¿Significa algo tener la casa para “una sola”? ¿Significa algo servirte un syrah y tirarte en tu sofá preferido y leer a la Yourcenar? ¿Qué “fuegos” arden, mi amor, cuando el sentido de la vida está lejos, o confuso, u olvidado? ¿Qué arde en mí, tan lejana, tan cosa, tan helado de sabayón al whisky? ¿Qué se va quemando, de a poco, y qué me ahoga como el hachís aquí adentro, muy adentro? Poné, poné tu mano, sentí: la nada. Pero hace tic-tac. La nada, la náusea... ¿de golpe sartreana? ¿De Marguerite a Jean-Paul (y no el alemán, justamente)? No. Dejo que ella, Yourcenar, me queme; me quema con su “treta del débil”, me quema y me hace pensar en todas las mujeres que amé, en todas las mujeres que ¿amo?
Hmm, el libro cae, lo dejo que se vaya, dejo la copa a un lado, me estiro, intento encontrarme, pensarme. Hmm. El cuerpo tieso se va relajando, la mano busca debajo de la camisa el pezón, lo acaricia, intenta que surja de su nada de soledad. Puedo sentir cómo se levanta, cómo choca contra mi dedo. Mi otra mano va hacia abajo, por debajo del short, juega con los vellos. Trato de sincronizar el movimiento. Descubro que ya estaba mojada... ¿la metafísica excita? Me voy dando vuelta de a poco, cuidando de no caerme. Mi dedo sabio ya encontró su camino, lo recorre, acaricia la rosa más preciada, la más profunda. Siento algo de electricidad, una sacudida. Siento que puedo empezar a dar vueltas como una calesita, siento que el vértigo está ahí nomás, siento... que... acaban de tocar el timbre.
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