› Por Lohana Berkins
Tu salto fue demasiado grande, pequeña saltamontes. ¡Te fuiste al carajo!
Llegó de Tucumán hace casi 40 años, con muchos hermanos y hermanas, con un padre y una madre. Quería a su mamá, la quería mucho. Quería a Saya y también a Yoana. Quería y quería y quería ser querida. Soy una carente decía y te arrebataba besos ante el menor descuido. Era su particularidad. Las travas le escapamos al toque y ella tocaba y pedía ser tocada como si allí quisiera curarse de ese daño feroz que la sociedad y sus instituciones nos hacen a las travestis. La familia primero, expulsándonos a tan temprana edad; la escuela luego, entendiendo que el banco ocupado por una trava es un banco perdido; el sistema de salud y la lista sigue.
Es difícil pensar, sentir y pedir que piensen y sientan lo que significa ese desprecio. Primero fue la injuria, decía un escritor francés para referirse a la homosexualidad. Primero y después fue la injuria, decimos las travestis. Crecer en la injuria y arrastrarla en cada paso, en cada esquina, en cada kiosco, en cada colectivo produce un dolor del que es difícil deshacerse; un dolor que parece no tener como frontera el abrazo de una amiga, la generosidad de otra. Un dolor que no termina, nunca.
El asesinato de Diana es un travesticidio y hay que empezar a reconocer estos actos como crímenes de odio. No importa si el responsable es un viejo amigo que esa noche pegó mal, no importa si es uno nuevo que quería sexo gratis, no importa si eran dos tipos que buscaban diversión y se fueron de mambo. Lo que importa es que se sintieron con la impunidad de cometer el asesinato. ¿Cuántas veces se investigan los asesinatos de travas? Es la misma impunidad con la que el candidato del PRO a la intendencia de La Plata dijo que no daría trabajo a las travas, que les daría un médico. Las consecuencias son las mismas, incrementar el odio, legitimarlo. Hay que terminar con estas frases que, dichas risueñamente para que "entren mejor", juegan con la vida de muchas de nosotras.
Cuando se discutía la Ley de Identidad de Género, una compañera que también nos dejó, decía: cuando a los niños judíos los despreciaban, llegaban a sus casas y sus padres los consolaban, porque ellos mismos habían padecido ese desprecio; cuando los negros llegaban a su casa después de ser motivo de burla en la escuela, sus padres los consolaban, porque eran también negros y sabían de ese dolor. Cuando las travitas llegamos a nuestra casa, después de insultos y golpizas, no hay papá ni mamá que nos consuele sino más palos.
A mi pequeña saltamontes la asesinó la sociedad travestofóbica, la misma que nos recluye en la prostitución como única alternativa para vivir. Puedo decir que Diana seguirá en nosotras y en nuestras luchas y así será. Pero esto es decir sólo una parte del dolor que siento. Diana no estará ya entre nosotras y si el movimiento travesti ha perdido una militante invalorable, quien más ha perdido ha sido la pequeña saltamontes.
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