Viernes, 19 de diciembre de 2014 | Hoy
LIBRO I
La novela gráfica Pregnant Butch (Chongo embarazada) de A. K. Summers desnuda y desparrama en viñetas los largos nueve meses de una lesbiana masculina convertida en futura mamá.
Por Gabriela Cabezón Cámara
Un boxeador desparramado sobre un banquito en el ring side, con la cara bastante rota, las piernas abiertas por el abatimiento, el short corto, el torso desnudo, las tetas grandes, un bebé amamantándose y el cinturón de campeón colgando de las cuerdas. Así como un guerrero después de la batalla, triunfadora pero golpeada, se dibujó A. K. Summers –ésa fue su imagen para representarse en estado post parto– en su libro Pregnant Butch, algo así como Chongo embarazada, una novela gráfica que cuenta las complejidades de atravesar el estado de gravidez siendo una mujer que está fuera de las convenciones genéricas dominantes: cuando Summers era una nena, quería ser como Tintín. Y, por lo menos en las ilustraciones, se parece bastante. Anda sin perrito, pero no le faltan el jopo ni la camisa aunque tenga una panza a punto de estallar con los pechos correspondientes. “Durante meses me confundieron con un chabón gordo”, comenta en las entrevistas que le hicieron en The New York Times, The Guardian y otros medios.
Hoy, el hijo de Summers, Franklin, tiene once años, llama a sus mamás “mom” y “mammy”, elige sus propios looks –está mucho más interesado en la ropa que su mamá novelista gráfica, dice ella–, no tiene problemas en explicarles a sus amigos lo diverso de su familia y ya debe estar medianamente acostumbrado a ver su foto circulando en los medios, porque Pregnant Butch ha tenido bastante repercusión. Pero empecemos por el principio: en año 2002, Summers llevaba tres de pareja con Vee, una lesbiana de feminidad convencional. Estaban bien y quisieron tener un hijo. Tenían que decidir cuál de las dos se embarazaba y ahí primó la historia de Summers: adoptada, pese a haber tenido una familia “cálida y amorosa”, sentía la necesidad de tener un lazo biológico con algún ser humano. Por eso decidieron que tanto el óvulo como el embarazo fueran de ella y que Vee adoptara a la criatura apenas naciera.
Las viñetas muestran a Summers, o más bien a su personaje que en el libro se llama Teek –aunque sea una obra autobiográfica–, enfrentando desafíos diversos: preparándole un set porno al amigo que le donó el esperma, yendo al ginecólogo, siendo examinada por su mujer, contándoles a sus amigas. Le ganan de mano, se dan cuenta antes de que se los diga y la ametrallan a preguntas. “¿Quién es el donante?, ¿cómo se decidieron?, ¿Vee también será parte?, ¿por qué vos?, ¿cuánto tiempo tardaste en quedar embarazada?”: la mitad de esas mujeres, dice, también estaban pensando o intentando tener hijos.
Una vez hecho el coming out del embarazo con las amigas, empieza el del resto del mundo: ¿cómo seguir siendo butch cuando tus tetas crecen, tus caderas se ensanchan y la panza emerge? A Teek se le ocurre que los tiradores le van a quedar divinos. Pero no, los tiradores van mal con pechos y caderas grandes. Prueba con calzas de lycra. No, no dan butch. Al final, se decide por los pantalones de siempre pero en los talles correspondientes a su estado: parecían pantalones de payaso, cuenta. En una entrevista radial recomienda a las butchs embarazadas el overol, aunque advierte que no es apto para temperaturas cálidas. Atraviesa, como aparentemente casi todas las mujeres cuando están embarazadas, la crisis de temer haber dejado de ser seductora para su pareja. Pero, a diferencia del problema de la mayoría, Teek sufre porque siente que ha perdido masculinidad. La respuesta le llega, para su sorpresa, durante el tercer trimestre del embarazo: con su mujer vuelven a tener el sexo que habían dejado de tener en el segundo. En el momento se limitó a gozar pero después le preguntó a Vee a qué se había debido tanta fogosidad. “Me sentía más cerca tuyo”, le contestó su chica.
El libro da pie para muchos comentarios en los distintos medios y en foros. Un problema para tantas como ella es la ropa, ¿de dónde sacar ropa masculina apta para usar durante el embarazo? Bueno, God bless America, ya no es un problema: “donde hay una necesidad, hay un mercado”, podría ser un eslogan de Estados Unidos. Navegando un poco se llega a las tiendas indicadas y a las fotos de las butchs contentas con su look de futuras mamás andróginas, ensanchándole las posibilidades a la concepción tradicional del look materno.
En una entrevista en el sitio afterellen.com le preguntan si la maternidad la volvió menos butch: “Yo pienso que me hizo más butch –contesta Summers–, también, por otro lado, me hizo sentirme más cómoda y sólida. Onda, ‘¡ey, yo hice esto!’. Mucho de lo cual tuvo que ver con la experiencia de ser una butch madre y tener que enfrentar tantas situaciones extrañas en las escuelas y en las relaciones con los otros padres. Se hizo obvio que me sentía así: ‘¿Saben qué? No tengo que darles explicaciones. Mi hijo está bien y ésta soy yo’”.
Summers no es, claro, la primera y mucho menos la última mujer y madre que no adhiere al estereotipo de género que para muchos –un poco elementales ellos– es “naturaleza”: una feminidad de manual, hecha toda ella de lugares comunes, en un paradigma, el de la reproducción y, luego, los primeros años de crianza de los chicos, hegemonizado por las ideologías más reaccionarias –binarias a morir– que se expresan en todo pero en pocos lugares son más claras y opresivas que en las tiendas de ropa para embarazadas y de ropa y juguetes para nenes, con sus colores rosa y celeste como banderas, y con la imposición de roles –mamá-ama de casa estilo Doris Day y bombero, por nombrar dos–. En esta era de maternidades y paternidades alternativas al canon, son muchas las que se van a divertir y conmover con Summers y su libro.
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