Viernes, 23 de octubre de 2015 | Hoy
TV
El reality chileno The Switch puso hace poco a competir a 14 drags y transformistas, entre las cuales hay dos representantes argentinas. Una de ellas, Sofía Camará, es sin lugar a dudas quien más ha dado que hablar y cuya compañía frente a la pantalla puede ayudarnos a interpretar las ficciones que sostienen esta realidad televisada.
Por Ignacio D’Amore
La noticia fue un tacazo que atizó los postizos de quienes trasnochábamos aquella Mostrafest de abril último: Sofía Camará nos anunciaba desde el escenario que pronto viajaría a Chile para integrar la versión latinoamericana de Drag Race, el indispensable reality show que RuPaul conduce hace siete temporadas por la señal norteamericana Logo. Fast forward a octubre: The Switch debuta por Mega, canal de aire chileno esencialmente conservador, y en ese debut se presenta a la primera mitad de las catorce aspirantes a ganar el título de mejor transformista de Chile. Las argentinas convocadas son dos: Álvaro Lynch, que viene imitando hace dos décadas a la diva melódica con la que comparte apellido; y Sofía, conocidísima en nuestro país como reina de batería en varios carnavales y, más aún, gracias a los programas de asesoría de moda que conduce como Pablo Carayani.
Algo perturba al ver el programa, empezando por Karla Constant, conductora, que repite una muletilla y va dando la pauta: “hombres de día, mujeres de noche”. Y eso no es todo lo que molesta: la confusa edición; lo poco claro de las escalas de puntaje; las instancias eliminatorias, alevosamente arbitrarias. También, es justo decirlo, hay material magnético: la multiplicidad de procedencias y de talentos, las peleas consensuadas y las naturales, lo refrescante de ver el arte del montaje drag puesto en una pantalla así de masiva.
Sofía, apenas ingresada, padeció la hostilidad de las primeras seis competidoras, que la nominaron después de llamarla “soberbia” con todo deleite y forzaron así su transbordo sin escalas al duelo eliminatorio que se produciría una semana más tarde, en el segundo episodio, y en el que muy injustamente quedaría excluida del certamen. Desde sus redes sociales, no obstante, la argentina deslizó que no hemos visto sus útimos zarpazos en el envío. Y buena falta le hace a The Switch el personaje Camará, que a media hora de iniciado el capítulo uno instaló su espectacularmente agudo “Sabelo” y lo fijó en memes y mentes por igual.
Con ella de copilota, el repaso de los dos capítulos emitidos al cierre de esta edición se vuelve una cadena de entretelones develados y de secretos de alta gama que de tan álgidos no deben, no pueden, ser publicados. Sobre todo se adjetiva a participantes, jurados y coaches sin titubeos (y casi siempre con buen tino), aunque también se conocen datos de la intimidad misma del reality, como sus mecanismos de producción, chismes y tejes, amoríos imaginarios y encames concretados, vueltas, idas y revueltas. “Lo que yo más extrañaba del formato del programa de RuPaul era la parte tan efectiva de mediatización y de choque, porque al ser este un programa chileno es muy cuidado: la idea es llegar a las familias. Lo que interpretábamos era un repertorio de artistas consagrados a nivel mundial, pero nunca pudimos mostrar, por ejemplo, un cuerpo desnudo, o nunca pudimos hacer algo bien alocado, entonces era limitado para nosotros como artistas”, explica Sofía. No con ello pretende sugerir que no hayan sido una oportunidad enorme estos casi seis meses de vivir y grabar en Santiago, lejos de toda su gente cercana y, como si fuese poco, con la pérdida de su padre anudándole la garganta (firmó su contrato al día siguiente del fallecimiento).
Los momentos que más preocupan de The Switch son aquellos en que se muestra la vida cotidiana de cada participante haciendo foco en la falta de aceptación familiar; no termina de quedar claro si las catorce forman parte del programa porque son representantes excelsas del transformismo y del drag, todas pugnando por superar desafíos para finalmente ser coronadas, o si en realidad el show es una herramienta para superar ese rechazo al volverlas figuras conocidas y públicas. También, algo que es más grave: se está sugiriendo una y otra vez que los impulsos creativos de una drag/transformista provienen casi de modo indefectible del trauma y del repudio (ajeno y/o propio) a la preferencia sexual y de género, y aunque es fácil comprender que se trata de un mecanismo elemental del guión en esta clase de programas, Camará consigue eludir la fórmula que relaciona talento con desdicha demostrando todo aquello que sabe hacer con esa altura y ese magnetismo a los que nos tiene malacostumbradxs.
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