Viernes, 27 de febrero de 2015 | Hoy
El fabuloso éxito de Cincuenta sombras de Grey aparece últimamente asociado con la fabulosa crisis del modelo heterosexual. ¿Será, como dicen por allí, que la heterosexualidad no sabe qué inventar y sale a desguazar identidades y prácticas disidentes? Sin esperanzas de dar con las complejas causas del fenómeno, Soy leyó, fue al cine, se compró la película y ahora anda entre sombras.
Por Liliana Viola
La escena es en la calle. Un vendedor ofrece Cincuenta sombras de Grey a 15 pesos. ¿Tan pronto salieron las sombras truchas? Sí, pero –atajándose ante posibles reclamos– el hombre advierte que esta versión no tiene subtítulos, está hablada en portorriqueño y es la última que le queda porque ustedes las minas arrasaron, algunas hasta se llevaron de a dos. ¿Los hombres no compran? ¡No! Y los pocos que compran es para regalarles a sus esposas. ¿Cómo lo sabe? Pienso hacerle esta pregunta cuando me sorprendo dando explicaciones como una copia trucha de Isabel Sarli ante Romualdo Quiroga: “Es por trabajo, deme la que le queda, la compro para analizar el fenómeno”. Ah sí, claro, me dice, con la falluta discreción de quien viene recibiendo excusas por el estilo. ¿Acaso hay algo vergonzante en las Cincuenta sombras de Grey? ¿Temo que este señor piense que ahora mismo me está dando un arma masturbatoria en forma de cd? El día después del estreno una mujer en México fue presa por masturbarse en el cine, y parece que hay otra mujer muerta porque hizo lo que la película debió advertir en letra chica: “no lo hagan en su casa”; pero estos manotazos de moralismo tienen su antídoto en una presión más fuerte que ha colocado a la la sexualidad activa, renovada, narrable y plena, en una señal obligatoria de status, autonomía. ¿Y entonces? Me inclino a reconocer que si algo temo entre las Sombras es a ser traspapelada en la grey de lectoras chatarra. Stephen King, autor que ha tenido que pagar con el estigma de baja calidad su suerte en las ventas, estos días disparó su resentimiento con lo que encontró a mano: “Cincuenta sombras de Grey es porno para mamás”. El juicio de valor aplicado a los valores morales va del producto a su consumidora: libro trucho, mujer trucha. ¿No debería despertar alguna sospecha este agravio disfrazado de nuevo subgénero (no) literario? La denigración como literatura mala y erotismo berreta con la correspondiente etiqueta del “porno para mamás” es una de las manifestaciones más políticamente correctas que ha adoptado últimamente la misoginia cultural. Apunta no tan de lleno al producto (que se vende igual) como a su consumidora (que vive en las mejores, o mejor dicho, en todas las familias). Hay una lectora imaginaria que precede al libro y a la película y que ha sido condenada históricamente por sus gustos que además ultimamente produce ella misma (aquí ingresa la asociación casi automática que las críticas hacen entre la autora de Harry Potter y la de Las Sombras). El deber ser y no ser le muerde la cola a la histórica consumidora de fantasías románticas pero también a quienes pretenden tomar distancia.
La segunda escena testigo es en la entrega de los Oscar: Melanie Griffith, la mamá de Dakota Johnson, Anastasia Steel en la ficción, declara que por supuesto está orgullosa del éxito de su hija. Pero inmediatamente agrega, sin temor a parecer una madre desamorada, que no ha visto la película y que no cree que vaya a verla jamás. Caricatura de la autofirmación que sabe lo que quiere y cumple con los mandatos de su autonomía, Melanie, la mamá sin porno, seguramente también daría explicaciones al vendedor de películas truchas y a todo aquel que pueda tirarle la primera piedra.
La duda que carcome a la protagonista, con la que machaca de un modo inverosímil en las primeras líneas de su monólogo interior, es nueva, o al menos no figuraba hasta hace muy poco en la gramática de las angustias amorosas: “¿Y si mi amado en el fondo es gay?”. El fantasma de lo diferente apunta a cada gesto y cada gesto va abriendo una duda nueva. Si el no la besa cuando debería y no intenta acostarse con ella cuando debería, si el se muestra debilitado o sensible puede pasarse para el otro lado. Christian Grey, con ese nombre tan tramposo que alude a la grey cristiana y a la Iglesia plomiza pero que fonéticamente también recuerda a Dorian Gray, es por definición, “un dudoso”. Enigmático, buen mozo, multimillonario, empresario, arrogante y súper masculino. De tan perfecto, podría ser gay. Es que toda rareza (y casi todo gesto interesante se vuelve rareza) es sospechada de éxodo del country binario. Las señales se han vuelto equívocas, nadie es durante mucho tiempo lo que cree ser, las sociedades sancionan leyes que sorprenden a los mismos actores que las reclaman. En Estados Unidos, uno de los epicentros del boom de Las Sombras, la sodomía era considerada un delito hasta 1962 en todos los estados, y recién en 2003 la Corte Suprema desterró este delito del país entero. Luego de que la ansiedad encontrara simplificación y medicamentos en una sigla, esta misma pretende codificar todas las inseguridades identitarias. Hace un tiempo se ha empezado a hablar (y no en broma) del TOC Homosexual, definido como el miedo obsesivo a ser homosexual o tambièn el miedo de algunos homosexuales a estar actuando cual hèteros. La pregunta de Anastasia insinúa esa sensación de inseguridad que todo lo permea y la novela se encarga de darle una solución a latigazos: su amante se autodefine como un Amo, que más que practicar el sadomasoquismo suena en este contexto como que està dispuesto a asumir el rol de amo y señor. Alivio. La rareza de su amado es curable con amor. Paradójicamnete el menú de las desviaciones, se ha elegido a las más perturbadoras del orden patriarcal: el dildo y su batería de juguetes y el BDSM y su salón rojo, un espacio donde las identidades se difuminan frente a Ingresan recortadas de tal modo que se vuelven. Dificilmente habría lugar para preguntarse si habría prosperado el romance si la protagonista virgen en lugar de encontrarse con un Amo se hubiera encontrado con un amante cross dresser. ¿Y qué si Christian proponía jugar el lugar del sumiso?
