Viernes, 19 de diciembre de 2014 | Hoy
LIBRO II
La nouvelle Yo soy aquel, de Osvaldo Bossi, recorre la infancia de un niño raro.
Por Daniel Gigena
Emblemáticamente titulada con el nombre de una canción de Raphael, la segunda nouvelle del poeta y narrador Osvaldo Bossi (Ciudadela, 1963) recompone la infancia de un niño “raro” en una familia proletaria del conurbano bonaerense. Situada a finales de la década de 1960 (el indicio temporal viene dado por la llegada del hombre a la Luna; la Luna y Neil Armstrong son también personajes de la historia, tanto como un zapato de moda que flota en el río y un par de anteojos), en un barrio pobre que, precisan las madres de familia que allí viven, “desde afuera parece una villa, pero no es una villa” porque en ella habitan los integrantes de una misma familia, la historia de Yo soy aquel (Ed. Nudista) permite introducir y poner en tensión varias líneas narrativas, entre las cuales la lengua fantasiosa de Os, el niño protagonista, se asume como una antena que capta y retransmite señales del pasado y del futuro. Provisto de una tenacidad a la vez dulce y osada, Os pisa fuerte en el mundo que le tocó en suerte con una vulnerabilidad que, a lo largo del relato, se convierte en su principal fortaleza. Un padre distante, al que luego la visión del chico habituado al maltrato parece reemplazar por un amable robot; la pandilla de opas del barrio, comandada por el primo que quiere “corregir” a Os a los golpes y el abusador de turno, enmascarado en una figura ambivalente, no son sino oportunidades disfrazadas de adversarios para que el niño pruebe su propia fortaleza. “¿Estoy dormido o estoy despierto?”, se pregunta el niño de nueve años al inicio de esta fábula moderna sobre la amistad y el amor entre varones.
Lo asisten en la aventura varios personajes, algunos de ellos fabulosos o llegados del futuro, como San (una recreación de la figura del amigo imaginario, con algunas características en común con el artista Santiago Rey); otros cercanos, como los amigos, la madre y las tías, los vecinos amables y un coro de animales e insectos que comentan los sucesos. ¿En qué consisten las aventuras de Os? Una de ellas, la que opera en la superficie de la novela, trata de sustraer, mediante la magia de la lengua y de los materiales en apariencia inservibles del entorno (un palo, un zapato usado, un carro con bolsas de arpillera), provistos de una potencia levemente desquiciada y benéfica, el realismo grisáceo de la representación de la realidad sin, sorprendentemente, falsificarla. “La luna, perfecta, ilumina el caminito de piedras que nos separa. Es como caminar sobre una cinta de luz, pienso. Y el agua, todavía más luminosa, a un costado, y los árboles quietos, mirándolo todo, con ese cansancio que tienen los árboles después de haber luchado cuerpo a cuerpo, todo el día, con el sol del verano...”
En el relato de los días de Os se intercalan fragmentos que cuentan una relación clandestina, secreta y prohibida, entre él y el hermano mayor de su amigo Luis. El Titi besa y acaricia al niño, echado de espaldas, de cara al pasto, en un cañaveral ubicado en el campito del barrio. Separado del propio cuerpo, apenas escucha el sonido de la hebilla del cinturón del adolescente mientras se baja los pantalones, Os inicia una fuga espacial: “El niño recibe las caricias pero enseguida se escapa, se sale de su cuerpo, cruza las nubes, las constelaciones... El Titi se acerca. Lo toca, ni cuenta se da”. Cerca y lejos, esa presencia física parece alimentar las rupturas de escala, de registro y de percepción del mundo del chico. Os reconstruye, con lo que tiene a su alcance, mediante las lecciones aprendidas en el carro de su padre botellero, que transforma la basura en oro, un mundo a medida de la pasión, el ensueño y la vigilia.
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