistas las instalaciones.
Los lenguajes homoeróticos de este Mundial son parte esencial de su universo de significados, revelado muchas veces en guiños que cristalizan sin escalas en forma de gifs, vines y aludes de tweets. Un ejemplo: el justificado furor por el argentino Lavezzi –penosamente discutido por gente que parece preocuparse más por el deseo ajeno que por la carencia del propio– llegó a punto de ebullición con un gif que muestra al jugador sin camiseta y acomodándose el bulto bajo un boxer a medio quitar. Hay hasta un perfil de Facebook con miles de seguidorxs que instan (instamos) al flamante sex symbol a continuar su carrera jugando sin camiseta hasta el fin de los tiempos. Existen también rankings en medios digitales como Buzfeed o The Huffington Post, ilustrados con imaginería de similar tenor, en los que se enumeran los cuerpos más escandalosos, los peinados que mejor soportan el correr de los noventa minutos sin perder aerodinamia o los bultos que merecen una copa (de champagne, en mi casa). Y ya que hablamos de cabellos inmóviles, debemos también destacar la coquetería que cada vez más astros futboleros ostentan al ingresar al campo, con cejas pulidísimas y pelo cincelado, confirmándose nuevamente la influencia del paradigma de belleza europeizada y beckhamesca que parece pesar sobre tantos jugadores. Por momentos una cree estar viendo un making off del calendario francés Dieux du Stade, ese que desde hace años hace desnudar a rugbiers galos.
Desde luego que el homoerotismo inherente a todos estos mecanismos de creación de fantasía deportiva no habilita ningún tipo de gesto que pueda ser asociado a lo clásicamente femenino. Por caso, uno de los representantes de Argelia, tras perder contra Alemania, se retiró del campo de juego cubriéndose la cabeza con su camiseta para esconder la congoja de la eliminación. Manoseos húmedos y tirones del short ajeno se permiten, mas no así mostrarse llorando (que es sinónimo de debilidad). Unos besos sudamericanos le vendrían bien al argelino triste, y a muchxs otrxs, un mordisco audaz del uruguayo Suárez.
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