Viernes, 10 de octubre de 2008 | Hoy
LUX VA > A BERGHAIN, LEGENDARIO CLUB TECNO DE BERLíN
Nuestrx cronista viaja a Berlín para adorar y dejarse adorar por el dios del tecno en su meca alemana. El tiempo que pasa haciendo la cola con miedo a no poder entrar resulta finalmente recobrado en el dark room donde si algún miedo le quedaba, junto con otras cosas, también lo perdió.
Esa cola yo no la hago! No la hago y no la hago. Así, a los gritos, me empaqué cuando mis dos ojitos maquillados cual Marilyn especialmente para la ocasión —Manson esta vez— se toparon al bajar del charter que me había depositado en tierra de Karl Lagerfeld, con esa serpiente humana contoneándose tal vez lasciva, tal vez friolenta —¿cómo saberlo si no hablo alemán?— sin avanzar ni un centímetro en dos horas, y todo para poder entrar a la disco tecno más importante del universo donde estuvieron Ricardo Villalobos, Richie Hawtin y todos los que sobre el minimal electro tengan algo que decir. A lo lejos y en medio de un pastizal más digno de Martín Fierro que de Goethe, esperando y latiendo ansiosa estaba allí, bien erguida, la gigantesca mole de cemento más parecida a la facultad de ingeniería que a lo que unx se imagina como un dark room danzante dueño de tanta fama.
“Pero si la cola es la parte más linda, Lux.” El que habla de ahora en más y sin parar es mi anfitrión en Alemania, Lalo Ratzinger, eterno aspirante a dj y a hijo reconocido de su santo padre de quien ha heredado, entre otros hábitos, el de dar sermones: “Hay que aguantarse, no es una cola cualquiera, es el génesis de la ceremonia que sigue adentro. Berghain es el arca de un Noé que soltó la pluma y dio prioridad a los musculosos rapados y con mucho cuero; a las chicas fashion, a unos mancebos estirados en chupines y a unos bellísimos seres que dictan lo que será la moda dentro de un siglo. El resto, gran parte de la gente que está tiritando, te aviso que ni de frío ni de calientes sino de miedo, no va a entrar. Acá, el estilo y el misterio es religión, no se pueden sacar fotos y los dueños que ya crearon el legendario y súper gay Snax Club, no dan entrevistas ni explican nada a nadie”. Y ahí estaba la razón de tanta demora: en la puerta, un hippie for ever de grises pelos largos, su buena panza y una cara con más piercings que poros, ayudaba a que a Noé no se le hundiera el arca, descartando gente. Claro, entran nada más que 1500 personas... ¿Con qué criterio elige? Un criterio que va cambiando cada veinte minutos. Cuando llegó mi turno el madurito maldito intentó rechazarme, pero el pobre movió la cabeza para decirme no en un idioma universal y entre tanto imán que tengo yo y tanto metal del censor, nos pegoteamos inevitablemente y así subimos escaleras arriba, sorteamos la barra de tragos, nos tomamos las cervezas que allí es lo que sobra y bailamos hasta las seis de la tarde del día siguiente sin decirnos ni un sí ni un no, ardiendo como nunca al ritmo de una música tan fuerte que entraba en uno y salía por el otro. “Es que este edificio, originariamente era una caldera que daba calor a toda la antigua calle Stalin, la fiesta dura dos horas más; queda lo mejor”, quiso acotar más datos Ratzi, pero yo, a esa altura, no habiéndome podido retocar en el baño por falta de espejo, me había instalado en el subsuelo sagrado conocido universalmente como dark room, donde lo que allí ocurre nos une a todxs, justxs y bien pecadorxs, como dice Ratzi. Siempre y cuando hayamos logrado entrar al reino de los cielos.
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