soy

Viernes, 27 de febrero de 2015

SOY ABIERTO POR VACACIONES

MICRORRELATOS HOMOERÓTICOS

No aptos para heterosexuales

RAPADO

Me quejé a un amigo que, desde que me afeité la cabeza, sólo me entran pasivos.

La próxima vez que lo veo, ha rapado la cabeza también. Y por primera vez me parece atractivo.

—Te hice caso —me dice.

—Funciona —le contesto. Pongo la mano encima de su muslo.

Me sonríe, y mueve mi mano.

La recoloco encima de su paquete.

***

CUIDADOR DE MASCOTAS

Hay que agitar la llave hasta coger el punto exacto, pero al final consigo abrir la puerta. Uno de los gatos me está esperando justo al otro lado de la puerta. Pero al ver que soy yo y no mi amiga, su ama, se da la vuelta y desaparece por el piso. Entro y cierro la puerta. Dejo mis cosas en la mesa de entrada.

Me siento raro, como si estuviera haciendo algo ilícito.

Pongo más comida seca en su cuenco, les cambio el agua, limpio la bandeja de arena que está en el baño.

Me ha pedido mi amiga darles cariño también: eso es el parte que me hace sentir más raro. Me siento en su cama, imaginando que vendrán. Supongo que tardarán su tiempo. Mientras espero, miro por la habitación. Tiene una cesta para la ropa sucia, y encima de todo hay unos calzoncillos masculinos. Son de su novio, con quien está ahora de viaje a Palencia para pasar la Semana Santa con sus padres. Los gatos no vienen. Me pongo de pie y me acerco a la cesta. Levanto los calzoncillos, los levanto a la nariz: sí, aún huelen a él. Ese olor agradable del sudor dulce de los huevos.

Tengo la polla tiesa. Inhalo de nuevo, tocándome el paquete.

Cuando abro los ojos, los dos gatos están delante, mirándome.

Menos mal que no podrán contarle nada a mi amiga.

***

DESPUES

Me pidió ducharse antes de irse.

Luego se vistió y se marchó, con un último beso y un gracias, todo correcto, pero nada más.

Por un lado me alegró, porque no me apetecía dormir acompañado esta noche y menos con un desconocido. Pero el polvo no había estado mal y no me hubiera importado volver a verle. Tampoco le dije nada yo. Pero era un golpe a mi autoestima. Aunque yo no quisiera verle de nuevo, quería que a él si le apetecería.

Entré al baño para mear antes de acostarme.

Y mientras tiraba de la cadena, empecé a reírme: había escrito su número de teléfono en el vaho de la puerta de la ducha.

***

RECIEN SALIDO DEL HORNO

Me puse la bufanda antes de salir. Ya se atisbó la aurora por la ventana, señalando la transición paulatina del invierno a primavera, pero seguro que aún hacía frío a esa hora de la madrugada. Cerré la puerta con dos vueltas de la llave, por instinto, aunque sólo bajaba un momento. Después de tantos años, mis rutinas ya eran consolidadas; me desperté pronto, incluso los domingos como hoy, y bajé a por el pan recién salido del horno en el bar de la esquina.

Sonó el ding señalando la llegada del ascensor y empecé a entrar, todavía en autopiloto, antes de que abrieron las puertas. Así que me choqué con el joven del piso de enfrente, que estaba saliendo del ascensor. Me agarró, y como vi en ese instante que estaba borracho y obviamente volviendo de marcha a esta hora cuando yo ya empezaba mi día, yo también le agarré para prevenir que no se cayera.

Quedamos tanto tiempo en los brazos del otro que se cerró la puerta del ascensor.

Estudié su cara, tan cerca de la mía. Le había visto (y oído) antes, pero nunca me fijé mucho en él. Le sacaba casi veinte años, pensé, y de repente me sentí mayor. Me acordé de cuando yo tenía veintipocos y volvía de marcha a estas horas después de una noche loca. Pero me sentí tan lejano de este joven delgado que tenía entre las brazos, como si fuera de otra especie: con un lado de la cabeza afeitado casi al cero, un piercing debajo del labio inferior, su abrigo desabrochado revelando un ropaje de colores chillidos y telas artificiales, lo mejor para brillar bajo las luces ultravioletas de las discotecas.

A pesar de mi aversión, no me acordé cuánto tiempo hacía que no sentí a otro hombre en mis brazos y no le solté. Con mi trabajo, ya no tenía tiempo para buscar ligues de una noche, y tampoco entendía los códigos y costumbres de hoy en día. Buscar algo más duradero pareció un cuento de hadas. De acuerdo, los homosexuales teníamos el derecho de casarnos, y sólo faltaban pretendientes, sean ranas, príncipes o hombres normales.

La luz automática del pasillo también se apagó, dejándonos en la penumbra del descansillo.

—Perdona —dije al final, soltándole y apartándome un paso—. Bajaba para el pan y no esperaba que hubiese nadie dentro del ascensor a estas horas.

El tocó el interruptor y me miró de pies a cabeza sin decir nada. Imaginé que me escrutaba con la mismo aversión que yo sentí. Igual, ni reconocía que yo también entendía.

O quizás eso le ponía más, porque agarró su entrepierna, y me dijo: “Te invito yo a una porra si te peta”.

Está borracho, pensé. Es un vecino: no te metas en un lío, pensé.

Pero desvié de mi rutina matinal y seguía a su lado en el pasillo. No sólo de pan vive el hombre. Y ya no me sentí tan mayor.

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Lawrence Schimel nació en Nueva York en 1971 y actualmente vive en Madrid. Publicó libros de diversos géneros, entre ellos ensayos, literatura infantil e historias de costumbrismo homosexual.
 
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