¿Cómo ve la comunidad BDSM el avance de curiosos? Por lo pronto, Pablo Pérez, autor de la columna BDSM ilustrado de Soy, lo resume así: “Lejos de recrear el espíritu festivo o fiestero que conocemos los practicantes del BDSM, Las 50 sombras presenta a Grey como un millonario visiblemente acomplejado y atormentado por una infancia sufrida, fóbico al contacto físico, y que por eso prefiere entenderse a los golpes y decidir cuándo la pareja puede tocarse o no. Anastasia es una falsa sumisa, atada a la cama goza, pero la relación Dominante/Sumisa le gusta hasta ahí nomás, sin darse cuenta prefiere dominar la situación; lo único que quiere es llevar a Grey de la correa al altar, tener ella las riendas de la relación, y se vale de su capacidad argumentativa basada en golpes bajos para convencer a Grey de que lo suyo es una patología de la que debe curarse”. La sombra de la patología redime mientras la fuerza del amor, que tradicionalmente en los melodramas se manifestó capaz de resolver injusticias de clase, ahora se ocupará de sanar lo enfermo mientras de paso da placer a protagonistas y lectores.
¿Por qué se creen que Richard Burton y Elizabeth se casaron tantas veces?, revela Sofia Loren en su autobiografía que acaba de editar Lumen. Porque la sociedad de entonces toleraba escandaletes, rumores y toda clase de devaneos pasionales, pero no que estuvieras divorciada. Dónde está el límite. Si hoy el contrato matrimonial ha caducado y nadie piensa que la muerte nos separe salvo que tema a un exceso en el juego sexual, el contrato consensuado y reescribible del SM versión 50 sombras donde las exigencias de estar linda, flaca, saludable y depilada aparecen como cláusulas contractuales, órdenes de sumisión a una norma despreciada y perseguidas, que corren por responsabilidad del Amo, se cargan en su cuenta y además se traducen en orgasmos múltiples. ¿No es ésta una expresión bizarra y prêt à porter de la liberación femenina?
La socióloga Eva Illouz, en su libro Erotismo de autoayuda. “Cincuenta sombras de Grey” y el nuevo orden romántico consigue dar una coherencia a estas sombras sueltas cuando analiza la capacidad de este libro para codificar y resolver simbólicamente las múltiples tensiones que afronta el modelo de pareja heterosexual. ¿Qué perturba el orden amoroso? Las tensiones entre la sexualidad recreativa y el amor, el imperativo de la autonomía y la pasión, el poder social del hombre y la intimidad doméstica de la mujer, el desapego de él y el compromiso de ella. La novela realiza –dice Illouz– un tipo moderno de fantasía, que no es la del amor eterno o perfecto sino conseguir que la lucha por el poder y la autonomía no entre en conflicto con el deseo. Al contrario, que lo produzca. Si Ann es el modelo de la mujer autónoma capaz de reproducir como una caricatura los deberes de la mujer autónoma y también gozar en la cama, Christian es el marido perfecto que combina la protección feudal con las dotes de un atleta porno. El BDSM desplegado como un manual de autoayuda, aparece recortado en escenas que no apuntan tanto a calentar, como en el porno, como a aportar fórmulas para mejorar el placer sexual. Así, en la sala de las torturas , las referencias a poses y juguetes sexuales constituyen una especie de vademécum, una guía para mujeres a lo “hágalo usted misma”. A propósito, una investigación que cuantifica y analiza el contenido de los infinitos foros de discusión que generaron estas sombras, se pregunta no sin espanto si el hágalo usted misma no se estaría tornando un hagámoslo entre nosotras. El comentario más citado dice algo así: “Cuando fui a verla con mis amigas me súper divertí, hasta me excité en una escena y aunque no me parece una buena película, me gustó. Cuando volví con mi novio, me aburrí, vi lo mala que es, nos fuimos antes”. Mientras que los muchachos, que si bien opinan menos aportan dos comentarios base: “Me dijo que tenía que leer el libro para aprender cómo tengo que tratarla. Nunca en mi vida vi algo tan mal escrito. Lo abandoné enseguida”. Y el segundo: “Mi mujer no leyó el libro ni miró la película, ella es inteligente, no necesita nada”. Tranquilidad: la incomunicación entre ambos bandos sigue asegurada. La normalidad tiene cuerda para rato.
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